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La últimas horas de Mursi
«¡Por encima de mi cadáver!», espetó el expresidente a los militares
EL CAIRO. Actualizado: Guardar«¡Por encima de mi cadáver!», respondió, desafiante, Mohamed Mursi al general Abdel Fatah el-Sisi el pasado lunes cuando este le presentó el ultimátum: o dimite o nos hacemos cargo nosotros. Cumplida la amenaza, cinco días después el ya expresidente se encuentra en paradero desconocido, al menos de forma oficial. Diferentes fuentes lo sitúan en algún edificio del Ministerio de Defensa. Aislado, sus aliados le fueron abandonando progresivamente, y sus últimas horas en el poder reflejan el poco control que los Hermanos Musulmanes llegaron a tener sobre las instituciones del Estado.
La cofradía empezó a verle las orejas al lobo el pasado 23 de junio, una semana antes de las manifestaciones organizadas por la oposición para exigir la salida de Mursi, según han relatado fuentes militares y de la hermandad a la agencia Associated Press, que ha elaborado un retrato de lo que sucedió entre bambalinas en el desenlace de este pulso. Al parecer, el Ejército ya envió por aquel entonces el ultimátum a Mursi a través de diferentes embajadores occidentales.
Alarmado, Mursi intentó entonces buscar aliados dentro de las Fuerzas Armadas, especialmente dentro del Segundo Ejército de Tierra, con base en Ismailiya y Suez, aunque sin éxito. El-Sisi se enteró de sus intenciones y no quiso arriesgar: ordenó a todos los comandantes que cortaran comunicaciones con la presidencia. De cara al público, sin embargo, el Gobierno y la presidencia intentaron mostrar normalidad. Tres días antes de las manifestaciones del 30 de junio, Mursi y su familia fueron trasladados a la sede de la Guardia Republicana, el cuerpo encargado de la seguridad del presidente. El mandatario tuvo que cambiar su oficina del palacio de Itihadiya al de Al-Koba pero, a partir del domingo, cuando ambas mansiones fueron sitiadas por los manifestantes, la Guardia Republicana le recomendó que no saliera de su cuartel general.
Allí, El-Sisi le ofreció la posibilidad de marcharse a Libia o Turquía, e incluso inmunidad legal si aceptaba dimitir, según relató el diario 'Al-Ahram'. Mursi se negó. Pudo dar su último discurso el martes por la noche, horas antes de que expirara el plazo dado por los militares, en el que se aferró a su legitimidad conseguida en las urnas. Poco después fue confinado, aunque acompañado de alguno de sus más estrechos colaboradores.
De madrugada, el Ejército se desplegó en las calles de Egipto y poco después de que el general El-Sisi se presentara en televisión rodeado de líderes religiosos y políticos de la oposición, Mohamed Mursi fue abandonado por la Guardia Republicana y un comando del Ejército se llevó al ya exmandatario a un lugar sin identificar del Ministerio de Defensa. Mursi les acompañó sin oponer resistencia.
En la cárcel
Desde entonces, la Justicia le ha prohibido salir del país y le acusa de insultar a la judicatura, por lo que el próximo lunes será interrogado. Dos escenarios posibles se abren ante él, asegura Mustafa Kamel al-Sayed, politólogo de la Universidad de El Cairo. «Todo va a depender de si los Hermanos Musulmanes aceptan el proceso de reconciliación nacional que pretenden iniciar los nuevos gobernantes», señala el analista. Si esta reconciliación falla, Mursi podría ser juzgado y acabar en la cárcel, bien por las acusaciones que la Fiscalía ha presentado ya contra él o por su huída de prisión durante la revolución junto a otros miembros de los Hermanos Musulmanes, ayudados, según un tribunal de Ismailiya, por miembros de Hamás e Hizbulá.
Si, por el contrario, la cofradía opta por apretar los dientes, aceptar la nueva situación y continuar con su proyecto político, Mursi podría ser liberado. «Los Hermanos Musulmanes ya saben por experiencia lo difícil que es oponerse a los militares y lo poco que les ha funcionado en el pasado», recuerda, El-Sayed.