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La Ínsula de Nunca Jamás

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Mi cocina está rodeada de platos sucios por todas partes menos por una, el lavavajillas, repleto de menaje limpio que aún no ha vuelto a su parcela. Algo similar le pasa a Cádiz, está rodeada de aislante por todas partes menos por una (o por dos, que viene a ser lo mismo), que la une con el resto del universo. Pero al igual que en mi cocina, donde la suciedad de los platos se ha ido transmitiendo al resto de utensilios, en la ciudad ese carácter aislacionista ha calado generación tras generación en el carácter gaditano. Sólo que aquí nunca viene la madre de uno a acabar con el problema. Bueno, en mi cocina, tampoco.

Consecuencia involuntaria de ser una isla. Una bendita (o maldita, según quien lo pronuncie) ínsula que ha heredado esa actitud tan británica de despreciar lo de fuera y potenciar lo de dentro, de marginar lo diferente y regodearse en lo conocido, de asustarse con el cambio y de reafirmarse en lo sabido. Aunque lo sabido ya no le sepa a nada le gustará más, como esos niños que sólo quieren sopa de sobre. «¿Adónde te vas este verano? ¿A Berlín? ¡Si quieres ver historia quédate en Cádiz, que tiene 3.000 años?» «¿A Cuba? Si aquí tenemos las mejores playas del mundo», «¿A Barcelona? Yo para no entenderme con la gente prefiero quedarme aquí». Todo se encierra en 11 kilómetros cuadrados (ya saben, de San Juan a Barranquilla, qué detallito del Mentidero) y lo que no está entre el puente Carranza (no importa tampoco saber quién fue José León ni su papá) y el castillo de San Sebastián (¿se acuerdan de lo que se proyectó allí y de lo que finalmente ha resultado?) simplemente no interesa.

El carácter insular también encierra a los que quieren escapar. Quien no tiene dinero sigue condenado a quedarse en esta Isla de Nunca Jamás viendo cómo su cara envejece mientras la foto con su rostro permanece intacta en una carpeta del portátil. El que lo tiene, no se atreve a escapar sabedor de que fuera las cosas no están mucho mejor. A ambos les queda mandar un mensaje en una botella que el mar, tres mil años traidor, devuelve a la orilla.