El FBI pide la colaboración del mundo
Reclama las imágenes grabadas por los testigos, mientras las sospechas se dirigen al terrorismo doméstico
BOSTON. Actualizado: GuardarLas banderas quedaron hechas trizas en el suelo, pisoteadas por la multitud que huía despavorida de más sangre y metralla de la que nunca se hubiera imaginado en las calles de Boston. El terrorismo había vuelto a estallar en casa, pero el FBI se ha puesto el mundo por montera para no dejar pista perdida entre los 50 países representados en el maratón. «Esta será una investigación mundial», anunció ayer el agente especial Richard DesLauriers, a cargo del caso. «Iremos hasta los confines de la tierra para encontrar al sujeto o a los sujetos responsables de un crimen tan despreciable».
Para ahorrarse algunos de esos viajes, la Policía patrullaba ayer las colas de seguridad del aeropuerto Logan preguntando a cada uno de los pasajeros si habían estado en la escena del crimen y si tenían alguna imagen que compartir antes de marcharse. «Cualquier cosa que pueda parecerles insignificante puede ser de interés para los investigadores», explicó el agente.
Se trata, según estimó el comisionado de Policía de Boston Ed Davis, de la escena más fotografiada ese día en todo el país. Decenas de miles de imágenes pasarán a manos del FBI, que ayer pedía un favor al público: «Si indican en la foto el momento en que la tomaron nos ahorrarán tener que rastrearla digitalmente para priorizar las de la explosión y los momentos que siguieron, que son las que más nos interesan», dijo Davis.
La intención de este análisis es identificar a todo el que se encontraba el lunes a las 2.50 de la tarde en «la escena del crimen más compleja que haya habido en la historia de Boston», sentenció. Tan compleja, que para desentrañarla cuenta con los cuerpos de Policía de Nueva York, Chicago, Baltimore y Los Angeles.
Del interés por diseccionarla milimétricamente se deduce que la Policía espera encontrar a alguno de los autores en esa escena. «La zona estaba bajo vigilancia desde hacía una semana y esa misma mañana se habían hecho dos inspecciones con perros entrenados para detectar explosivos», recordaba Donald Kramer, uno de los coordinadores del maratón. Parece inverosímil que alguien hubiera plantado esos explosivos con antelación. Todo hace pensar que las bolsas de deporte con dos artefactos caseros, construidos con una olla presión rellena de metralla afilada, fueron depositadas poco antes de que explotaran y activadas mediante un temporizador, no un teléfono móvil como se había pensado.
Descartadas más amenazas
Esa conclusión permitió que ayer volviese la señal de telefonía móvil al centro de Boston. Los informes iniciales hablaban de hasta cuatro bombas, una fallida y otra desactivada por la Policía, además de otro «incidente» sincronizado que resultó ser un incendio fortuito en la Biblioteca John F. Kennedy. Ayer, el gobernador de Massachusetts, Deval Patrick, quiso dejar claro que ni hubo más explosivos ni existe ninguna otra amenaza, pero eso no impidió que los corredores y sus familias se apresuraran a abandonar la ciudad, exhaustos y traumatizados por la experiencia.
Pasaron casi 20 horas hasta que el presidente de EE UU reconoció lo que todos ellos sabían desde los primeros momentos: «Siempre que se usan bombas para matar civiles inocentes es un acto de terrorismo», afirmó al fin Barack Obama. Su reticencia a usar la palabra «terrorismo» había desconcertado a muchos, y solo podía ser entendida como una pausa para distanciar el atentado del fundamentalismo islámico con el que se asocia el término en EE UU desde el 11-S. «Lo que no sabemos todavía es quién llevó a cabo este ataque o por qué, si fue planeado y ejecutado por una organización terrorista, extranjera o nacional, o fue obra de un malévolo individuo», admitió.
Zachary Ferrer, un joven estudiante de Ciencias Informáticas, que ayer veía su barrio del centro de Boston convertido en zona militar, hubiera preferido pensar que esto había sido obra de Al-Qaida, pero para su pesar fuentes de la CNN en el Pentágono aseguraban que, tras rastrear por satélite todo el ciberespacio y las llamadas de medio mundo, no hay conexión alguna con organizaciones fundamentalistas de otros países. «Hubiera preferido que fuese un extranjero, cuesta más creer que uno de los tuyos te haga esto», se lamentaba el joven. En la misma línea, Lisa Gutiérrez, una neoyorquina marcada por el 11-S, todavía quería creer que esto era obra de «quienes odian a los estadounidenses», pero todo apunta a que habrá que mirar en casa.
El atentado se produjo al día siguiente de que venciera el plazo para hacer la declaración de impuestos en EE UU, con todos los odios que el Gobierno y la Reserva Federal generan entre los fanáticos, en la misma semana en que se conmemoraba el atentado contra el edificio federal de Oklahoma y la masacre del FBI en Waco. Además, el tipo de bomba casera y las víctimas que ha dejado coinciden con las de los atentado de las Olimpiadas de Atlanta, donde murieron dos personas y más de cien resultaron heridas.
Ninguna organización ha reclamado la autoría y todas las pistas que originalmente apuntaban a musulmanes en la escena han resultado ser fruto de la paranoia de quienes les señalaron. A Estados Unidos le cuesta asimilar que puede haber engendrado el monstruo en casa pero eso no significa que no pueda recurrir al patriotismo para lamerse las heridas.