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Los rescatadores bancarios se van con la hucha a rebosar
Alfredo Sáenz atesora un fondo de pensiones de 88 millones de euros; Corcóstegui se llevó 108 millones de indemnización
MADRID. Actualizado: GuardarLa salida de Alfredo Sáenz del Santander, tras atesorar un fondo de pensiones de 88 millones de euros, es la secuela del modo de hacer de una generación de ejecutivos bancarios que ha marcado la historia del sector. Todos se han ido con los bolsillos llenos, e incluso alguno ha cedido a la tentación de seguir en la brecha. Es el caso de José Ignacio Goirigolzarri, que abandonó el BBVA con una pensión de 53 millones de euros, aunque años después aceptó el desafío de relanzar Bankia, donde su sueldo anual está tasado al tratarse de una institución rescatada con ayudas públicas.
Los Sáenz, Corcóstegui, Luzón o Goirigolzarri nunca constituyeron un mismo equipo. Aunque sí formados en una escuela idéntica, no todos coincidieron en el tiempo, si bien comparten una muy parecida visión del negocio. Algunos han salvado entidades del naufragio. Los ha habido que facilitaron con su salida procesos de fusión; otros ayudaron a las privatizaciones, e incluso algunos han contribuido a la puesta a flote de bancos con futuro poco prometedor. Bregados en las mayores dificultades de anteriores procesos, parte de ellos también ha tenido que lidiar con la brutalidad de la actual crisis financiera.
Sáenz aterrizó en Banesto a principios de 1994 mandatado por BBVA. Formado en la escuela de Pedro Toledo -malogrado presidente del Vizcaya-, antes había reflotado Banca Catalana, intervenida por la autoridad de supervisión bancaria en 1982. La idea del Banco de España era que un gestor experto del sector privado se ocupara de sanear y relanzar la entidad intervenida tras la gestión de Mario Conde. El directivo, que ya había visto cortocircuitada su trayectoria en el grupo vasco, vio el cielo abierto cuando el Santander se adjudicó en subasta este banco, y optó por desarrollar en el grupo presidido por Emilio Botín su futura carrera. De Banesto se vio catapultado a la empresa matriz, donde ha desempeñado el puesto de primer ejecutivo hasta la fecha.
Francisco Luzón dejó el Santander con una pensión de 56 millones, más complementos y otros seguros, por importe de 9,9 millones de euros adicionales. Se trata de otro ejecutivo formado en la escuela de Toledo, que también participó en la gestación del Bilbao-Vizcaya y se abrió un camino propio con la banca pública. Bajo mandato socialista pilotó el nacimiento de Argentaria, hasta que en 1996 la victoria del PP en las elecciones le desplazó del cargo. De la fusión de Argentaria con BBV nació precisamente el BBVA.
El primer caso polémico
Anterior en el tiempo es la historia de Ángel Corcóstegui, un ejecutivo de la misma escuela que ocupó tres años -desde la fusión entre el Central Hispano y el Santander, el 15 de enero de 1999- el puesto de consejero delegado del grupo. Casi desde los inicios del proyecto estaba clara la preeminencia de una parte; así, a la salida de José María Amusátegui de la copresidencia compartida, sucedió pronto la del primer ejecutivo. En febrero de 2002, mientras Alfredo Sáenz veía despejado el camino, Corcóstegui se hizo con una indemnización récord hasta la fecha: 108 millones de euros. El caso, el primero de esta serie de polémicas pensiones multimillonarias, acabó incluso en los tribunales. Terminaría absuelto, junto a sus jefes, al entender el Supremo que la ley permite ese tipo de gratificaciones.
La trayectoria de José Ignacio Goirigolzarri marca un punto y aparte. En septiembre de 2009 el hasta entonces número dos del grupo BBVA, con 30 años de permanencia en el banco y los ocho últimos como consejero delegado, abandonó la entidad «de mutuo acuerdo» con la presidencia, y se acogió a una jubilación anticipada a los 55 años. Tenía ya acumulado un fondo de 53 millones de euros y, además, estaba previsto que cobrara una pensión anual próxima a los tres millones.
De una generación posterior a la de Sáenz o Luzón, a Goirigolzarri le picó el gusanillo del retorno a la primera línea de batalla cuando el Gobierno le propuso el año pasado el desafío de reflotar Bankia. No le movió el dinero -su retribución ya no se parecería a la de época precedentes- cuando aceptó hacerse cargo, en mayo de 2012, de sacar adelante una entidad considerada sistémica, es decir, con posibilidades de contagiar al resto en su caída. Por ahora, el visto bueno de Bruselas. Pero tiene que rendir cuentas tras haber recibido una inyección superior a los 20.000 millones de euros, y el reto persiste; ahora se trata de poner la entidad en condiciones de competir con el resto de la banca.