Lo peor de la educación
Actualizado: GuardarHace apenas seis años que tengo contacto con el «sistema educativo». Con el nuevo. Tuve otro hace siglos. Vivíamos en blanco y negro. Alfredo Landa era cómico, antes de ser actor, y estaban en uso siglas raras como URSS, EGB y COU. En esta segunda fase, paterna, en la ribera, la experiencia va por duplicado. Tanto por ser dos los alumnos que me incumben como por conocer dos centros: público y concertado. No es demasiado tiempo pero he tocado dos de los tres palos del gremio (en Cádiz no hay privados ni tendría forraje y humor para eso). Ha dado para saber de planes y contraplanes, reformas y contrarreformas, de programas, temarios y objetivos, de horarios y recreos, exceso de deberes o su escasez, de pruebas, controles y notas, de tutorías, actividades extraescolares y cumpleaños a cascoporro. Incluso he descubierto cosas asombrosas, como que la educación gratuita puede costar cien euros cada pocas semanas. Traté a cuatro o cinco profesores de forma constante, directa. Intenté cuidar cuando me tocó a una docena de niños que dicen ser amigos eternos de los míos aunque quizás ni se recuerden cuando sus tartas tengan dos dígitos .
Tras esta etapa inicial (ojalá me quede mucho como padre de alumnos) he llegado a la conclusión de que lo peor del sistema, aquí y ahora, no es la administración y sus bandazos, ni las carencias materiales o personales, ni la ineptitud o dejadez que no encontré en ningún docente. Creo que el peor de los sectores de la comunidad educativa es el de los padres. Entre los que vi abundan -hay maravillosas, afortunadas excepciones- los que fueron primeros niños opulentos y consentidos, de la cuna a la treintena, en la historia de este país, débiles ante la menor frustración material, atribulados, desconsiderados y egoístas con agravante de inconsciencia. Lo peor del sistema, los que precisan de reforma urgente, son esos que se creen con derecho a aparcar en doble fila en la puerta cada mañana y crean un fastidio que parece alentar su sadismo. Los que dejan la entrada como un estercolero cuando aún no hay niños. Los que convierten deporte en repulsión en vez de hacerlo diversión. Los que despellejan al profesor y lo convierten en oponente. Los que empujan a otros críos al recoger al suyo. Los que revientan reuniones con un discurso de extensión castrista sobre un nimio problema particular... Pero todo esto es difícil de solventar con leyes.