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Obama y el negocio del miedo

La agencias que siguen las operaciones policiales y militares emplean a cuatro millones de personas, con un gasto anual multimillonario El candidato de la esperanza que en 2008 se rebelaba contra el espionaje sucumbe a las presiones de la maquinaria de guerra y vigilancia antiterrorista creada tras el 11-S

NUEVA YORK. Actualizado: Guardar
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Poco después de que Barack Obama cumpliese el sueño de Martin Luther King al ocupar la Casa Blanca, el nuevo presidente se dirigió al país en la Academia Naval de Annapolis para contar a los graduados y a la nación cuál sería su política de Seguridad Nacional. «Como estadounidenses, rechazamos la falsa elección entre nuestra seguridad y nuestros ideales. Podemos y debemos proteger los dos», sostuvo. Obama fue más allá al afirmar que «son nuestros valores los que nos protegen», algo que fue recibido con un estruendoso aplauso por parte de las 30.000 personas, familiares y amigos de los militares que le escuchaban.

Ni el presidente ni sus seguidores se habían olvidado todavía de la mágica noche de noviembre en el Grant Park de Chicago, cuando el primer presidente negro celebró su victoria como la confirmación de que «en América todo es posible», dijo. El joven e idealista candidato que esa noche contestó «al cinismo y las dudas de los que nos dicen que no podremos» con un rotundo «¡sí se puede!», estaba destinado a encontrarse con muchas sorpresas. En su segundo día de gobierno firmó una orden ejecutiva para cerrar Guantánamo «tan pronto como sea posible y no más tarde de un año», pero cuatro años y medio después sigue abierto.

En sus primeros meses al frente de la Casa Blanca Obama también pidió al Pentágono planes para reducir de inmediato la presencia militar de EE UU en Afganistán, pero como cuenta el periodista Bob Woodward en su libro 'Las Guerras de Obama', la cúpula militar se rebeló.

«Dales lo que quieren», le sugirió Leon Panetta, entonces director de la CIA, a Obama. «Ningún presidente demócrata puede contradecir el consejo de los militares».

El escritor y activista Fred Branfman, que desde 1969 dirige el Proyecto antiguerras en el que expuso los bombardeos secretos de Laos y Camboya, asegura que las grandes estrategias militares, como los asesinatos con drones o los programas masivos de espionaje que ha expandido Obama, rara vez son iniciativas del presidente. «Tales operaciones se inician y desarrollan dentro de la CIA, el Pentágono o la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), y luego se le presentan como hechos consumados», escribió en Alternet. «Se requeriría un perfil de valor muy alto para que un presidente que busca la reelección aborte esas operaciones».

En 2008 Edward Snowden no votó por Obama, pero sí cayó presa de su hechizo de esperanza e idealismo. Entonces trabajaba para la CIA en el mantenimiento de ordenadores y redes informáticas en la sede de Ginebra, donde vio las manipulaciones sin escrúpulos del Gobierno. El confidente que la semana pasada reveló la existencia de dos programas masivos para controlar todas las llamadas telefónicas y comunicaciones digitales en el mundo confesó al diario The Guardian que tenía la esperanza de que Obama acabase con esa política sucia. En 2009 dejó su empleo en la CIA y pasó a trabajar para Dell, una empresa privada que subcontrata la NSA para manejar el vasto mundo digital que acumula. Desde ahí vio como crecía el entramado que originalmente se creó en el Ejecutivo de George W. Bush «estrechamente ajustado a la inteligencia extranjera que se llevaba a cabo a ultramar», contó.

Snowden, que hasta la semana pasada era un administrador de sistemas de la empresa Booz Allen Hamilton, dice que tenía la capacidad de escuchar las llamadas telefónicas y leer los emails de cualquiera, «incluyendo los del presidente si tuviera un email personal». El joven de 29 años que se esconde en Hong Kong es solo uno entre un millón de empleados civiles que trabajan indirectamente para este gran entramado de espionaje.

Millones de trabajadores

En 2010, The Washington Post publicó los resultados de una investigación a la que dedicó más de una veintena de periodistas durante dos años. Intensificó cerca de 2.000 empresas subcontratadas por el Gobierno para trabajos clasificados y casi 1.300 gubernamentales que trabajan en 10.000 lugares diferentes del territorio estadounidense.

A estas alturas, la población involucrada era de 854.000 personas, casi 1,5 veces la población de Washington D. C. El primer capítulo de la serie se titulaba 'Un mundo oculto, que crece fuera de control'.

Branfman, que incluye al FBI, la CIA, la Casa Blanca y todas las agencias del poder ejecutivo que conducen operaciones policiales y militares domésticas y extranjeras, calcula que se emplea a tres o cuatro millones de personas, con un gasto anual de dos trillones de dólares (1,5 billones de euros).

O sea, más que los siguientes diez países juntos. «Su enorme poder le ha permitido operar unilateralmente desde la II Guerra Mundial con poca supervisión significativa o incluso conocimiento del Congreso y el pueblo estadounidense».

La agencia Associated Press aseguraba esta semana que casi 5 millones de personas tienen acceso a la información confidencial, de las que el 21% -más de un millón- trabajan para contratistas de la empresa privada.