Alepo, 3 de octubre
Actualizado: GuardarTiró la foto Manu Brabo, que parece un tipo duro con el corazón grande y metálico como la carcasa de una Canon de las gordas. Me contó que el padre había traído al hospital de Alepo a su hijo malherido. Que intentaron reanimarle en una sala y que al rato se lo devolvieron muerto. Que salió con él en las manos y en la puerta del hospital se desfondó y lloró sobre el cuerpo desmadejado de su hijo sostenido en brazos. Luego Brabo consiguió que un rebelde le prestara su modem USB y la imagen de esa 'piedad' contemporánea dio la vuelta al mundo como un alarido de papel, como un torpedo en la línea de flotación de la conciencia de Occidente que se acuerda de la violencia en Siria lo normal, esto es poco.
Luego a Brabo le dieron el Pulitzer y pude saber que la foto se había tomado el tres de octubre de 2012. El dato encendió la hoguera de las reflexiones. El de la imagen lloraba a su chaval en la puerta del hospital de Alepo y al día siguiente yo esperaba en la puerta de hospital de Madrid a que naciera mi primera hija. Él era un tipo que vivía en Siria; yo uno que se arrastraba por España. A él le pagarían por vender cafeteras o alfombras, quizás trabajara de maestro o ingeniero; servidor es una especie de vagabundo intelectosensorial por cuenta ajena.
Andaremos los dos en esa edad en la que ya no eres un chaval pero todavía sientes que puedes arrancarle la cabeza a un dinosaurio con tus manos. Sólo nos separan 3.600 kilómetros, su injusticia, mi suerte, un ataúd y esta primavera feroz. Por distintos caminos, ambos hemos comprendido que un hijo te convierte en un gigante, pero también en un ser vulnerable que sólo respira conectado a la fragilidad extrema del amor. Y ambos juramos no olvidarlo nunca. Él andará rehaciendo su puerca vida, yo le escribo esta columna que tampoco acaba de cuajar. También me sorprendo pensando en él cuando le pego a Macarena unos abrazos demasiado recios, como desesperados.