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Thatcher y su visión de España
La ex primera ministra británica apoyó la democracia y el acceso a la CEE pero tropezó con la disputa por Gibraltar y Pinochet
LONDRES. Actualizado: GuardarMargaret Thacher fue la primera jefe de Gobierno británica que hizo una visita oficial a España, en 1988. Antes había asistido, cuando aún era líder de la oposición, al primer congreso de la Unión del Centro Democrático, el partido de Adolfo Suárez, en octubre de 1978, tras las primeras elecciones democráticas y sin que se hubiese aprobado aún la Constitución.
«Son días grandes para España y para todos los amigos de España entre los otros Estados democráticos de Europa», fueron sus primeras palabras. El Partido Conservador es más viejo incluso que el carlista, bromeó; citó a Ortega y Gasset para justificar la necesidad de líderes «con una fe radical en sí mismos» y concluyó afirmando que «la causa del Occidente democrático necesita a España».
Unos meses después era primera ministra y, al entrar en el 10 de Downing Street, tenía en su despacho los documentos confidenciales elaborados por los altos funcionarios británicos sobre los asuntos del Gobierno. Creían que el acceso de España a la CEE -Comunidad Económica Europea- sería en 1983 (tres años antes de lo que se produjo) y advertían de las dificultades para sectores británicos de pesca, textil o agricultura.
En el análisis de discursos, debates o documentos secretos publicados por el archivo nacional o la Fundación Margaret Thatcher se confirma nítidamente la posición que ya manifestó en el congreso de UCD. La entrada de España, Grecia y Portugal en la CEE crearía problemas y ventajas económicas, pero era totalmente partidaria del acceso para fortalecer la democracia y la defensa europeas.
Cuando la democracia española estuvo en peligro, en el fallido intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, la declaración del Gobierno británico sorprendió al calificar el alzamiento como «un acto terrorista». Pero, en abril, el secretario del Departamento de Estado americano, Alexander Haig, más templado durante el intento de golpe -«es un asunto interno»- mantiene cinco horas de entrevistas en Madrid. Su mensaje, entonces clasificado como secreto, al presidente Ronald Reagan llega también al despacho de Thatcher. Los españoles, dice Haig, son buenos aliados, no les gustan los soviéticos, quieren solicitar el ingreso en la OTAN pero temen la reacción socialista -promete hablar con Helmuth Schmidt para que los socialdemócratas alemanes, que financian el PSOE, los ablanden- y al mismo tiempo quieren más dinero y ayuda militar para extender las bases americanas en España.
Tristan Garel Jones, diputado conservador hispanófilo, casado con Catali Garrigues, pregunta en los Comunes a Thatcher por su actitud si hubiese una solicitud española. «Casi todos nosotros daríamos la bienvenida a España uniéndose a la OTAN», responde. «Estamos particularmente ansiosos de que se unan a nosotros aquellos países que hasta ahora han tenido partidos comunistas bastante fuertes».
«Mal genio castellano»
A pesar del «mal genio castellano» que Haig decía haber visto en sus interlocutores españoles -el Rey, Leopoldo Calvo Sotelo, José Pedro Pérez Llorca- cuando asociaban la renovación urgente de las bases con recibir más dinero y equipamiento militar, las bases no se renuevan. España entra en la OTAN en 1982. Haig creía que esa reforma del Ejército español aliviaría su intromisión doméstica.
Alberto Aza, quien sería después embajador de España en Londres durante la grotesca 'guerra del fletán', llamó como secretario privado de Suárez a su colega británico, Robert Armstrong, para aclarar en 1980 a la nueva primera ministra la sensibilidad política española -se mencionaba a los terroristas vascos- ante la posición británica por las cuotas pesqueras. Thatcher y Suárez cruzaron cartas en las que ambos subrayaban el enredo político interno, pero hubo acuerdo.
Se impuso entonces en la agenda de la Dama de Hierro la coyuntura del Ford Fiesta. Las tarifas en el mercado europeo eran lesivas para los coches británicos, según el acuerdo de España con la CEE de 1970. Tarifas, proteccionismo y sectores frágiles se transformaron en 1986, tras el acceso de España a la Europa de los nueve, en problemas presupuestarios y fondos estructurales.
Europa caminaba hacia alguna forma de unidad monetaria que Thatcher no quería cuando visitó España en 1988. Venía de pronunciar su célebre discurso euroescéptico en Brujas. Visitó el Museo del Prado, vio el Guernica de Picasso, inauguró un Marks & Spencer en Madrid, respondió a un periodista que le preguntó sobre 'el espacio social' en la conferencia de prensa junto a Felipe González que eso era «una nueva jerga». Abogó por la finalización del mercado común, por el libre movimiento de capitales, por eliminar medidas proteccionistas.
Los reyes españoles habían visitado Londres y Cambridge. La reina británica preparaba su viaje a España. La amistad entre los dos países se consagraba tras navegar por las aguas turbulentas de la guerra de las Malvinas. Pero a Thatcher se le preguntó también por Gibraltar. Los gobiernos habían firmado el Acuerdo de Bruselas pero Joe Bossano, en el Gobierno gibraltareño, se negaba a negociar el uso compartido del aeropuerto que habían acordado Londres y Madrid. «Solo tenemos el arma de la persuasión», dijo Thatcher y la subrayó como consustancial con la democracia.
Compra de misiles
La política británica era confiada. Sabía que España no podía entrar en la CEE sin abrir la verja, su objetivo primordial. El Gobierno de Suárez se había comprometido a ello en la Declaración de Lisboa de 1980, pero no lo cumplía. Ian Gilmour, miembro del Gabinete, visitó España en 1981. Pidió la apertura e indicó a sus interlocutores que sería también conveniente que compraran misiles británicos.
El ministro Fernando Morán abrió la verja para peatones en 1982. Se abrió para vehículos en 1985. El acuerdo de Bruselas, que contemplaba un proceso de diálogo que incluía la soberanía, no avanzó. Felipe González iba a devolver la visita de Margaret Thatcher, su aliada en la primera Guerra del Golfo a pesar de las posiciones divergentes sobre la unidad alemana, pero la Dama de Hierro fue depuesta horas antes de su viaje.
El Gobierno del PSOE acabaría provocando una variante de verja, embotellamientos en el paso fronterizo en La Línea, pero el nuevo presidente, José María Aznar, le daría el mayor disgusto. Había publicado «España: la segunda transición», donde la única persona viva citada es Margaret Thatcher. Pero tramitó la demanda de extradición de Augusto Pinochet, cuyo Gobierno había informado de los movimientos argentinos durante la guerra. Era víctima, dijo Thatcher, de un colonialismo español. Su relación con España se cierra con el regalo a Pinochet de un platillo de plata de la Armada, réplica de los que se hicieron para celebrar la victoria inglesa sobre la Invencible.