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Un país en camino

La reconstrucción de Somalia evidencia debilidades locales y ambiciones foráneas

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Los somalíes piden caminos. Algunos demandan carreteras practicables y seguras, libres de los habituales controles armados, accesos fáciles y rápidos a los centros de aprovisionamiento, mientras que otros, más ambiciosos, reclaman rutas convincentes que les otorguen voz y voto en la reconstrucción de su país. Pero la laboriosa resurrección del Estado africano también ha puesto de manifiesto la búsqueda de nuevas vías por los demás implicados en el proceso. La cumbre de donantes celebrada en Londres el martes ha mostrado el deseo de Gran Bretaña de mantener su condición privilegiada en África, pero también el indisimulado tesón de Turquía por encontrar la proyección mundial adecuada al estatus de potencia emergente.

La comunidad internacional acaba de comprometer 250 millones de euros en partidas destinadas, principalmente, a reforzar el sistema policial y judicial. Los dos principales mecenas han seguido con su pulso por el mejor padrinazgo. Reino Unido aportará fondos para prevenir futuras hambrunas y mejorar las comunicaciones radiofónicas en la costa, un medio para luchar contra la piratería naval, actualmente en horas bajas. El Gobierno otomano, consciente de que esta no era su mano, no ha desplazado a su primer ministro porque ya había anticipado el correspondiente movimiento táctico. El pasado abril fue anfitrión de una reunión entre las autoridades de Mogadiscio y Somaliland, el secesionista territorio noroccidental.

Esa pugna por liderar la recuperación de Somalia, auspiciada por Naciones Unidas y la Unión Europea, no cuestiona la figura del presidente Sheikh Hassan Mohamud, elegido el pasado año por el Parlamento y representante de una clase dirigente moderna. Ahora bien, la realidad es notablemente distinta y menos alentadora. La política local sigue encallada en el ancestral juego de alianzas entre clanes y subclanes, verdadero poder en la sombra, capaz de determinar, en función de sus movedizos intereses, el auge y declive de las facciones islamistas y progubernamentales.

El nacimiento de Jubaland demuestra la importancia de esa corriente subterránea. La ofensiva contra Al-Shabab en el extremo meridional, ha liberado las provincias meridionales y, rápidamente, ha alentado a crear una nueva república autónoma. Tal entidad resulta útil para las elites nativas que aspiran a controlar el puerto de Kismayo, gran exportador de carbón, y establecer un nuevo marco administrativo más o menos ajeno a las directrices gubernamentales.

Además de Gran Bretaña y Turquía, la península arábiga constituye el otro agente esencial en este proceso de recuperación. Somalia se halla integrada en el pujante sistema comercial regional, masivo demandante de bienes de primera necesidad. Más del 80% de los flujos comerciales de Mogadiscio se establecen con las monarquías ribereñas del golfo Pérsico. La cuasi ciudad-Estado los abastece de productos de alimentación y recaba materiales de construcción y vehículos para su reciente desarrollo y expansión urbana. Kuwait, Catar y los Emiratos, con una gran comunidad de expatriados, prevén la próxima apertura de Embajadas en la peligrosa capital siguiendo los pasos de Londres y Ankara.

'Boom' económico

El maná proporcionado por la solidaridad internacional constituye el otro asiento para el 'boom' económico que experimenta Somalia, donde sectores como las telecomunicaciones o los servicios se hallan en franca expansión. Pero el optimismo parece matizado por otro fenómeno tan extendido como es la corrupción. Los esfuerzos de Occidente por auditar la ayuda otorgada han sido tan vanos como los intentos de fiscalizar el comercio internacional.

La falta de una Administración ha impulsado una autogestión, libre de impuestos y controles, que no favorece la soberanía financiera del nuevo país, condición inexcusable para su viabilidad. La reciente conferencia de Londres ha impuesto un plazo de cuatro años para conseguir una gestión pública trasparente. A lo largo de las dos últimas décadas, sus habitantes han sobrevivido aplicando la costumbre o 'xeer' y recurriendo a la 'hawala', un mecanismo para la trasferencia de fondos que no requiere procedimientos burocráticos. La participación activa de la diáspora, con medios y formación occidental, es esencial para conseguir esa homologación.

El reto es enorme para el poder central y aún mayor para los gobiernos provinciales, mucho menos beneficiados, e incentivados, por la ayuda extranjera. Así, por ejemplo, la connivencia de las autoridades de Puntlandia con el entramado corsario dificulta aún más lograr esos estándares.