El espanto e internet
La difusión de un vídeo sexual entre adolescentes y miles de reacciones chuscas en la red vuelve a recordar la necesidad de aprender a manejar esta poderosa herramienta
Actualizado: GuardarAnte sucesos que se clavan tan directamente en las tripas de casi todos (padres, hermanos, adolescentes que se ven cerca para asustarse, adultos que se ven demasiado lejos para entender) conviene de entrada dejar que bajen las pulsaciones. Ni internet es el infierno ni todos los adolescentes se han vuelto locos a un tiempo. Se trata, eso sí, de un episodio grave, por ilustrativo, de la devastadora capacidad de hacer daño que puede tener una herramienta maravillosa como la universal conexión cibernética. Los instrumentos, según como se usen. Ni perversos ni milagrosos. El mismo cuchillo que mata puede salvar vidas convertido en bisturí. El mismo coche que atropella, puede rescatar y trasladar. Conviene pensar lo mismo de la red de redes que no cambia nada de lo que tengan dentro sus usuarios, sólo que amplifica lo que publiquen con una potencia de divulgación que nunca antes habían conocido los individuos. A eso hay que adaptarse. Ese motor hay que saber manejar con el acelerador o el freno. O con el apagado. Un hecho llamativo, el sexo coral y consentido entre adolescentes teóricamente poco preparados aún para practicarlo conscientemente, se convierte en un objeto de curiosidad, morbo y burla, con incalculable daño para los protagonistas, por no saber calcular esa potencia de difusión. El hecho es el mismo que si se hubiera fotografiado hace 50 años, o si se hubiera transmitido con chismes. Su alcance, en cambio, es estratosféricamente mayor. Por tanto, el daño o la vergüenza, las repercusiones. Eso es lo que los padres y los educadores, toda la sociedad, debe aprender y transmitir. Respecto a los adolescentes, una obviedad como recordatorio. Los miles de millares que jamás harían algo así no hacen el menor ruido. Los que lo hacen, lo jalean o ríen en internet, sí.