Economia

FALTA AUDACIA

El Gobierno trasmite la impresión de que ha tirado la toalla y desiste del empeño en la creación de empleo; de ahí que se muestre tan pacato en sus proyectos

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Luis de Guindos es una persona sensata, agradable en lo personal y muy bien formada en lo profesional. Eso, no lo duden. Pero, para llegar a ser un gran ministro de Economía quizás le falten dos cosas de las que también carecían Pedro Solbes y Elena Salgado -por recordar solo a los dos últimos ocupantes del cargo- y que, sin embargo, le sobraban al anterior, Rodrigo Rato. Curiosamente, los dos primeros pasaron del Gobierno al anonimato; mientras que el tercero dejó, de golpe, la gloria internacional (su cargo en el FMI) para terminar luego en el oprobio nacional (tras su gestión en Bankia). Me refiero a peso político e influencia en el partido y a audacia, aunque quizás esta segunda le falle por no disponer de la primera.

Nadie puede dudar ni minusvalorar los logros obtenidos bajo su dirección en materia económica y que resumímos ayer. Pero a un gobernante, siempre y más en esta situación, hay que recordarle lo que hace mal y enfatizarle lo que no hace. Ahora hay dos cosas que me preocupan. Una es relativamente poco importante aunque tiene su influencia. Me refiero a esta moda de adelantar unas previsiones muy malas con la esperanza de que los cambios siguientes sean a mejor en lugar de a peor, como se ha venido haciendo a lo largo de la anterior legislatura y la que llevamos de esta.

Yo pienso que los fallos en las previsiones no solo son esperables dada la dificultad intrínseca de la materia, y más en épocas de tan elevados sobresaltos, sino que también son disculpables, pues proporcionan carnaza para la prensa y munición para la oposición, aunque dan poco más de sí. Pero ennegrecerlas casi a propósito, como sostiene De Guindos, me parece un ejercicio innecesario de masoquismo que solo contribuye a agrandar el pesimismo en el que se ha sumido la sociedad española. No cabe duda de que la economía real, como ciencia social que es, se ve muy afectada por los aspectos sicológicos que influyen y modulan los comportamientos de los consumidores y de los inversores. De ahí que no vea la gracia a esto de proporcionar a la crisis unos excesos gratuitos de pesimismo.

Pero mucho más importante es la segunda preocupación. A mí me gusta mucho todo lo que ha hecho este Gobierno y me disgusta enormemente todo lo que no ha hecho. Seis millones de parados no se arreglan con ajustes parciales, subidas reales o virtuales de impuestos y controles limitados del déficit. El desempleo no se arregla desde el BOE; solo se puede arreglar desde la sociedad. Y desde una sociedad esforzada, eficiente e ilusionada que crea en su propio futuro. Para ello son necesarias muchas cosas envueltas en un empeño colectivo que el Ejecutivo debe dirigir. Es necesario un talante político que Rajoy no tiene o no practica; un vuelco total en el tamaño y en las formas de hacer de la administración que él no acomete; un cambio de mentalidad en la sociedad que favorezca el emprendizaje que el presidente no impulsa, y una modificación de los tratamientos administrativos y fiscales hacia los emprendedores en los que parece no creer.

Es verdad que somos un país que prefiere la tranquilidad de un trabajo seguro antes que la incertidumbre de uno a riesgo. Por eso aceptamos tan mal que el vecino triunfe. Necesitamos una transformación social que genere empresarios y que los genere al por mayor. ¿Quién si no va a crear los, al menos, tres millones de empleos que necesitamos para sostener al Estado, a los seis millones de parados y a los nueve de pensionistas? El Gobierno trasmite la impresión de que ha tirado la toalla y desiste del empeño en la creación de puestos de trabajo. Quizás por eso se muestra tan pacato en sus proyectos. Pues muy mal hecho. Los grandes problemas hay que encararlos con decisión y con audacia, en modo alguno con temor y cálculos pesimistas.