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«No entiendo por qué la gente me niega los buenos días»
Leopoldo Ramírez 83 años (12 en la calle)
CÁDIZ. Actualizado: Guardar«Buen día, buen día». Quien haya pasado por la calle San Francisco sabe que Leopoldo estará allí inamovible, pidiendo una ayuda y un saludo. Eso es justo lo que más le duele, «no entiendo por qué gente que es menos que yo me niega unos buenos días. Con los paros y la crisis ya ni el 20% de la gente te da un saludo. Eso me duele en el corazón».
Leopoldo Ramírez es natural de Las Palmas de Gran Canaria, donde nació hace 83 años, pero lleva 12 en Cádiz. Aquí se ha granjeado la amistad de muchos que cada día le dan algo más que un saludo. Reconoce que para comer no le falta y que no acude a los comedores. Se busca la vida pidiendo limosna, «y si hay algún pobrecito que no se ha tomado un café aquí está Leopoldo para pagárselo».
No siempre ha llevado esta vida. Era albañil y pintor. Tiene varios hijos, nietos y bisnietos, repartidos entre las islas y Córdoba. Va recordando las edades de cada uno, de los mayores y de los más pequeños, y asegura que ha sido «un padre y un abuelo ejemplar. Mis hijas se rifan porque me quede con ellas, pero yo voy a verlos y me vuelvo. Quiero que vivan tranquilos, que atiendan sus matrimonios, a sus hijos. La persona, cuando es mayor de edad, debe defenderse por sus propios méritos». Él tiene claro que no va a salir de la calle. «Yo ya estoy en una época en la que me quedan pocos años que vivir y no quiero dejar la calle. A mí me gusta la soledad. Toda mi familia sabe cómo estoy, pero a mí ya no me gobierna nadie», dice.
Aun así, no está del todo solo. Desde hace años tiene una compañera. Mientras él se busca la vida en la puerta de una entidad bancaria ella le suele esperar sentada en una calle cercana. Su deseo de estar con ella le ha llevado a tener el único problema legal de su vida. «Su hijo me denunció y un juez ha intentado separarme de ella, pero no la pienso dejar sola», dice. A estas alturas ya no tiene miedo. La vida le ha endurecido. «El hombre tiene que aguantar lo que venga. La calle es dura para el que no sea hombre», afirma.
Que esté en Cádiz no es casual. «Es una ciudad muy acogedora. El gaditano es generoso, abierto a la vida, más tipo canario que en otras ciudades, incluso dentro de Andalucía. Por eso estoy en Cádiz siempre y sé que no me voy a ir a otro sitio. Ni me pelo, ni me afeito, ni salgo de la calle. En Cádiz moriré», concluye.