Artículos

Ciudades

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Hoy en día todo aquello que no posee un determinado valor económico de cambio realmente es como si no existiese. Sólo existe aquello que es susceptible de ser vendido. La voracidad de la fiera es tal que incluso devora a sus enemigos por el burdo procedimiento de convertirlos en mercancía. Es el 'síndrome Che Guevara' de ese perverso sistema mercantilista. El beneficio capitalista que rinde el pensamiento anticapitalista al ser vendido como imagen de camiseta.

Tampoco las ciudades escapan hoy al rigor de esta ley. Una ciudad sólo existe si es capaz de venderse a sí misma. Las ciudades que no lo hacen están condenadas a quedar como puntos olvidados en los mapas. En los últimos días he viajado por tierras de Castilla y Extremadura. He visitado cuatro ciudades: Salamanca, Ávila, Toledo y Cáceres. Ciudades todas ellas en venta. Son innegables las ventajas que este comercio reporta a las ciudades en su aspecto urbanístico (pavimentación, alumbrado público, rehabilitación de edificios y monumentos históricos), pero también es indudable el menoscabo que con esto mismo sufre su encanto. Estoy hablando de algo así como de la señora mayor a la que le estiran la piel de tal modo que parezca de veinte.

Sin obviar sus magníficos valores culturales e históricos, todas estas ciudades presentan hoy ese rasgo común de calculado liftin urbanístico. Sus calles, sus edificios, su aspecto en general ofrecen una estampa tan cuidada que parece tener cierto regusto a cartón piedra. El viajero apenas puede descubrir nada oculto en ellas porque se exhiben en completa desnudez. Han perdido todos sus atrayentes secretos por medio de ese burocrático procedimiento de la 'puesta en valor' en el que aúnan sus fuerzas arqueólogos, arquitectos y responsables políticos.

Uno de los encantos de visitar una ciudad, cuando menos para mí, es vivir la ilusión de que la estás descubriendo. Es una especie de seducción mutua que consiste en perderse en ella hasta encontrarte con un ruinoso callejón o la puerta desportillada de una casa que parezcan intocados, jamás vistos por otros ojos humanos y que la ciudad reserva sólo para ti.

Nuestras ciudades, enloquecidas por la necesidad de atraer riadas de turistas, están hoy quizás maquilladas en exceso, intentando seducirte con una belleza un tanto artificial.