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Los refugios subterráneos salvaron vidas en la catástrofe de Oklahoma

NUEVA YORK. Actualizado: Guardar
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No es fácil vivir en el 'Pasillo de los tornados', que a grandes rasgos se extiende desde los Apalaches hasta las Montañas Rocosas, pero a todo se acostumbra uno. El jugador de los Mets Jeremy Hefner se debe ahora a su equipo neoyorquino, pero estos días es su Oklahoma natal la que ocupa sus pensamientos. Y no sólo porque aún tiene tíos y primos en la ciudad de Moore, que acaba de ser barrida de la faz de la tierra por un monstruo de categoría 5, la máxima. Sino porque el colegio donde estudió es uno de los edificios reducidos a escombros que ha sepultado a siete niños. «Parece que cada año por esta época, a la hora de la cena (que en EE UU es sobre las 17.00 horas), uno ve cerrarse el cielo, todo se oscurece y sabes que puede ser un tornado. Miras por la ventana y lo ves venir».

Estados Unidos experimenta unos mil tornados al año, pero la mayoría son de baja intensidad y no dejan demasiadas secuelas. Moore ha visto más de lo que cualquier otro pueblo podría soportar. El 4 de octubre de 1988, el 3 de mayo de 1999, el 8 de mayo de 2003, el 10 de mayo de 2010 y el 20 de mayo de 2013 son fechas grabadas a fuego en la memoria de sus habitantes, y en las lápidas de su cementerio. Con todo, la ciudad no tiene ningún refugio público subterráneo que pudiera haberla librado de la masacre del lunes, la más catastrófica de su historia. El argumento es que, en apenas 16 minutos de aviso, pocos tendrían tiempo de llegar a él, por lo que es más seguro buscar refugio en el propio hogar.

Se calcula que unas 13.000 casas de las 14.848 que le atribuye el censo quedaron destruidas. Y apenas 3.000 tenían uno de los preciados refugios que salvan la vida. Los habitantes de Moore sabían dónde esconderse, pero ni el armario ni la bañera soportaron los vientos de 320 kilómetros por hora.

En el hospital pusieron los colchones encima de los enfermos y en el colegio bajaron algunos niños al sótano, pero en cuanto se rompieron las tuberías el agua comenzó a filtrarse por las paredes arcillosas y seis de ellos murieron ahogados. Edad: entre 4 y 9 años, y ni siquiera fueron las víctimas más jóvenes. Los bebés Case Futrell, de cuatro meses, y Sydnee Vargyas, de siete, murieron de golpes en la cabeza.

La América profunda

Todos coinciden en recordar el estremecedor ruido del tornado como el retumbar de un tren de mercancías. Cuando el ruido cesó y las 33.000 personas afectadas empezaron a salir de debajo de los escombros, muchas tenían clavados objetos en la cabeza.

El alcalde Glenn Lewis conoce bien el escenario. El 3 de mayo de 1999 también era alcalde de Moore. Y si entonces no consiguió convencer a sus concejales para imponer por ley la construcción de refugios subterráneos o habitaciones de seguridad en nuevas viviendas, esta vez ha prometido que ocurrirá. Los 3.000 existentes y la experiencia de sus ciudadanos han permitido mantener el número de muertos en apenas 24, de los que 10 son niños. Una cifra que no deja de ser dramática pero palidece en comparación a los 161 muertos que dejó otro tornado en Joplin, Mississippi en 2011. Un lugar donde los refugios tampoco son obligatorios.

En Oklahoma, donde el 16,3% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, los entre 3.000 y 30.000 dólares -2.300 y 23.000 euros- que cuesta construir un refugio por vivienda resultan inasequibles para muchos. Además, debido a la calidad del terreno, los refugios subterráneos obligarían a reforzar cimientos que penetren mucho más en la tierra y por tanto encarezcan la obra. Como también lo harán las estructuras reforzadas que hubieran impedido que todo quedase reducido a tablón sobre tablón.

El principal problema que el alcalde Lewis tendrá que afrontar será, sin embargo, la resistencia de estos ciudadanos de la llamada América profunda que no aceptan la interferencia del Gobierno en su libertad a construir las casas como quieran, y a morir en ellas si Dios lo quiere. Esa cerrazón es la que explica también que el congresista Tom Cole, nativo de Oklahoma, haya sido el primero en negarse a que el Ejecutivo federal proporcione fondos federales para reconstruir propiamente la ciudad devastada que el presidente Barack Obama visitará el domingo.