TODOS AL DIVÁN
Actualizado: GuardarMe aburro. Mogollón. Este tedio no hay quien lo soporte. Para colmo, esta semana, mucho más tranquila después de la victoria en Melilla, se ha tenido que leer –los que aún sigan el día a día de la información cadista– que el próximo rival del Cádiz, el Lucena, es un rival temible si se le echa un vistazo a sus números en la segunda vuelta. Ayer mismo, el entrenador Raúl Agné, que está en su papel, advirtió de la peligrosidad del conjunto cordobés. Pero, lo siento. Por ahí no paso. ¿Que los cadistas tengamos que temer al Lucentino? Mire usted, no. Que no, hombre. ¡Qué no! Que me niego.
Dejen ustedes que les cuente mi depresión. Yo comprendo que la afición tiene que ser la primera que debe asumir su rol en Segunda B , comprendo que no puede exigirle al equipo que compita en el barro mientras visita otros campuchos mirando por encima del hombro a los lugareños, y comprendo que la humildad debe empezar por la grada, pero es muy complicado. Sobre todo, para quienes hemos conocido un Cádiz grande. Pero a medida que escribo estas líneas también echo la cuenta de la cantidad de años que se lleva tragando lodo. Tantos, que si se hace una media de los últimos cursos, seguramente obtendríamos el perfil puntero de un gallito, sí, pero de Segunda B. Por todo ello, creo que el cadismo está hecho un lío. No sabe si exigir o aplaudir. Si pitar o animar. Si criticar o mimar. La sensibilidad de los jugadores es tan fina que más de uno medita antes de abroncar al futbolista de marras no vaya a ser peor.
No hace mucho Carranza era un locura. Allí sucedían milagros. Años después, muchos de esos locos parecen sedados, como groguis a la espera que su equipo le hipnotice mientras le lleva camino de la desesperación. El cadismo se muere en la sala de espera del psquiatra. Todos necesitan, necesitamos, sentarnos en el diván.