El actor James Gandolfini interviene en un programa de televisión en 2006. :: MARIO ANZUONI / REUTERS
Sociedad

El verdadero final de Tony Soprano

El actor James Gandolfini fallece a los 51 años víctima de un infarto en un hotel de Roma

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

«Es probable que no lo oigas cuando pasa, ¿no?». Así hablaba de la muerte Bobby Bacala con Tony Soprano en uno de los diálogos inolvidables de 'Los Soprano'. Es difícil explicar con menos palabras y de forma más natural la arbitrariedad e imprevisibilidad de ese inevitable momento. Y así fue como le sorprendió a James Gandolfini en la habitación de su hotel en Roma, donde falleció de manera prematura de un infarto a los 51 años dejando al mundo del cine sin uno de sus mejores actores y huérfanos a los millones de seguidores de una de las series más populares y revolucionarias de la historia.

Gandolfini se encontraba en la capital italiana pasando unos días con su actual esposa, Deborah, su bebé, Liliana, de apenas nueve meses, y su hijo Michael, de 13 años. El actor tenía previsto asistir mañana al festival de cine de Taormina (Sicilia), donde iba a recibir un premio que ahora se convertirá en un homenaje. Fue su primogénito quien encontró a su padre tirado en el cuarto de baño. Pese a la pronta llegada de una ambulancia y los 20 minutos de masaje cardiaco fue imposible su reanimación.

Decía Unamuno que la inmortalidad solo se logra a través de la ficción y, sin duda, Tony Soprano es el mejor garante del recuerdo perenne de James Gandolfini. Porque 'Los Soprano' no es una serie sobre la mafia -eso es solo un elemento más-, es una película de 86 capítulos sobre las relaciones humanas, las pasiones y las emociones que rigen la vida de las personas. Y Tony Soprano no es solo un gánster que dirige implacable su negocio; es un padre de familia cercano, que se hace querer, entrañable con sus hijos y preocupado por ellos. Que duda, sufre, teme, ama, llora. Un personaje tan complejo y con tantos registros como una persona de carne y hueso. Capaz de generar una empatía como no había ocurrido antes en la pequeña pantalla. Gandolfini provoca un sentimiento de esquizofrenia, ya que no puede evitar admirar y encariñarse con un sociópata que tan pronto te ofrece un abrazo de oso amoroso como te asfixia con sus propias manos. Y en eso radica su grandeza. Amén de unos guiones reconocidos como los mejores de la historia por el sindicato del gremio en Hollywood.

Comparación

Gandolfini es el único capaz de sostener una comparación con genios de la talla de Al Pacino y Robert De Niro en lo que a interpretar capos de la mafia se refiere. Pero a diferencia de la elegancia y glamour de los Corleone, Soprano desmitifica la imagen de gánster de etiqueta aislado del mundo y anclado en la simbólica tradición siciliana. Y lo hace con la naturalidad que solo los grandes del cine pueden permitirse. Tres premios Emmy y un Globo de Oro reconocieron su labor. Y eso que al principio nada parecía ser así. El propio actor reconoció que no pensaba en ser el escogido para interpretar ese papel porque su corpulencia, sus kilos de más y su incipiente calvicie no le convertían en un prototipo de galán. Sin embargo, «sus ojos tristes» convencieron a David Chase -creador de la serie- por suerte para todos los amantes de la buena televisión.

Visto el resultado parecía que Gandolfini había nacido para interpretar ese papel por el que llegó a cobrar un millón de dólares por capítulo. Claro por aquel entonces la serie congregaba a 14 millones de espectadores, una cifra que la cadena HBO no ha vuelto a alcanzar.

Quizá el cierto paralelismo entre los orígenes de actor y su mítico personaje influyeron en tan magnífica interpretación. Gandolfini nació en Nueva Jersey en 1961 en el seno de una familia de inmigrantes italianos. Su padre trabajó como albañil y su madre en una cafetería de instituto. Los progenitores aspiraban al sueño americano y a que su hijo fuera el primer licenciado de la familia. Terminó la carrera de periodismo en la Universidad de Rutgers y se mudó a Nueva York, donde trabajó como camarero, jardinero, portero de discoteca y casi cualquier empleo para subsistir. El dinero ganado lo invirtió en su verdadera vocación: la interpretación.

Tony Scott le permitió actuar en su primera gran película, 'Amor a quemarropa', con guion de Tarantino. Después aparecieron más papeles secundarios, incluido su trabajo con Alex de la Iglesia en 'Perdita Durango'. Pero en 1999 le llegó el momento de demostrar su valía con la creación de David Chase. Con el fin de la serie Gandolfini se dedicó al teatro y a pequeños, pero deliciosos, papeles secundarios en la gran pantalla, la última junto a Brat Pitt en 'Mátalos suavemente'. Pero la sombra de Tony era demasiado alargada. Gracias a ella Gandolfini está ya en el Olimpo del cine. No hay mejor homenaje que volver a ver las calles de Jersey a través de las ventanillas de un coche que apesta a puro las veces que sea menester mientras de fondo suena la magnífica 'Woke Up This Morning'.