Grietas en el puente del Bósforo
Las protestas amenazan el carisma de Erdogan y el 'modelo turco' como ejemplo para los países de la 'primavera árabe'
Actualizado: GuardarEl 29 de mayo será a partir de ahora una fecha señalada en rojo en el calendario turco. Era un miércoles de primavera tardía en el que el presidente del país, Abdulá Gül, y el primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, presidían en Estambul la inauguración de las obras del tercer puente sobre el Bósforo, que se espera esté listo en 2015. Ese mismo día, los primeros manifestantes acampaban entre los árboles del parque Gezi para impedir que las excavadoras arrasasen el espacio verde, espoleta que ha activado un malestar social más amplio. La bisagra entre Asia y Europa, entre Oriente y Occidente, chirría por falta de lubricación y el modelo turco para el mundo islámico muestra su flanco débil.
¿Y qué pasa con Erdogan? El nombre del tercer puente será 'Selim el Valiente', en alusión al monarca que impulsó la expansión del Imperio Otomano y el primero en tomar el título de califa del islam, el que concentra todos los poderes. ¿Es Erdogan el nuevo sultán que tras diez años en el poder deriva hacia el autoritarismo, como le acusan quienes protestan en la plaza Taksim? Su imagen como impulsor de la Alianza de Civilizaciones, que no pasa por su mejor momento, se ha visto seriamente amenazada. ¿Y si pincha Turquía, qué nos queda?, reflexiona un diplomático. El alcance de las movilizaciones será un auténtico test para volver a medir la compatibilidad entre democracia e islam que, como se ha visto ahora, exhibe muchas imperfecciones.
La infraestructura que se abre paso cerca de la desembocadura del Bósforo en el Mar Negro tendrá una longitud de 1.875 metros y una anchura de 59 metros, lo que le convierte en el más ancho del mundo. El tráfico en el Bósforo es muy denso: cada 53 minutos un petrolero atraviesa esa vía marítima, lo que suma unos 10.000 al año. También sirve de 'autopista' para conectar los barrios de Estambul, una ciudad de 14 millones de habitantes, y cada día 410.000 personas se desplazan en algún tipo de transporte marítimo por la ciudad. Las obras del nuevo proyecto supondrán una inversión que ronda los 1.900 millones de euros.
Son datos a tener en cuenta en una ciudad con un atractivo turístico muy potente, que ahora se ha visto resentido. El año pasado visitaron Turquía 32 millones de turistas, lo que reportó unos ingresos de más de 17.000 millones de euros. La Bolsa de Estambul también está sufriendo pérdidas con caídas del 8% -las más fuertes desde 2001- y la lira se ha devaluado tanto frente al dólar como al euro. El país ha sido capaz de enjugar su deuda de 52 años y convertirse en Estado contribuyente del FMI, con tasas de crecimiento que han llegado a estar en un 8%. Es la cuenta de resultados que blande Erdogan, un político de éxitos, en la que también incluye el incipiente proceso para cerrar el sangriento conflicto con los kurdos.
Esta bonanza económica ha creado una clase social urbana abierta, liberal, acomodada y laica -y muy occidentalizada- que no va a permitir injerencias en su modo de vida. Asuntos como la restricción de la venta y consumo de alcohol o los apercibimientos por besarse en el metro son entendidos como una intromisión. Y no solo por cuestiones de religión -se acusa al Gobierno de intentar islamizar la sociedad y dilapidar la herencia de Kemal Atatürk, padre de la Turquía moderna-, sino por un estilo autoritarista en el ejercicio del poder a espaldas de la opinión pública.
Los excesos se pagan
Erdogan, que ha ganado tres convocatorias electorales, ha respondido con arrogancia a las protestas sociales y, para más inri, la has reprimido de manera desproporcionada. Esos excesos se terminan pagando. Erdogan siempre se ha considerado un líder musulmán, laico y democrático. Y por ese orden. La mayoría de los manifestantes son jóvenes y ajenos a los partidos políticos. Pero saben identificar lo que son prácticas antidemocráticas.
El escritor turco Orhan Pamuk, Nobel de Literatura en 2006 tras reflejar el choque y la interconexión de las culturas, ha acusado al Gobierno de «opresor y autoritario». El autor de 'Estambul' conoce muy bien a la sociedad otomana y ha experimentado en propia carne el coste de levantar la voz por defender causas que incomodan, como la del genocidio armenio. Bernard-Henry Levy sostiene que al primer ministro «se le han tolerado excesos antidemocráticos en nombre de su islamismo moderado». En efecto, esa ha sido la baza principal que ha invocado Erdogan para vender el 'modelo turco' en los procesos de transición de los países de la 'primavera árabe'. Y para promover su interlocución en una Europa con más de 13 millones de musulmanes.
¿Se ha resquebrajado ese modelo? ¿Los manifestantes de la plaza Taksim volverán a las imponentes puestas de sol de los atardeceres estivales en las orillas del Bósforo? En cualquier caso, la imagen de Erdogan ya no será la misma. La UE vela armas para medir el alcance de las revueltas y gana tiempo con reacciones tibias. La ONU de Ban Ki-moon también ha puesto la lupa sobre Ankara, que aspira a conseguir un asiento no permamente en el Consejo de Seguridad para el bienio 2015-2016, un puesto por el que también compite España.
¿Y qué pasa con la Alianza de Civilizaciones, creada en 2005 con Erdogan y Zapatero a la cabeza, que enseguida desbordó la propuesta inicial para ser 'comprada' por Naciones Unidas? La Alianza es una iniciativa para fomentar el diálogo entre religiones y culturas, una herramienta estratégica en un momento de confrontaciones identitarias y derivas fundamentalistas. También se ha destacado su papel como facilitadora de los procesos de reforma y transición política en los países de la 'primavera árabe' y del mundo islámico. Turquía era la cara amable, moderada y moderna del islam.