Territorio Giacometti
La muestra resalta la obsesión del autor por convertir sus obras en tableros donde el público es un elemento más de la creación La Fundación Mapfre reúne en Madrid 190 piezas del artista suizo
Actualizado: Guardar«Me di cuenta de que nunca podría hacer otra cosa que una mujer inmóvil y un hombre caminando», dijo Alberto Giacometti allá por 1947. Sin embargo, detrás de esa modesta descripción que el propio escultor realizó de su producción se esconde la compleja y transgresora obra de uno de los artistas más reconocidos del siglo XX. Detrás de esas características figuras esbeltas de bronce, el autor buscaba convertir las esculturas en espacios públicos, en una especie de tableros de juego en los que involucrar al espectador, al público, al transeúnte, hasta convertirlo en una ficha más. Y es precisamente ese aspecto el que sobresale en la exposición 'Giacometti. Terrenos de juego' de la Fundación Mapfre, en Madrid. La muestra -que podrá visitarse del 13 de junio al 4 de agosto- reúne 190 piezas entre esculturas, pinturas, dibujos, grabados y fotografías cedidas por museos, fundaciones o coleccionistas privados. Sin embargo, como insisten los comisarios, no se trata de una retrospectiva sino de un «nuevo enfoque».
«La exposición nos da una visión muy moderna y seductora de Giacometti», asegura Pablo Jiménez, uno de los responsables de una muestra que repasa toda la obra del artista, desde sus primeros trabajos surrealistas hasta sus icónicas figuras para la plaza del Chase Manhattan Bank, un proyecto frustrado. En la primera parte de la muestra puede contemplarse su obra temprana y más desconocida, aquella surgida de la influencia del arte africano y de Oceanía que le impactó durante sus estudios escultóricos en el París de los años viente. El cubismo también adorna sus primeras representaciones, como en 'Hombre y mujer'. Sin embargo, en esas primigenias esculturas el artista suizo ya desarrolla la idea del terreno de juego. «Quiere que los espectadores nos metamos en el tablero del suelo. Que el observador se integre en la escultura», explica Annabelle Görgen-Lammers.
Alberto Giacometti nació en 1901 en Suiza, cerca de la frontera italiana. Animado por su padre Giovanni, pintor impresionista, viajó a Francia para formarse. Desde un comienzo sintió la necesidad de ir más allá de la escultura tradicional. Sus figuras pierden la verticalidad y se aplanan. Logran una horizontalidad, como maquetas de lugares. Sus obras surrealistas se presentan como tableros de juego que sirven de modelo para desarrollar su concepto de escultura como lugar. En esos terrenos de juego conforma una base donde se encuentran los personajes e invitan al observador a introducirse en él. Tras la II Guerra Mundial evoluciona y sus esculturas agrupadas muestran el juego entre diferente figuras que representan espacio y tiempos diversos, haciendo hincapié en las relaciones espaciales entre las diferentes representaciones. De esta manera, plantea su escultura como un lugar que podemos recorrer, como un terreno de juego entre el arte, la vida y la muerte.
El taller como escenario
El escultor llevó su obsesión por relacionar su obra con el espacio a su propio taller. El habitáculo de 18 metros cuadrados se convirtió en un terreno de juego. «No era más que un agujero. Pero cuanto más tiempo permanecía en él, más grande se volvía», reflexionaba Giacometti. Su taller se transforma en un terreno de experimentación donde se pone en escena a sí mismo con sus propias obras.
«El ser humano se diferencia de los muertos únicamente por la mirada». Así expresó el artista la relevancia que le concedía al elemento de vitalidad de la cabeza escultórica. Los ojos de sus figuras devuelven la mirada al observador y le transmiten una sensación semejante a que le contemplara una persona. Sus cabezas rompen proporciones con la intención de instar al observado de buscar la mirada.
Sin duda, el hombre que camina y la mujer grande son las figuras más representativas y características de su obra. Son esculturas que representan aspectos fundamentales de las relaciones humanas entre sí y sobre el tablero de juego. Y parte del proyecto más ambicioso que afrontó el artista: diseñar la explanada del Chase Manhattan Bank en Nueva York. Pero su boceto es desechado con el argumento de que las figuras no forman la composición que se esperaba. Giacometti no desistió y trató, sin éxito, de llevar a cabo sus planes en otro lugar.
La contradicción entre el artista ensimismado en su pequeño taller y su obsesión por unas obras destinadas a la socialización y el espacio público en las plazas también se retrata en la exposición. «Giacometti quiere reflejar que el ser humano está aislado y tiene problemas de comunicación. Es el Giacometti que busca aislado un encuentro lleno de tensión», asegura Görgen-Lammers.