Cofrades y fariseos
Actualizado: GuardarTengo que confesar que no soy cofrade, no soy aficionado a la Semana Santa, no conozco los itinerarios, ni la historia de las cofradías. Eso no quiere decir que esté en la inopia. Durante años incluso fui hermano de una de esas cofradías, en la que salí de penitente hasta que un año me dieron una bocina abriendo el cortejo y casi la lío parda, como diría la intrépida socorrista piscinera, equivocándome de camino. Entonces decidí que aquello no estaba hecho para mí. Y no porque no pudiera soportar el sufrimiento físico que provoca el pasarte varias horas caminando sobre adoquines y haciendo paradas interminables. Nada que ver. El simple hecho de recordar aquella equivocación como una anécdota graciosa me hace ver que mi forma de vivir la Semana Santa no estaba a la altura de lo que debía ser para un cristiano. Nunca hice una promesa, nunca fui rezando mientras participaba en la procesión, nunca me sentí penitente más allá que por el simple hecho de llevar una túnica, un capirote y, lo que más me emocionaba, una capa. Dejé de salir con la que era mi cofradía por coherencia, porque con el paso del tiempo sí aprendí a vivir a fondo otra parte de la Semana Santa, la más espiritual, la que requiere recogimiento y reflexión. También perdí aquel hábito, aquella emoción por crecer desde dentro que me inspiraban las antífonas, los oficios, los vía crucis. No me veo volviendo a aquello, al menos de momento, con mis circunstancias actuales. Pero lo que sí me queda es el convencimiento de que la Semana Santa es el tiempo de la fe por excelencia. No una época festiva, ni de alardes. Muchísimo menos de polémicas ni de agresividad. Por eso no entiendo a muchos cofrades, por eso no quiero saber más de la cuenta de lo que se cuece en las casas de hermandad, en los foros y tertulias en los que los 'hermanos' que sólo se sienten 'hijos' durante cuarenta días al año, son capaces de despellejar al capataz o la cuadrilla de turno por no llevar el paso como a ellos les gusta, de abuchear virtualmente o incluso in situ a su 'madre' o a su 'padre' porque los ven con andares sevillanos. Desde fuera, desde el desconocimiento, me da vergüenza. Desde el sentimiento me da pena. Cristo no nació en Triana ni en Ancha, pero sí resucita allí cada año, y no creo que le guste el panorama que se encuentra.