Los Príncipes de Asturias, junto a los humoristas y dibujantes, Andrés Rábago 'El Roto', Antonio Fraguas 'Forges', Juan Ballesta, José María Pérez González Peridis y Siro López, la viuda de Mingote, María Isabel Vigliola, y el comisario de la muestra, Francisco Bobillo. :: J. MARTÍN / EFE
Sociedad

La crónica de los pintamonas

La Biblioteca Nacional recorre el humor gráfico político durante la Transición

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El humor es una forma de rebeldía. Lo saben bien los dibujantes que durante la Transición sedujeron al lector con igual o incluso más acidez que los cronistas. Una exposición en la Biblioteca Nacional recupera ahora aquellos chistes y viñetas, insumisas e irreverentes, que despojaron de sus vestiduras solemnes a los dirigentes políticos. 'La Transición en tinta china', una muestra que permanecerá abierta del 28 de mayo al 25 de agosto, se compone de fondos propios de la entidad y de originales cedidos por Forges, Peridis, El Perich, Gin, Mingote, Chumy Chúmez, Siro o Ballesta. Además, la Casa Real ha prestado ocho láminas que tienen como personaje protagonista al Rey.

En la década de los setenta, los directores de revistas y periódicos se movían entre el atrevimiento y la prudencia. La censura previa había desaparecido con la 'Ley Fraga', pero si al régimen se le atravesaba un chiste la publicación se exponía al secuestro o a multas onerosas que la abocaban al cierre. De ahí que prevalecieran el doble sentido y la apelación a la inteligencia del lector.

La Transición coincide con una primavera del humor político gráfico. Desde las postrimerías del franquismo, los pintamonas -como se define Forges- desafiaron la paciencia de la censura y ofrecieron a los lectores todo su talento e ingenio satírico.

Los autores presentes en la muestra no se consideran ni mucho menos una especie en vías de extinción. Antonio Fraguas, Forges, sigue trabajando con tinta china. «Como casi todos los dibujantes del mundo, lo hago a mano». Los nuevos artilugios, como las tabletas, son por ahora imperfectos, por cuanto el trazo tarda en aparecer en la pantalla unas décimas de segundo desde que se desliza el dedo. «Es casi imperceptible, pero a mí me pone de los nervios», aduce Forges.

La Casa del Rey tiene un rico conjunto de caricaturas de don Juan Carlos, pues cada vez que se publicaba una de ellas solicitaba el original al autor. Una costumbre que duró mientras Sabino Fernández Campo ejerció su mandato, hasta 1993. Entonces los hacedores de tiras cómicas desplegaban con la monarquía todo su tacto.

Durante los últimos coletazos de la dictadura, los dibujantes sortearon con mucha imaginación y no pocas dosis de temeridad las acometidas de la Ley de Prensa e Imprenta. Franco nunca podía ser objeto de mofa. Eran tiempos en que el público leía entre líneas, lo que obligaba a aguzar el talento de los humoristas. Lo malo de leer entre líneas es que había algunos que lo veían todo blanco, como decía Gila. Chumy Chúmez, Summers y Mingote, ya desaparecidos, contribuyeron a una edad de oro del humor gráfico que hoy se antoja irrepetible.

La aparición en 1972 de 'Hermano Lobo' supuso todo un revulsivo para el aletargado humor gráfico de la época. Por entonces, 'La Codorniz' comenzaba su declive y la sociedad demandada una comicidad con más mordiente. Fundado por Chumy Chúmez, el semanario 'Hermano Lobo' inauguró una tendencia «más exigente y radical» políticamente, en palabras del comisario de la muestra, Francisco Bobillo de la Peña, quien se ha visto auxiliado para esta empresa por Forges y José María Pérez González Peridis. A rebufo de esa revista, que conquistó con descaro los quioscos, surgieron otras aún más desvergonzadas, como 'Barrabás', 'El Papus', 'El Jueves' o 'Por favor'.

La exposición aglutina obras de Gallego & Rey, Mingote, Máximo, Mena, El Roto, Perich, Sir Cámara, Killian, Martín Morales, Romeu, El Cubri, Ja, Quino, Ivá, Carlos Jiménez, Chumy Chúmez y Cesc, entre otros. Las creaciones de estos artistas de lo efímero aparecieron en incontables publicaciones, desde el monárquico ABC al izquierdista 'El cocodrilo Leopoldo', de vida efímera (1974-1975) y cuyo número cero ya sufrió el secuestro. El motivo de la censura: una portada con Arias Navarro, entonces presidente del Gobierno, caracterizado como Charlie Brown.

Desde el referéndum auspiciado por Adolfo Suárez para promover la reforma del régimen algunos humoristas moderaron la alusión corrosiva. Otros se mantienen en sus trece.