Francisco lavó los pies de un grupo de menores en una cárcel romana el pasado Jueves Santo. :: EFE
Sociedad

La revolución humilde de Francisco

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El mejor termómetro de la popularidad del Papa Francisco es el tráfico de Roma los miércoles y los domingos por la mañana. El miércoles celebra audiencia general en San Pedro y el domingo el Ángelus desde la ventana. Acuden hasta 80.000 personas, y el atasco en el centro de Roma es fijo. Bergoglio llega a los fieles como el primer día, aunque no asome tanto en los medios. En parte es por saturación, tras la larga atención hacia el Vaticano desde la dimisión de Benedicto XVI a la elección de Francisco, y el gran impacto de sus primeras semanas. El miércoles se cumplen 100 días de un Papa revolucionario por su normalidad, por algo tan desestabilizador como predicar con el ejemplo. Tras muchos gestos sonados de ruptura, de asombro de un pontífice cercano que rechaza la pompa, que ha decidido vivir en una residencia y que desayuna con los demás en el comedor, se han sucedido numerosas señales de lo que piensa. Ahora reina la expectación por ver cómo lo lleva a la práctica. Eso será un poco más lento.

Dentro y fuera de la Curia nadie se engaña: Francisco ha sido elegido para hacer limpieza, y él lo sabe. Era lo que él deseaba del próximo pontífice, porque antes de irse al cónclave declaró: «El nuevo Papa deberá ser capaz de limpiar la Curia». El trauma de la renuncia de Ratzinger, cuya presencia en Vaticano se asimila por su total discreción, y el clima en el que se produjo imponían una profunda renovación. El informe secreto de 300 páginas sobre 'Vatileaks', que retrata las guerras internas, un 'lobby' gay y los asuntos sucios del IOR, el banco vaticano, reclamaban un golpe de mano.

En los apuntes de la intervención de Bergoglio en las reuniones previas del cónclave había cuatro conceptos clave: evangelización, periferias existenciales, peligro de autorreferencia y mundanidad espiritual. El folio se lo quedó el arzobispo de La Habana, que como muchos otros vio en él al futuro pontífice. «Los dos grandes temas candentes son la relación entre el poder y la moralidad personal y entre el poder y el dinero, y el Papa está diciendo no a todas las formas perversas de corrupción», ha explicado Rocco D'Ambrosio, profesor de Ética Política en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Lo dice todo que no tema admitir el 'lobby' gay que el Vaticano ha negado siempre, como trascendió esta semana. Ya se han puesto en marcha mecanismos de reforma.

El principal, al mes de su elección, el insólito consejo de ocho cardenales que asesorará al Papa en octubre para renovar la Curia y el gobierno de la Iglesia. También ha fichado a un gurú asesor de empresas de la famosa compañía McKinsey, el alemán Thomas von Mitschke-Collande, autor del libro '¿Quiere la Iglesia eliminarse a sí misma?'. El gran asunto pendiente es qué pasará con el cuestionado secretario de Estado, Tarcisio Bertone. En el cónclave se decía que si el nuevo Papa iba en serio no debería durar más de tres meses. Ya han pasado, pero Bertone ha desaparecido y parece totalmente provisorio. Como muy tarde será relevado antes de fin de año.

Hay continuos destellos de novedad. El Papa ha encargado revisar la cuestión de los divorciados casados por segunda vez y rechazados en la comunión. Ha desbloqueado la beatificación de monseñor Romero, mártir de la defensa de los pobres en El Salvador y, en el plano político, por primera vez la Iglesia italiana y el 'Osservatore' no se han entrometido en la elección del jefe de Estado italiano.

«Jesús vestía Armani»

Pero la resistencia al cambio ha comenzado. La prensa italiana le ningunea llamativamente. Ha callado en bloque dos de sus decisiones más notables, su rechazo a vivir en el apartamento papal y a cogerse vacaciones e ir a Castelgandolfo, gestos que rompen siglos de tradición. En los círculos vaticanos más retrógrados menudearon los comentarios sarcásticos hacia un estilo tachado de populista, de poca altura intelectual, de párroco de pueblo. Un malestar que evidencian comentarios como el del escritor conservador Vittorio Messori, autor de libros con Juan Pablo II y Benedicto XVI. Ve demagógicas las llamadas del Papa a la pobreza y el miércoles soltó esta frase: «Lo de la Iglesia pobre es una tontería. Jesús no era un muerto de hambre, vestía Armani». Alega que llevaba una túnica preciada.

Si Benedicto XVI no daba un titular en meses, Francisco da uno al día. Cada mañana, a las siete, oficia una misa abierta en la capilla de Santa Marta, su residencia en el Vaticano. Una homilía diaria del Papa, siempre improvisada, que se filtraba por cauces informales y ahora las refieren Radio Vaticana y el 'Osservatore Romano'. Junto a sus intervenciones públicas y su talento para la frase certera, es una mina de reflexiones tan interesantes y explosivas como que «la incoherencia de los fieles y los pastores mina la credibilidad de la Iglesia», «sed pastores, no funcionarios», «el IOR es necesario hasta cierto punto», denunciar a los mercados financieros, el «beneficio egoísta» y el «trabajo esclavo», pedir «valentía y claridad» contra la pederastia o hablar sin tabúes de la Mafia.