Giorgio Napolitano saluda tras pronunciar el discurso. :: A. PIZZOLI / AFP
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Napolitano se estrena con una gran bronca a los partidos por su incompetencia

El presidente italiano exige en un duro discurso un Gobierno de amplio consenso que apruebe las reformas siempre evitadas

ROMA. Actualizado: Guardar
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La maquiavélica clase política italiana se retrató ayer de forma memorable con su reacción a las duras palabras que Giorgio Napolitano, al jurar otra vez como presidente de la República, pronunció contra ellos acusándoles de incompetentes y poco de fiar: le aplaudieron a rabiar, como si la cosa no fuera con ellos. «¡Que estos aplausos no induzcan a la autoindulgencia!», les espetó con su verbo barroco a la antigua. No se recuerda una bronca tan severa y detallada a los partidos italianos de un jefe de Estado.

No es para menos si se recuerda que Napolitano, a sus 87 años, repite en el cargo después de siete, obligado por los dos grandes partidos, el PDL de Silvio Berlusconi y el Partido Demócrata (PD), incapaces de pactar un sustituto. Y en un país bloqueado tras las elecciones de hace dos meses y aún sin Gobierno. Son los mismos, sobre todo el magnate, que han desoído desde noviembre de 2011, bajo el Ejecutivo técnico de Mario Monti, las peticiones de Napolitano para acordar varias reformas básicas de higiene y desbloqueo políticos: cambiar el absurdo sistema electoral, acabar con el idéntico peso de Cámara y Senado que obliga a trámites interminables, reducir los parlamentarios, recortar los costes de la política y racionalizar la financiación de los partidos. No le han hecho ni caso y ayer el presidente lanzó un ultimátum. O ahora van en serio o no dudará «en sacar consecuencias». O sea, les mandará a la porra. Adelantó que se toma su regreso como algo «excepcional» y que se irá en cuanto pueda o le fallen las fuerzas.

Napolitano ha exigido un Gobierno de gran consenso, apoyado como mínimo por PDL y PD, para aprobar un paquete de decisiones esenciales y dar una señal de estabilidad a los mercados. Se supone que será una transición hasta otras elecciones, en un año o dos. Pero como siempre en Italia, habrá que verlo, porque pueden volver a torearle. Todo sigue empantanado. Se espera tener primer ministro mañana o pasado, aunque los partidos ya discuten a quién colocar, porque no quieren quemarse directamente en este lío. Se habla de Giuliano Amato, exsocialista reciclado para todo.

En realidad Italia está igual que en noviembre de 2011, cuando cayó Berlusconi y la urgencia económica desaconsejaba ir a las urnas. Monti salvó los muebles, apoyado por los grandes partidos, que entretanto debían aprovechar para dar una señal de decencia y aprobar las reformas exigidas en la calle. Pero en cuanto se pasó el susto se relajaron y han perdido este año y medio. Dicho sea de paso: queda demostrado que Berlusconi es un genio. Entonces estaba acabado y le ha dado la vuelta a la tortilla. Ahora es el gran vencedor de esta crisis. El PD, ganador raspado de los comicios, se hunde por sus divisiones y su líder, Pierluigi Bersani, ha dimitido.

«Sordera» y «banalidad»

El discurso de Napolitano, de 40 minutos, fue denso e intenso, y se emocionó en varias ocasiones. Pasará a la historia, como colofón trágico a uno de los momentos más bajos de la República italiana. «Estamos en el punto de llegada de fallos, cerrazones, irresponsabilidades», enumeró con voz firme. «De reformas no cumplidas por tácticas y cálculos de conveniencia», que han fracasado por la «sordera» y la «banalidad» de los políticos. Cargó contra la corrupción y contra la «imperdonable» falta de voluntad en cambiar el sistema electoral, ideado por Berlusconi en 2005, precisamente para crear inestabilidad si ganaba la izquierda, siempre dividida.

Napolitano dedicó unos minutos al mayor azote de los partidos, el movimiento de protesta Cinco Estrellas del cómico Beppe Grillo. En realidad lo que dijo es lo que dicen ellos, aunque fueron los únicos que no le aplaudieron. Pero teme su rabia y también les tocó rapapolvo: les advirtió que la oposición se hace en el Parlamento, no en la calle.