
Aguas turbulentas entre Egipto y Etiopía
El desvío del curso del Nilo Azul para iniciar la construcción de una gran presa enfrenta a los países ribereños del gran río africano
EL CAIRO. Actualizado: GuardarPuede que nadie en la Historia haya sabido reflejar con mayor concisión y belleza la vital importancia de un río para una nación sedienta como Herodoto cuando escribió que «Egipto es un regalo del Nilo». Sin las caudalosas aguas del río por el que navegaron los faraones hasta su morada final, Egipto sería un pedregoso desierto, un páramo en el que apenas se habrían desarrollado tribus nómadas, y el mundo jamás habría conocido una de sus civilizaciones más fascinantes, hoy convertida en la nación más poblada del mundo árabe.
Más que nadie, los casi 90 millones de egipcios son conscientes de la importancia del Nilo para la supervivencia del país, por eso hace unos días, cuando Etiopía ha comenzado a desviar el curso del Nilo Azul para iniciar la construcción de la Gran Presa del Renacimiento, un megaproyecto que proporcionará al país 6.000 megavatios de energía eléctrica, el nerviosismo ha invadido los pasillos del poder en El Cairo. De cara a la galería, la presidencia egipcia ha intentado mandar un mensaje de tranquilidad a la población y ha asegurado que este desvío del curso del mayor afluente del Nilo no afectará a la cuota egipcia. Pero entre bambalinas la actividad es frenética. El Ministerio de Exteriores egipcio convocó la semana pasada al embajador etíope para hacerle partícipe de su descontento.
La repartición del Nilo se rige por dos tratados. Uno firmado en 1929 por Egipto y el Reino Unido (que representaba a sus colonias entonces, entre ellas Sudán), y que otorgaba a El Cairo derecho de veto sobre los proyectos río arriba que pudieran afectar a su caudal, y otro rubricado en 1959 entre Egipto y un Sudán ya independiente, en el que ambos países, a pesar de ser solo usuarios y no contribuir a su caudal, se repartieron la totalidad de las aguas. De los 84.000 millones de metros cúbicos que anualmente llegan a la parte baja del río, 55.500 serían para Egipto y 18.500 para Sudán, mientras que se consideraba que los 10.000 millones restantes se perdían en la evaporación y las filtraciones río arriba. Los otros siete países que completaban entonces la cuenca del Nilo -Ruanda, Burundi, República Democrática del Congo, Tanzania, Kenia, Uganda, Etiopía- se quedaban sin nada, y también sin la capacidad para construir proyectos que pudieran influir en el caudal del río. Tras su independencia, Sudán del Sur ha sido el décimo país en unirse a la Iniciativa de la Cuenca del Nilo, la organización creada para intentar resolver las disputas sobre el agua en la región.
Sin consulta previa
Hace ya varios años que los países del curso alto y medio del río, liderados por Etiopía -donde se genera el 85% de las aguas de Nilo-, han dicho basta. En 2010, Ruanda, Etiopía, Uganda y Tanzania firmaron un nuevo acuerdo por su cuenta con la idea de poder desarrollar proyectos de irrigación y energía hidroeléctrica tras consultarlo con Egipto y Sudán, pero sin que El Cairo pueda ejercer derecho de veto. En el caso de la Presa del Renacimiento, Egipto critica a Etiopía que no haya esperado a conocer el informe de una comisión tripartita de expertos, que estudia las repercusiones del embalse y que debería conocerse en cualquier momento.
Son muchos los analistas que han pronosticado que la próxima guerra de Egipto no será por el control del Sinaí ni por las rivalidades con su vecino Israel, sino por el agua. Todos los presidentes anteriores han amenazado con utilizar la vía militar si los intereses de Egipto se veían amenazados, y durante la semana pasada los tambores de guerra han repicado desde la prensa egipcia y algunos portavoces políticos de la oposición, aunque la presidencia ha asegurado que no se contempla la opción militar. Pero el conflicto está servido, y los pronósticos no son halagüeños.
Según el Instituto de Planificación Nacional, un órgano oficial, Egipto necesitará 21.000 millones de metros cúbicos anuales más en 2050 para poder abastecer a una población que entonces llegará a los 150 millones de habitantes. La cuestión está en si, con ese censo, el agua no será sino uno más de los infinitos problemas de Egipto.