Muñoz Molina conversa con Francisco Ayala (centro) y Fernando Lázaro Carreter, al tomar posesión en la RAE, en 1996. :: EFE
Sociedad

El guardián de la memoria colectiva

El jurado destaca su papel de «intelectual comprometido con su tiempo» y la «hondura y brillantez» para narrar lo contemporáneo Ha ahondado en las raíces de la sociedad española y en la exclusión de los judíos

MADRID. Actualizado: Guardar
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A los once y doce años Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) leía con pasión a Julio Verne. El capitán Nemo envenenaba sus sueños. Esa pasión inextinguible por la lectura dio paso a una no menos acendrada vocación de escritor. Cuarenta y cinco años después, al flamante Premio Príncipe de Asturias de las Letras no le ha abandonado el amor por la literatura. Es un prosista reconocido que acumula honores y reconocimientos. El jurado que ayer lo distinguió ve en su persona a un intelectual comprometido con su tiempo, a un escritor que ha sabido narrar con «hondura y brillantez episodios cruciales del mundo contemporáneo, así como acontecimientos personales». Muñoz Molina es creador de un territorio mítico, la ciudad imaginaria de Mágina, un trasunto de su Úbeda natal, concebida a imagen y semejanza de los lugares engendrados por Juan Carlos Onetti y William Faulkner, narradores por los que el académico siente verdadera devoción. Mágina es a Muñoz Molina lo que Yoknapatawpha es a Faulkner, Santa María a Onetti o Macondo a García Márquez.

Salvo una o dos cosas que no dice, lo que más le gusta a Muñoz Molina es escribir. Con pocos años, fantaseaba con ser un Robinson en el Pacífico o un Tom Sawyer surcando el Misisipi. Quiso ser un periodista pero vio que la Facultad de Ciencias de la Información de Madrid era un fraude. Quiso ser agitador político, un dramaturgo sartriano que exhortara a la acción, pero le atenazaba el miedo. Así que se dedicó a la literatura, una actividad que satisfacía su inclinación a la pereza. Paradójicamente, Muñoz Molina se ha convertido en un trabajador infatigable de las letras, con una gruesa bibliografía que se adentra sobre todo en la novela, sin perjuicio de alguna incursión en el terreno del ensayo. De su pluma han salido desde 'Beatus Ille', su primera novela, a 'El invierno en Lisboa', pasando por 'El jinete polaco', con el que se adjudicó el Premio Planeta en 1991, 'Plenilunio' o 'La noche de los tiempos'.

Pese al apocamiento pueblerino que se refleja en sus primeros textos, en los que se asoma un joven anonadado por los misterios de Madrid, Muñoz Molina se ha convertido en un hombre viajado, en un enamorado de Nueva York, adonde se traslada con frecuencia con su segunda mujer, Elvira Lindo. Está prendado de Manhattan, de la orilla del río Hudson, de la pintura de Hopper, de la vitalidad de Central Park. Ya desde que tenía 22 años y era un gris funcionario en el Ayuntamiento de Granada le arrebataban el jazz, Dizzy Gillespie y Duke Ellington. Si de joven le acechaba la tristeza, se ponía en el tocadiscos un álbum de Frank Sinatra. Su nombramiento en 2004 como director del Instituto Cervantes de Nueva York es fruto de esa veneración por la ciudad de los rascacielos. 'Ventanas de Manhattan' constituye un tributo de ese idilio entre la ciudad que vio caer las Torres Gemelas y el escritor.

Molina se ha adelantado a todo, fue el académico electo más joven de la RAE, con apenas 39 años, y con 57 se ha adjudicado el Príncipe. Todo un alarde de precocidad.

El jurado del Príncipe de Asturias ha tenido en cuenta la destreza de Muñoz Molina para contar episodios señeros de la contemporaneidad. Un ejemplo es 'Sefarad', una de sus mejores novelas, toda una indagación en el mundo de los excluidos, una novela que plasma la atroz persecución de los judíos y en la que se entreveran las terribles experiencias de Kafka, Primo Levi o Willi Münzenberg. Por esta visión fue premiado con el Premio Jerusalén, lo que le enemistó con intelectuales defensores de la causa palestina.

En 'La noche de los tiempos', su novela más voluminosa, puso todo su empeño y talento. Se trata de un texto que bucea en las raíces de la sociedad española a través de la Guerra Civil. De todo ello resulta un relato riguroso, alejado de maniqueísmos y que quizá, por su intención de analizar la contienda lejos de las categorías de héroes y villanos, no gustó mucho a la izquierda. Muñoz Molina es socialdemócrata, un izquierdista templado. Él resume así su pensamiento político. «Defiendo la instrucción pública y la sanidad pública, el respeto escrupuloso de la legalidad democrática y la igualdad de hombres y mujeres».