
Blas de Otero, fieramente libre
Sabina de la Cruz, viuda y albacea del poeta bilbaíno, amplía y fija su obra completa
Actualizado: Guardar«La poesía era para él un ser vivo y hasta el último día estuvo pendiente de su respiración». Así resume Sabina de la Cruz la aventura vital y poética de Blas de Otero (Bilbao, 1916-Madrid, 1979). Viuda y albacea del poeta, privilegiada conocedora de su obra, define al autor de 'Ángel fieramente humano', como «un ser fieramente libre». Vivió con él «muy intensamente» los últimos once años del gran y singular poeta que reclamó «la paz y la palabra». Compartieron inquietudes, silencios, alegrías y angustias. Unas depresiones recurrentes que lo convertían en «un ausente que jamás se dejó vencer por la tristeza», explica esta estudiosa que ha dedicado a Otero y su poesía buena parte de su vida; los últimos cinco años, para llevar a buen puerto el desafío de ampliar, fijar y publicar la obra completa del Otero entre 1935 y 1977.
Poesía y vida concentradas en un «necesario» volumen de casi mil trescientas páginas que publica Galaxia Gutenberg y en el que ha trabajado con Mario Hernández, experto editor de García Lorca. Doctora en Filología y profesora, ya dedicó a Otero una tesis doctoral con dos volúmenes de más de dos mil páginas. «No soy la viuda de un poeta, soy una profesora que ha cuidado la obra del poeta», acota.
Al fajarse con la obra completa tuvo la sensación de enfrentarse a un iceberg. Creía conocer al dedillo la poesía de Otero, pero pronto comprendió cuánto quedaba por emerger. Máxima autoridad en el poeta al que quiso con toda su alma, aceptó el reto de fijar una obra que creía delimitada y que se reveló como un piélago de sorpresas e inéditos. Es la depositaria de los papeles y la última voluntad de Blas de Otero, pero a medida que abría carpetas tras su muerte hace 30 años -«en vida nunca abrí ninguna sin que él me la diera»- encontró un sinfín de versos, escritos y apuntes de los que jamás habló con él.
«Nunca me habló de los poemas chinos, y utilizaba las antologías para torear a la censura, que cercenaba su obra», explica Sabina. Otero colocaba «de matute» puñados de versos y poemas en las reediciones antológicas «con las que la censura era mucho más benévola». Así, en 1958 refunde en 'Ancia' dos poemarios primordiales, 'Ángel fieramente humano' (1950) y 'Redoble de conciencia' (1951), y crea para el título una palabra formada por la primera (an) y última sílaba (cia) de ambos.
Cuenta en verso Blas de Otero que quemó o arrojó a la basura todos sus poemas, pero lo cierto es que «que lo guardaba todo». Es verdad que en un arrebato de 1944 «bajó a la calle y rompió todos sus versos, pero es ahí donde supo que quería dedicar su vida a la poesía, convertirse en un poeta pleno». «Aquí está todo lo que Blas autorizó con alguna señal. Tengo la conciencia muy tranquila y no he hecho nada que él no hubiera hecho», se ufana De la Cruz, capaz de distinguir la tipografía «de todas las máquinas de escribir que Blas utilizó a lo largo de su vida».
Quiere que su monumental trabajo libere a Otero de las etiquetas que lastran su legado y fracturan su andadura poética en tres etapas: religiosa, existencial y social. «No hubo compartimentos en su vida ni en su poesía. Poeta es quien se mide con la palabra y ese fue el empeño de toda su vida para tratar de llegar la inmensa mayoría», asegura.
De la Cruz evoca también «la integridad de su visión moral del mundo». «Nunca se engañó con nada ni con nadie. Ni cuando era comunista ni con Cuba. Tuvo un inmenso cariño al pueblo cubano, pero no se sometía a las doctrinas. Jamás conocí a nadie tan libre como él», insiste. «Quien diga que se plegó a una doctrina miente. Para él no hubo nunca consignas ni sometimientos. Le preocupaba el pueblo, sus necesidades, la paz y la libertad».
Con 83 años, Sabina afronta también un reto emocional. Tras su primer noviazgo y un alejamiento de cinco años «reencontré a alguien totalmente distinto y no nos separamos hasta su muerte». «Sufrió mucho con las depresiones, que lo sumían en unos silencios insondables que aprendí a respetar, pero no fue un ser torturado o amargado». «Sé que la alegría de la poesía se colaba en esas tristezas y le hacía feliz», dice.