La estrategia de los reptiles kenianos
La avaricia y la corrupción afectan tanto al poder ejecutivo como al legislativo del país
Actualizado: GuardarLas tortugas siempre intentan volver a la playa de Watamu, su lugar de origen. A pesar de las enormes dificultades y peligros que comporta atravesar el Océano Índico, se empeñan en llegar hasta sus blancas arenas para desovar, un tesón que se ha convertido en todo un reclamo turístico. Los miembros del Parlamento keniano parecen inspirarse en la esforzada conducta de los quelonios de su costa nororiental. Como ellos, tienen un objetivo y no se amilanan ante los obstáculos políticos, el rechazo social o, incluso, la oposición del Gobierno.
Los políticos han accedido a la Cámara para enriquecerse y no cejan en su empeño. El martes aprobaron el enésimo incremento de sus salarios, situados entre los más elevados del mundo en un país de ingresos medios. El presidente, Uhuru Kenyatta, rechaza esta medida, que va contra su plan de reducción del gasto público. Pero tampoco cuenta con la suficiente autoridad moral. Un informe recién publicado revela que la inmensa fortuna de su familia proviene de prácticas turbias. La corrupción es un fenómeno antiguo y generalizado en la potencia del Cuerno de África.
La posesión de la tierra constituye una prueba de esas prácticas delictivas. La Comisión para la Justicia y la Reconciliación ha demostrado que los acuerdos entre la exmetrópoli británica y el nuevo estado para devolver las tierras usurpadas por los colonos a las tribus desposeídas fueron violados sistemáticamente. A mediados de los 60, poco después de proclamarse la independencia, Jomo Kenyatta, el padre de la patria, favoreció a su mujer e hijos, al partido gobernante y a la tribu kikuyu, a la que pertenecía, adquiriendo lotes a muy bajo precio. Hoy se calcula que una sexta parte del suelo agrícola pertenece a la familia.
Los conflictos que tuvieron lugar en el valle del Rift en 2007 se hallan estrechamente ligados a rencores intertribales. La mayoría de las parcelas vendidas se hallaban en esa fértil región y las operaciones marginaron a los kalenjin, otra de las comunidades nativas que no pudo recuperar sus territorios ancestrales. Además, el padre del actual dirigente también se hizo con hoteles y parcelas en la costa, destino internacional de lujo, en el que una minoría árabe también había usurpado los dominios de los bantúes originarios.
Orígenes fraudulentos
El informe, que pretendía cerrar las heridas de una sangrienta descolonización, ha desvelado los orígenes fraudulentos del patrimonio en bienes raíces de toda la elite dirigente, incluida la del jefe de la oposición, Raila Odinga, cuyo progenitor fue vicepresidente con el primer Kenyatta y está considerado un líder del pueblo luo.
El control de la gestión política por una reducida oligarquía se ha visto favorecido por su manipulación de los lazos tribales, adhesión incentivada por el clientelismo. La modernidad también ha influido en esas costumbres al introducir» nuevas modalidades como la más sofisticada prevaricación, el tráfico de influencias a gran escala y la ingeniería financiera. Los escándalos Goldenberg, de contrabando de oro, o el Anglo Leasing, de contratación fraudulenta de servicios públicos, implicaron a todo el Gobierno del dictador Daniel Arap Moi, hoy ya feliz jubilado al amparo de una elevada renta vitalicia.
La tentación vive arriba y puede contagiar a todo el cuerpo legislativo. Tal es el argumento de los parlamentarios, que han asegurado, con inaudita franqueza, que tan sólo se atribuyen privilegios para inmunizarse ante las abundantes ofertas delictivas. Como ocurre con las tortugas, el afán parece heredarse genéticamente. Antes de concluir su mandato, la anterior Cámara aprobó una autogratificación de 82.000 euros. El Ejecutivo reaccionó bloqueando la medida con el respaldo judicial y Uhuru Kenyatta ha reducido a la mitad del sueldo de los titulares del escaño, en torno a los 10.000 euros mensuales.
Sus señorías se han rebelado con Mithika Linturi a la cabeza. Este líder gremial ha dirigido una encomiable campaña que no distingue de colores, ni de etnias ni adscripciones, para defender solidariamente las prebendas arduamente conseguidas. El caudillo las reclama para hacer frente a una legislatura que se prevé difícil dada la atmósfera recesiva, y que exigirá reducir el presupuesto nacional, la merma de subsidios básicos e, incluso, medidas draconianas como el despido general de colectivos en lucha, caso de los maestros y enfermeras, que osan un incremento de su salario, estimado en unos 100 euros.
Ante el reto de contener la presión popular, tan belicosa, él y los suyos exigen el reintegro de las pagas para sumarlas a las cantidades que reciben por conceptos como el mantenimiento de vivienda, vehículo, gimnasio, dietas o reuniones. Sarah Serem, presidenta de la Comisión de Salarios, se opone a que los furibundos parlamentarios recuperen sus prerrogativas y Linturi ya la ha amenazado con su destitución al asegurar que puede obtener el apoyo necesario de todo el arco parlamentario.
Una campaña viral en Kenia quiere contestar la advertencia reuniendo un millón de firmas con las que obligar al legislador a regresar a su casa en la circunscripción de Igembe Sur e impedir que vuelva a sentarse en un escaño.
Insensibilidad
Cierto segmento de la sociedad civil ha mostrado una absoluta insensibilidad ante las recalcitrantes demandas de sus representantes. El movimiento 'Ocupa el Parlamento' los tacha de avariciosos por ponerse manos a la obra en sus requerimientos pecuniarios tan sólo dos meses después de resultar elegidos, aunque lo cierto es que tampoco comprendió los intentos de sus predecesores cuando buscaron dotar su retiro de la política con pasaportes diplomáticos, guardaespaldas y funerales con rango estatal a cuenta del erario público.
El desprecio hacia sus legisladores se manifestó hace dos semanas con la suelta frente al Parlamento de Nairobi de una piara de marranos en cuyo lomo habían escrito «cerdos golosos». Probablemente, los congresistas no se dieron por aludidos. Porque su propósito no tiene que ver con los míseros puercos, sino con los obstinados reptiles marinos. Sus detractores no parecen percatarse de que ellos, como las tortugas de Watamu, tienen un ancestral cometido, la perpetuación de la especie y su estatus, y resulta evidente que ni las corrientes del Índico ni la furia popular podrán hacerlos desistir.