Niño de la rosa
Actualizado: GuardarLa narración humilde de su infancia bien habría podido animar la pluma de un Delibes o un Ferlosio. Los episodios taurinos de su juventud bien podrían haber enamorado a la cámara de un Berlanga. Los tonos amargos de su madurez bien podrían haber sido destilados de ciertos poemas del más desengañado Bukouski. Los grandes hombres acaban siempre escribiendo la Historia. A los ínfimos mortales no les está permitido redactar ni siquiera una línea. El Niño de la Rosa fue uno de estos. Escribo estas líneas por él.
Se fraguó su infancia con el chisporroteo en blanco y negro de una televisión donde la figura de El Cordobés, con quien compartió nombre y (aun con el orden cambiado) incluso los apellidos, creció hasta dar forma en él a ese sueño de predestinación que desde entonces quiso vivir siempre. Empecinado en ese tópico acudía a los tentaderos a lomos de una vieja motocicleta en cuyo manillar lucía retorcida aquella rosa de plástico que a la postre acabaría prestándole tal nombre artístico.
De corte facial no precisamente agraciado y adoleciendo de ese garbo que nunca le permitió presumir airosamente del traje corto, en capeas de feria y polvo exhibió sin pudor el terror del momento decisivo refugiándose en lo más profundo de un burladero, o demostró su incorregible habilidad para situarse justo en el sitio en donde tenía que pasarle por encima hasta la menos malintencionada de las vaquillas.
Tras esa juventud alegremente derrochada, algún resorte en su conciencia le avisó de que el tramo final de su existencia iba a ser un toro muy difícil de lidiar. Sumergió entonces a su estómago vacío en ese torbellino de nicotina y tinto peleón que le evitó tener que mirarle a los ojos a la existencia. Del mismo modo que don Quijote se valió del ánimo burlesco de los duques para que estos certificaran cuando menos de ese modo su calidad de caballero andante, así se alegraba él cuando la gente por la calle lo llamaba por su nombre torero, porque eso de alguna manera le henchía de realidad el forro deshilachado de aquel viejo sueño.
Autor y protagonista de aquella ficción, durante toda su vida fue repartiendo risa entre la gente hasta que su corazón no encontró el modo de poner fin a la farsa.
Va por ti, maestro.