Sociedad

Los años del pantalón corto

'Los niños de Franco' recorre toda una época a través de la memoria de quienes entonces se dedicaban poco más que a jugar

MADRID. Actualizado: Guardar
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Hubo una época en la que los cines olían a limón mezclado con DDT y en los intermedios de las películas se podía ir al bar a comprar sugus y gaseosas.

Unos años en los que en la producción patria destacaban filmes de niños prodigio que cantaban como ruiseñores mientras los padres con hijos del montón exclamaban: «¡A ver si aprende el niño!».

Un tiempo en el que filmes como 'Gilda' aún no eran clásicos y además estaban prohibidos por la Iglesia. Por supuesto, siempre era mejor ver un cadáver descuartizado en una película de terror que unas nalgas: «¡Dónde vamos a parar!, que entre las nalgas se esconde el pecado», decían algunos sacerdotes.

Aquellos tiempos de la leche en polvo y el queso americano en el patio del colegio, como canta Asfalto en 'Días de escuela', son los que retrata con humor, crítica y nostalgia el director, guionista y escritor Xavier Gassió en 'Los niños de Franco', editado por Lunwerg.

Del chiste al ideario

En una recepción se encuentran Gary Cooper, Rita Hayworth y Franco. El primero se presenta y dice: «Hola, soy Gary Cooper y trabajo en la Metro». Rita se adelanta y anuncia: «Soy Rita Hayworth y trabajo en Columbia». Finalmente, Franco alza su voz atiplada y declara: «Pues yo soy Franco y trabajo en el NO-DO».

Así refleja un chiste de la época la importancia que para el dictador tenía aquel noticiero creado específicamente como instrumento de propaganda del régimen. Una herramienta más con la que inculcar a los españoles sus ideales, que ya les eran dados desde los tiernos años de la infancia.

«Tenedlo en cuenta, maestros. Esos niños cuya educación se os encomienda han de ser guiados por la senda de la verdad y del bien: ese es el mandato de Dios, ese es el mandato del frente de las trincheras, de la sangre vertida y de las vidas inmoladas», afirmaba Franco en sus consignas.

Así pues aquellos niños que casi siempre vestían con pantalón corto crecieron entre humanidades cargadas de ideología, lecciones en las que se leían lindezas como: «Es innegable que la entidad moral de los individuos y la capacidad intelectual varía grandemente según las razas». Todo ello junto a catecismos y oraciones a todas horas.

Pero los niños siempre son niños, y si la religión les iba a salvar de un suspenso, pues allá que se encomendaban escribiendo jaculatorias del tipo «Virgen Santa, Virgen Pura, haced que apruebe esta asignatura». No sabemos si sería mano de santo, pero dicen que la fe mueve montañas.

¡A jugar!

Piedras, chapas, esferas de barro cocidas, unas vértebras de cordero e incluso las duras bolitas de los excrementos de cabra bastaban para idear muchos juegos. Para otros, solo hacía falta echar mano del intercambio de cromos y el 'si le si le no le no le' o de la actividad física, esa que ahora se reduce casi a mover los dedos sobre los botones de una consola. Tocar y parar, Moros y Cristianos, la Peste Alta, la Rayuela o Cielo y Tierra son nombres que sonarán a más de uno que se habrá cansado de jugar a ellos en el recreo. Juguetes había, claro está, pero no todos podían permitírselos. Además, algunos causarían hoy horror en los padres, por ejemplo Pipo, un pequeño muñeco de plástico que tenía un pitillo de papel en la boca que se podía encender para hacer la cosa más verosímil.

Y llegaron el Scalextric, los trenes eléctricos, el Cine Nic o la famosísima Mariquita Pérez, que fue regalada a Evita Perón durante su viaje a España.

Fue también en los años 60 en los que se puso de moda el hula hoop, que databa de 3.000 años atrás. Pero las películas americanas siempre han marcado la moda, más cuando era Lolita quien lo hacía girar en sus caderas ante la mirada de Humbert en el largo de Stanley Kubrick. Por supuesto, ese movimiento a la Iglesia le parecía indecente y entre los médicos originó debates sobre su efecto en el organismo. Sin embargo nada se decía de los castigos que se infligían en los colegios que, además de dolorosos, eran humillantes.

Este popular héroe estaba inspirado en el boxeador Primo Carnera y representaba la fuerza bruta al servicio del poder. Igual que muchas novelas gráficas de la época, sus principales enemigos eran los indios, los árabes y los negros poco serviles.

Nostálgicos o no, darle a la moviola de nuestra vida es un ejercicio que, en 'Los niños de Franco', a más de uno le va a arrancar una sonrisa.