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Baratillo de miserias

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Todas las ciudades tienen un baratillo, mercadillo o rastro, según quieran llamarlo. En Jerez, junto a la Alcazaba; en Sevilla, en calle Feria; en Granada, en la Fuente de las Batallas; en Málaga, en la plaza de La Merced. Todas lo tienen y ninguna lo quiere. En épocas como ésta, cuando crecen las miserias, es más difícil que nunca esconderlas. Pero se intenta. El baratillo de los domingos en Cádiz se trasladó a la calle Doctor Gómez Ulla, a las puertas de Filosofía y Letras cuando se rehabilitó el Mercado Central. Y allí sigue. Desde entonces, desde 2007, los vendedores reclaman que les devuelvan su sitio junto a la Plaza, con la oposición de los vecinos que no quieren volver a ver unos puestos llenos de cacharros viejos en pleno centro de Cádiz, sobre todo ahora que el Mercado está tan bonito. Pero más allá de lo que convenga al urbanismo y la urbanidad, no hay que olvidar que detrás de un vendedor ambulante, de un mantero, si se prefiere, hay una dura realidad económica y social. No creo que a nadie le guste levantarse a las cuatro de la mañana para pelearse por asegurarse un puesto en la acera. El que lo hace pretende sacar lo justo para pagar la compra «un par de días», como me contaba recientemente una de las vendedoras. También hay quien enganchado en la droga o en cualquier tipo de adicción más o menos bendecida socialmente busca en la mañana del domingo una salida para su desesperación. Durante estos últimos meses, el baratillo de Cádiz (que nada tiene que ver ni con el 'Piojito' ni con los mercadillos semanales de cada localidad, más bien con el rastro de toda la vida) no para de recibir nuevos vendedores y los antiguos, propietarios de plaza desde hace apenas cinco años, no dudan en denunciarlos a la Policía Local. Así es el ser humano. El que está no deja paso y el que ni siquiera se plantea llegar ahí los quiere lejos. Ahora, eso sí, todos nos hemos dado un paseíto algún domingo por la mañana por el rastro de cualquiera de nuestras ciudades, por curiosear, por matar el tiempo antes de la cerveza del mediodía. Algunos incluso los visitamos tras salir de misa. Pero, por favor, junto a mi casa que no los pongan, que son muy guarros y muy jaleosos.