Adiós a un hombre bueno
El actor hizo historia en la televisión, aunque su gran pasión era el teatro, al que se entregaba con el rigor de un veterano y la ilusión de un principiante Sus compañeros evocan a Romero como una persona inteligente, culta y generosa con los amigos
MADRID. Actualizado: GuardarSensible, culto, inteligente, políglota, concienzudo con el trabajo y, sobre todo, un buen hombre. Así definieron ayer sus amigos y compañeros a Constantino Romero, el hombre de la voz rotunda y la cara amable de la televisión.
Con Constantino Romero se hacer verdad ese tópico manoseado de las necrológicas de que el fallecido hizo historia. En el caso del actor y presentador, es una certeza irrefutable que Romero forma parte de los mitos de la televisión española. «Constantino Romero ha sido uno de los grandes de la historia audiovisual española durante casi medio siglo», aseguró el presidente de la Academia de Televisión, Manuel Campo Vidal. El informador se sumó a las condolencias y subrayó lo que dijeron todos sus compañeros sobre su trayectoria. «Se nos va un gran profesional y una gran persona». Una impresión que comparte el director de cine José Luis Cuerda: «El Constantino Romero que yo conocí era tan bueno como su voz».
No solo era la voz. Constantino Romero era un actor de raza sobre las tablas. Su compañero y amigo Emilio Gutiérrez Caba coincidió con él en el montaje de 'A Electra le sienta bien el luto', y recuerda que le fascinaba participar en la liturgia del teatro. «Le emocionaba subir al escenario y participar con los espectadores y actores en esa ceremonia tan particular. Aunque tuviera otros oficios, como los de doblador o periodista, el teatro era lo máximo para él». Gutiérrez Caba evocó su bonhomía, su voz poderosa y su encanto personal. El intérprete era además un gran conversador, un hombre culto que disfrutaba con sus amigos charlando en las noches veraniegas de Mérida, después de una función, ante el Teatro Romano de Mérida.
Sorprende que un hombre encasillado en el doblaje y los concursos televisivos demostrara un talento tan polifacético. El director teatral Mario Gas destacó su carácter versátil, «como artista y como hombre». Romero se entusiasmó como un niño cuando en 2004, a las órdenes de Mario Gas, representó 'La Orestiada'. «Tenía un gran corazón y tuvo una vida plena».
Al periodista José María Íñigo le entristece la desaparición de un hombre que se encontraba en plenitud de facultades. Íñigo cree que Constantino Romero era la prueba palpable de que para ser un buen presentador «no es necesario medir dos metros, ser rubio y tener ojos azules». En el trabajo de doblador y hombre de televisión prevalecieron siempre unas dotes innatas que le hacían inimitable. «El vendía talento, no fachada».
José María Flotats le dirigió en 'Beaumarchais' en 2010 y consideró que Romero era un buen hombre. «Constantino era una persona muy querida en la profesión, entre otras cosas porque era muy amigo de sus amigos. Aunque siempre es una pérdida la desaparición de un amigo, en este caso era un gran ser humano, un hombre bueno y muy leído». Lamenta Flotats en estos momentos que no aceptara participar en el montaje de 'La mecedora', de Jean-Claude Brisville, que se pudo ver en el Centro Dramático Nacional. Romero desistió de embarcarse en esa aventura porque ya se veía con pocas fuerzas para afrontar un trabajo que exigía un gran desgaste físico.
Cantando en catalán
A la actriz de Vicky Peña no se le olvidará su debut teatral, cuando tuvo el arrojo de cantar sobre un escenario, con el mérito añadido de hacerlo además en catalán, un idioma en el que nunca había trabajado. «Era muy inteligente y generoso, lo compartía todo y le gustaba estar rodeado de gente. En lo profesional, descollaba por su afán de perfección, lo que no era óbice para que a veces se sintiera tan inseguro que «temblaba como una hoja». «Pero era el temblor de la responsabilidad y querer hacer las cosas bien».
Jordi García Candau, ex director general de RTVE, elogió su inteligencia. El último programa que grabó para la televisión autonómica de Castilla-La Mancha lo hizo apoyándose en un taburete. La enfermedad, de carácter neurológico, ya había dado la cara y minaba su capacidad de movimiento. «Era imposible no quererle», apostilló Candau.