Nadie reclama el cuerpo de Tamerlán
La comunidad musulmana que frecuentaba el mayor de los Tarnáev reniega de los autores de los ataques
NUEVA YORK. Actualizado: GuardarTamerlán Tsarnáev era un devoto musulmán que rezaba cinco veces al día, pero casi una semana después de su muerte en un enfrentamiento con la Policía, su cuerpo sigue solo y desnudo en la morgue de Boston. Los forenses han terminado la autopsia, pero nadie ha reclamado el cadáver. Su mujer se ha refugiado con la niña de ambos en casa de sus padres, desde donde ha lamentado en un comunicado haberse dado cuenta de que «nunca» le conoció. Sus dos hermanas, afincadas en New Jersey, han emitido otro distanciándose de él. Su madre no puede volver a EE UU sin enfrentarse ella misma a la justicia por robar el año pasado en unos grandes almacenes, y su padre ha dicho que vendrá, pero aún no lo ha hecho.
Tampoco nadie lo quiere enterrar, según contó ayer su tía Patimat Suleimanova a NBC. La familia ha pedido a una mezquita de la zona que le haga un funeral islámico, pero ésta se ha negado. Suleimanova no supo dar el nombre exacto, pero dijo que era la que frecuentaba la familia. O sea, la Sociedad Islámica de Boston, a pocas manzanas de donde vivían los jóvenes, en la sofisticada población de Cambridge. Allí el imán ha dicho que ni siquiera considera a los presuntos autores del atentado en el maratón de Boston miembros de su comunidad. Para enterrarlos buscaría a un laico de su comunidad, porque aunque la excomunión no existe en el islam, todos dicen que alguien que mató deliberadamente a tantos inocentes no tiene sitio entre los musulmanes.
Formalmente ninguno de los dos hermanos era miembro de esa congregación, pero Tamerlán, de 26 años, acudía regularmente a la oración. El viernes pasado, cuando tras su muerte la Policía puso la ciudad en estado de sitio para dar caza a su hermano menor, la mezquita de la calle Prospect no abrió sus puertas. Simplemente grabó un mensaje en el contestador informando a sus fieles de que cumplía con las órdenes de las autoridades.
Al atardecer, cuando la Policía acorraló Dzhojar Tsarnáev en una lancha guardada en un jardín de Watertown, el imán Yusufi Vali se ofreció a convencerle para que se entregase. No hizo falta. El chico, moribundo y desangrado, se entregó en menos de media hora. Probablemente el tiempo que tardó en juntar fuerzas para ponerse de pie y salir del barco por su propio pie. Los agentes del FBI que le interrogan en el Centro Médico Beth Israel dicen que es consciente de que su hermano mayor ha muerto, por lo que poco a poco esperan que se desvanezca su influencia. El joven de 19 años, que vive en Estados Unidos desde que tenía 8, ha admitido la autoría de los atentados y asegura que lo hicieron porque las guerras en Irak y Afganistán eran «un ataque al islam».
Según las fuentes de los medios estadounidenses entre los investigadores, mediante gestos y garabatos en un papel Dzhojar dice que aprendieron a fabricar bombas a través de un manual de Al-Qaida colgado en la revista Inspire por internet. El mismo medio por el que presuntamente ambos fueron radicalizándose.
En la mezquita de la calle Prospect lo saben muy bien. En el último año Tamerlán interrumpió al imán a gritos en dos ocasiones. La primera, el año pasado, cuando éste aceptó que la fiesta nacional del 4 de julio pudiera ser observada con el mismo respeto que un rito musulmán. La segunda, este mismo año, cuando el imán comparó al profeta con Martin Luther King.
Camino equivocado
Hubo un tiempo en que el propio Tamerlán buscaba inspiración en otros seres sabios y pacifistas como Confucio y Ghandi, según contó ayer a la CNN su excuñado Elmirza Khozhoov. «Buscaba la paz y la espiritualidad, pero alguien le dirigió por el camino equivocado», lamentó.
Como Ruslan Tsarni, su tío de Maryland, Khozhoov no cree que conociese a ese alguien en Daguistán, como especula la Policía, sino en las calles de Cambridge. Ambos coinciden en señalar a un armenio de barba roja convertido al islam, al que Tamerlán presentó como Misha. El clérigo que pronto le convenció para que dejara el boxeo y la música, que según él no eran apropiados en esa religión. Su madre alentó esos encuentros religiosos, en los que Tamerlán escuchaba a su nuevo maestro con la boca abierta, pero su padre montó en cólera al saber que abandonaba el deporte para el que le había entrenado toda su vida.
Ayer el padre de los chicos llamó a su hermano a Maryland, pero en lugar de decirle que estaba en un avión, le pidió que le recomendase un abogado para las entrevistas con el FBI. Tsarni no entiende por qué el patriarca de esta familia desintegrada no vuelve a reunirla, a enterrar a su primogénito y a hablar con el menor, que mejora en el hospital. Anzor Tsarnáev, duda; su exmujer, no. «¡Son mis hijos, los conozco, no han podido hacerlo, los quiero a los dos!», gritaba ayer a las cámaras desde Daguestán. «Lo mataron porque era musulmán, nada más. Ojalá me maten a mí también, me harían feliz, ¡Feliz!».