Luchadores del Ejército Sirio Libre descansan en uno de los puestos rebeldes levantados en el distrito de Karm el-Jabal de Alepo. :: REUTERS
MUNDO

Secuestros, otra cara de la guerra siria

La población se enfrenta a la amenaza diaria de los raptos y las peticiones de rescates millonarios que dejan a las familias endeudadas

DAMASCO. Actualizado: Guardar
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Bassam Wahbi, comerciante de 50 años, mira su mano izquierda. Le falta el dedo pulgar. Sus captores se lo cortaron de un machetazo y se lo enviaron a su familia para demostrar de lo que eran capaces si no pagaban rápido el rescate. Dueño de una tienda de comestibles en la Ciudad Vieja de Damasco desde hace trece años, Bassam es padre de cuatro hijos y ha vuelto a nacer tras permanecer 55 días secuestrado en manos de desconocidos.

El 6 de febrero, a las ocho y media de la tarde, cuatro personas armadas irrumpieron en su comercio y le llevaron en coche a un lugar «no muy alejado de Damasco», recuerda sentado en la pequeña oficina de la parte posterior de la tienda. Le metieron en un sótano, le ataron las manos y le colgaron de un gancho. «A los dos días me soltaron, me llevaron a una sala contigua y me cortaron un dedo. Se lo enviaron a mi familia junto a la petición de un rescate de un millón de dólares (769.500 euros al cambio)», señala mientras muestra su mano izquierda, en la que le falta el pulgar. Le volvieron a atar y le amenazaron con entregarle al Frente Al-Nusra, grupo de la oposición armada que juró fidelidad a Al-Qaida en abril.

Al ver que su familia no podía reunir semejante cantidad los secuestradores rebajaron el rescate a 8,5 millones de libras sirias (46.000 euros al cambio actual en el mercado negro). Con mucho esfuerzo, familiares y amigos lograron reunir la cantidad y encontraron un intermediario que realizó el intercambio. «No estoy metido en política. Mis únicos delitos son ser chií, vivir en una parte de la ciudad leal al régimen y tener un comercio», reflexiona ante la mirada de uno de los guardias de seguridad que ahora custodian esta calle, donde otras cinco personas han pasado por situaciones similares.

Los secuestros se han convertido en algo habitual en la vida de los sirios en los últimos dos años, una consecuencia más del caos reinante en un país acostumbrado hasta 2011 a la seguridad impuesta con mano de hierro por las fuerzas del régimen. Desde el Gobierno sirio la recién creada cartera de Reconciliación Nacional es el órgano oficial que trata de dar apoyo a las familias. El ministro Ali Haidar afirma que «intentamos ser los mediadores, pero el problema que nos encontramos es que en la mayor parte de los casos se deben a motivos criminales, no a causas políticas o sectarias». Haidar, que perdió a un hijo hace un año después de que le tirotearan en plena carretera, es líder del Partido Nacional Socialista Sirio y dejó la oposición nacional en otoño para afrontar el reto de liderar un ministerio con un trabajo que para muchos es misión imposible. «Es más importante lo que tu familia pueda pagar que la secta a la que pertenezcas, y entonces poco podemos hacer», lamenta Haidar desde su despacho en el barrio de Mezze.

Pena capital

El presidente firmó recientemente un decreto que endurece las penas en caso de secuestro. «Cualquiera que secuestre a una persona tendrá que cumplir trabajo forzado de por vida. El daño a la salud, la violación o la muerte del secuestrado serán castigados con pena capital», apunta el documento de Bashar el-Asad. El problema es que las leyes y decretos carecen de peso en un país donde gran parte del territorio está en guerra abierta y fuera del control de la autoridad central. Si hay petición de rescate la familia conserva la esperanza de ver con vida a la persona retenida, pero si no hay comunicación de ningún tipo la víctima pasa a engrosar la larga lista de desaparecidos, en la que el Ministerio de Reconciliación incluye a los detenidos que se encuentran en manos de los servicios de inteligencia y de los que las familias no tienen noticias.

Bassam Wahbi perdió un dedo y 25 kilos durante el cautiverio y ahora debe afrontar una deuda de cuatro millones de libras (21.600 euros al cambio) que su familia pidió prestados para afrontar su puesta en libertad. Adwan Ahmad, mecánico de 26 años, tuvo menos suerte. Hace tres meses paró en una gasolinera del barrio de Midan para echar gasolina y sus familiares nunca han vuelto a verle. Tampoco han recuperado su Mitsubitsi Pajero, vehículo de gama alta en Siria que pudo ser el motivo del secuestro, según la familia. Su tío, Abu Ahmed, regenta una floristería junto a la tienda de ultramarinos de Bassam y cuenta con impotencia que «nos llamaron para acordar un precio por su liberación. Juntamos tres millones de libras (16.200 euros) y pagamos siguiendo las instrucciones que nos dieron. Dejamos el dinero en un taxi con el maletero abierto que estaba aparcado frente a la estación de Baramke. El trato era que en un plazo de media hora aparecería Adwan, pero no fue así y ya no ha habido nueva comunicación por parte de los captores».