Feria 2013
Actualizado: GuardarTal vez no exista un lugar más idóneo para la reflexión profunda que un mingitorio portátil instalado en el bullicioso corazón de una feria. Bastan esos tres minutos de desahogo y aislamiento en la oscura cápsula de plástico, para que el cerebro (levemente protegido de la atronadora confusión de la música exterior y expuesto, como la sibila délfica a las emanaciones sulfurosas, a los efectos de la fétida mezcla de alcoholes de los orines fermentados) se ilumine interiormente con una claridad bien distinta de la que procuran los focos de las atracciones, los rosarios de bombillas de las casetas, las coloridas guirnaldas del real.
Me estoy echando otra feria más sobre mis hombros, pienso. Cuando niño tenía la sensación de que las ferias brotaban alegres como las flores cada primavera, ahora soy amargamente consciente de que cada una que consumo ha sido sustraída de un fondo de reserva cada vez más exiguo. Ya sólo puedo sumar restando.
Esta es una profunda reflexión de mingitorio que se abre paso entre las tinieblas y los orines (entre 'lágrimas y caca', apunta Quevedo) para alcanzar, ya digo, la iluminación que otros sólo obtienen tras cuarenta días perdidos en el desierto, o tras mucho meditar debajo de una higuera sagrada o en el acto torpe o calculado de caerse del caballo. Yo me encuentro dentro del estrecho santuario con la lastimera imagen de España.
No me gusta. Estoy ante la efigie desastrada, harapienta, corrompida de ese borracho que camina dando tumbos por la feria, incapaz de disfrutar ya de la alegría, con el miedo a despertar al día siguiente a la amarga realidad de la resaca. Me aferro a la esperanza de que la calma chicha de este presente sea barrida por los alisios que tarde o temprano nos empujarán hacia el futuro. Me asalta no obstante el miedo de que estemos siendo arrastrados por las poderosas corrientes oceánicas de nuevo hacia el pasado. De nuevo hacia las aguas turbias de los poderes oscuros que mueven los hilos del Estado, del credo religioso que suplanta a las reglas de la democracia, del expolio canalla de la riqueza que condenará a millones de jóvenes al paro de por vida.
Abro la puerta y respiro de nuevo el aire henchido de polvo y humo de fritanga. Trato de no creer en tan terrible vaticinio. Por favor, que la fiesta continúe.