El presidente de Pescanova, Manuel Fernández de Sousa-Faro. :: R. C.
Economia

El otro cabo del miedo

Autoritario de poder, no de convencimiento, algunos ven en este empresario un remedo de la última trayectoria del ya caído Ruiz-Mateos Manuel Fernández de Sousa-Faro Presidente de Pescanova

MADRID. Actualizado: Guardar
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Si hubiera vivido entre la élite del imperio romano, Manuel Fernández de Sousa-Faro seguramente habría llegado a ser nombrado césar, pero también probablemente no habría durado mucho. Y es que en este empresario gallego de 62 años, que preside el transatlántico de Pescanova desde 1985 y cuyo mandato vence el próximo día 23 en plena tempestad interna, se observa con claridad cristalina la distinción entre los conceptos de autoridad y de poder, la 'auctoritas' y la 'potestas' que distinguía tan bien aquel pueblo que lideró el mundo antiguo.

Quienes le conocen bien e incluso han compartido sesiones de trabajo -menos largas y cercanas de lo que podría esperarse de un líder empresarial, dado su marcado carácter personalista- conocen de sobra su peculiar forma de relacionarse con la gente que le rodea, si acaso con la excepción de su familia. Aunque también con parte de ella ha tenido sus más y sus menos. Por ejemplo, con su hermano José María pasó de mantener una relación estrecha -incluso a escala empresarial, donde cruzaron participaciones entre sus empresas, Pescanova (de la que Manuel controla el 14,2% del capital social directamente y otro 10% presumiblemente a través de bonos convertibles) y la farmacéutica Zeltia- a apenas dirigirse la palabra hoy en día.

Las discrepancias en las alturas no acaban ahí. Alfonso Paz-Andrade (hijo del que fuera socio de su padre y fundador de Pescanova en 1960, José Fernández López) renunció meses atrás al cargo de consejero delegado tras comprobar que a su puesto le sobraba el 'apellido', al carecer casi de funciones reales, y optó por quedarse como un miembro más del consejo, sin tareas específicas. Otro ejemplo del poder omnímodo que gusta de ejercer a Manuel Fernández.

Porque, en contra de lo que proclamaban los romanos como ideal y que luego han tratado de imitar distintos líderes políticos, económicos y empresariales, el autoritarismo con que lleva años moviéndose al frente de la principal multinacional pesquera del mundo es solo resultado del ejercicio de su poder presidencial, y no fruto del respeto y legitimación social reconocidos por sus propios socios y empleados.

Y es que, según las distintas fuentes consultadas en ambos ámbitos, Fernández de Sousa-Faro tiene poco que ver -al menos, en lo empresarial- con su padre, del que llueven los elogios y se dice que tuvo «ideas geniales pioneras en su tiempo», que le llevaron a formar un pequeño imperio empresarial que abarcó sectores tan distintos como la alimentación, la minería, la construcción, el transporte e incluso las finanzas. No puede predicarse aquí lo de tal palo tal astilla porque una de las pocas aportaciones de su hijo al modelo de Pescanova fue la acuicultura, donde luego se han dado algunos de sus principales quebraderos de cabeza, como, por ejemplo, la planta de rodaballo de Mira (Portugal).

También a diferencia del padre, que supo rodearse de «magníficos» gestores y dejar aconsejarse en los momentos adecuados, Manuel Fernández rara vez presta oídos a las observaciones de sus colaboradores. Apenas existe relación natural con él y la tensión suele predominar, incluso en las cuestiones meramente técnicas. «La discrepancia se paga con la salida», admiten algunas personas que han vivido... y continúan viviendo cerca de él. «Se podría decir que impone el miedo», sentencian.

Líneas paralelas

Su trayectoria última, unida a su particular modelo de gestión, han hecho que se le compare con el controvertido José María Ruiz-Mateos, ahora imputado por la presunta macroestafa a miles de bonistas y acreedores a través de su último 'holding', Nueva Rumasa. Al igual que el empresario jerezano, ha dirigido la compañía desde un puro sentido familiar de la propiedad. «Se cree que la empresa es suya pese a no tener la mayoría accionarial», apuntan desde uno de los principales bancos acreedores de la multinacional, cuya deuda oficial supera los 1.600 millones de euros mientras que la aún 'oculta', pendiente del resultado de las auditorías en marcha, superaría los 2.700 millones, según distintas fuentes. Un extremo que le ha llevado a las puertas del concurso de acreedores y a un presumible expediente sancionador de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, ante la que tiene que presentar mañana las cuentas de 2012 respaldadas por el resto del consejo.

Como en Rumasa, también recurrió a los bonos de alta remuneración (con un interés actual superior al 7%) para financiarse. Asimismo, creó todo un entramado de sociedades filiales -separadas de la matriz y entre sí, para no arrastrar unas a las otras- donde, según los primeros apuntes auditores, se ha ocultado abundante deuda en operaciones cruzadas mientras Fernández replegaba velas.