Del compromiso con la tierra a la expansión sin freno... ni suelo
MADRID. Actualizado: GuardarMucho ha llovido desde el verano de 1961, cuando fue botado el primer buque congelador del mundo. Se llamaba 'Lemos' y era de Pescanova. Una innovación que le hizo ser pionera en el pescado ultracongelado.
En apenas dos años ya tenía media docena de barcos, con los que se lanzó a la conquista de los caladeros de Argentina y Suráfrica, donde el volumen de capturas superó todas las expectativas. A finales de la década, eran 100. No obstante, nunca perdió la referencia de convertir a Galicia (a la que hoy aporta el 3% de su Producto Interior Bruto) en la gran factoría pesquera de Europa.
En los años 70 se encontró con su primera gran prueba de fuego. La ONU extendió hasta las 200 millas la zona exclusiva de explotación de los recursos marinos costeros, lo que dejó fuera de juego a la mayoría de la flota internacional. Pescanova movió ficha pronto y creó entonces las sociedades mixtas con los países ribereños que todavía perduran.
El imperio -hoy con 85 buques factorías, 25 plantas de procesado, 180.000 toneladas de pescado distribuidas al año, 10.000 trabajadores en todo el mundo y una facturación anual cercana a los 1.500 millones de euros- multiplicó su expansión comercial a finales de los 90 -aún se recuerda al capitán Pescanova o Rodolfo Langostino- y se adentró, con borrones sonados como el rodaballo, en nuevas áreas como la acuicultura. Todo financiado a costa de un endeudamiento rampante que, unido a un complejo entramado de filiales, han mutado su suelo en arenas movedizas.