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El orden establecido

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Meses costó descubrir la razón por la que los menores internos en el Centro alteraban inexplicablemente su comportamiento a partir de la tarde del jueves cuando, hasta ese momento, habían observado una conducta respetuosa con las pautas de convivencia pactadas. Qué pasaba. Cuando todo parecía ir bien en el último instante los niños debían quedarse castigados durante el fin de semana en lugar de disfrutar de su casa y sus familiares. A alguien se le ocurrió que podíamos dar a los chavales la oportunidad de elegir entre irse o quedarse. Sonó la flauta y la mayoría de ellos, cumpliendo adecuadamente con las normas establecidas, optaban por quedarse. Para aquellos niños no suponía precisamente un atractivo cambiar las cuatro comidas seguras por el bocata de lo que pilles, la cama blanda y limpia por el desvencijado y mugriento sofá del salón, la actividad organizada por el desmadre absoluto y las atenciones de los educadores por el me da igual dónde vayas y lo que hagas; si entras o sales.

Hace unos días, mientras me encontraba a la puerta de un supermercado, vi salir a uno de aquellos niños -hoy adulto- que se mantuvo en el colegio hasta que lo impidiera su mayoría de edad y no le quedase más remedio que regresar al lugar que durante años había aprendido a esquivar con la inteligencia y la astucia propias de la necesidad. Después vendrían irremediablemente el desempleo, el buscarse la vida y la droga para mitigar los sufrimientos del alma. Jony, con visibles signos de abandono físico y emocional, salía del establecimiento con su litrona y con pasmosa tranquilidad animaba a la cajera para que lo denunciara. ¡Allí, por lo menos, como!

En el contexto de un modelo de intervención educativa basado en favorecer - desde el afecto y el respeto - la implicación del menor en su propio proceso de recuperación, Jony y sus compañeros tuvieron claro en la dirección que debían resolver el dilema que se les planteaba. Invocar el uso de la libertad personal -en el actual escenario social- es un quehacer estéril, sencillamente porque los desheredados cada vez tienen menos posibilidades de elegir en un sistema que favorece con contumacia el enriquecimiento de unos pocos a costa de incrementar la sumisión de todos los demás.

Comienza a hablarse que será 2.014 el año en que oficialmente se proclamará el fin de la crisis. Tal vez incluso nos feliciten por haber acatado ser más pobres, menos libres y muchísimo más vulnerables. Nuestros gobernantes habrán contribuido a reinstaurar así el orden establecido, desde que el mundo es mundo, por nuestra indómita condición humana. Y vuelta a empezar.