Sociedad

Francisco firma la última encíclica de Ratzinger

'Lumen fidei' evidencia la autoría de Benedicto XVI, que según admite Bergoglio, la tenía «casi terminada»

ROMA. Actualizado: Guardar
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La primera encíclica de Francisco, 'Lumen fidei' (Luz de la fe), presentada ayer, es en realidad la última de Benedicto XVI, y salta a la vista sin mucho misterio. El propio Bergoglio lo admite con naturalidad en la página 9, al contar que se encontró ya lista una primera versión del texto «casi terminada», un «trabajo precioso» al que solo ha añadido «algunas contribuciones». En sus 79 páginas, un documento breve, es evidente de principio a fin la mano de Ratzinger, su estilo, sus ideas y sus recursos literarios, su amor por la etimología, la reconstrucción histórica y la cita erudita. Salta una mención a Nietzsche ya en la segunda página. Surge la sensación de estar leyendo algo de una etapa pasada, la del anterior pontificado y su preocupación por conjugar fe y razón, por convencer a los descreídos de la verdad impepinable de la fe como única solución a la crisis de valores de Occidente. Se intuye que las aportaciones del actual Papa son frases, retoques, algún párrafo.

Lo interesante será ver la próxima encíclica, cuando realmente Francisco haga oír su propia voz. Lo cierto es que este documento es un último fleco pendiente de la extraña situación creada en la Santa Sede con la convivencia de dos papas, porque nadie puede apostar que esto hubiera sucedido con un Pontífice fallecido. Francisco puede haberse visto condicionado de algún modo, aunque sea por pura cortesía, a no desechar el trabajo de su predecesor.

Son absurdos algunos titulares de ayer de que Francisco la ha escrito en tiempo récord, cuando no lleva ni cuatro meses como Papa y no ha parado un minuto. Es natural, no la ha escrito él. Que la asuma por completo con su firma, 'Franciscus', lanza una señal de humildad, respeto y normalidad, por su disposición a aceptar tal cual el magisterio de Benedicto XVI, sin querer marcar su impronta. Por la misma razón es un gesto claro de continuidad, de que la irrupción de Bergoglio y su revolución no constituyen una ruptura. La Santa Sede difundió ayer con mucha intención una nueva foto de los dos papas, dándose un abrazo, en la inauguración de una estatua de San Miguel en los jardines vaticanos.

Se sabía que Ratzinger ultimaba su encíclica sobre la fe, que continuaba las anteriores sobre caridad y esperanza, cuando anunció su dimisión el pasado 11 de febrero. Enseguida surgió la pregunta de qué pasaría con el texto y el Vaticano aclaró que el material quedaría para su sucesor. Ha ocurrido otras veces en el pasado, con la diferencia esencial de que era porque el Pontífice moría y dejaba el trabajo a medias. El siguiente Papa aprovechaba los papeles o los metía en un cajón. Pero es que en este caso fue Benedicto XVI el que renunció. Se supone que había madurado la decisión, pero la lectura de la encíclica ponía ayer en evidencia que era una obra casi cerrada.

La pregunta que a cualquiera se le ocurría ayer es: ¿y por qué no la terminó Ratzinger? Pues no se sabe, esa es la gran cuestión. De rebote ayer renacieron las dudas sobre la misteriosa renuncia de Benedicto XVI: ¿por qué tantas prisas? ¿No podía haber esperado un poco más? ¿Hubo algo que precipitó su decisión para plantar todo tal como estaba? Es inevitable pensar en algún episodio grave, en un problema de salud o en el informe secreto de 'Vatileaks', con todos los trapos sucios de la Curia, elaborado por tres cardenales detectives y que había recibido dos mes antes.

El Vaticano tenía ayer todo el interés en diluir la autoría del texto e insistir en la fórmula de una encíclica «a cuatro manos», como dijo Bergoglio el mes pasado. «Hay mucho de Benedicto y todo de Francisco, no tenemos que buscar la frase de uno y del otro», comentó el cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos y uno de los encargados de presentar la encíclica. «Es un texto único», insistió su colega de Doctrina de la Fe, Ludwig Muller. Explicó que la firma solo Francisco porque ahora es el Papa.

El contenido no es especialmente memorable. Quizá acusa su atribulada gestación. Abunda en reflexiones conocidas sobre la fe y el amor, y la lectura se hace fatigosa, con pasajes interesantes pero otras partes muy monótonas. No aborda temas polémicos, subraya la importancia de la familia en la transmisión de la fe, así como de la fe en comunidad.