CON LOS NERVIOS DE PUNTA
Hasta que Chipre encauce la situación y pacte con la UE las condiciones del rescate, los demás, sobre todo en el sur de Europa, contenemos la respiración
Actualizado: GuardarChipre tiene poco más de un millón de habitantes emparedados en sus 240 kilómetros de ancho y 100 de ancho. Una vez derribado el muro de Berlín, su capital, Nicosia, tiene el dudoso honor de ser la única gran población europea dividida por una alambrada. Chipre es, además, un país quebrado y necesita unos 20.000 millones de euros para desatascar la situación. ¿Cuál es el origen del problema? Pues no está claro, porque no disponemos de explicaciones convincentes. Hay quien apela a la hipertrofia de su sistema financiero atiborrado con una dieta de dinero 'peligroso' de origen ruso. Pero, hasta ahora, estábamos convencidos de que los bancos entraban en dificultades cuando carecían de pasivo, de liquidez, no cuando nadaban en ella. También les va mal cuando sus activos pierden valor de manera abrupta, como es el caso de España. Por eso, el contagio griego y el padecimiento de sus quitas de deuda podría ser una explicación más convincente para un sistema tan minúsculo.
Sin duda alguna, aquí lo malo no es el tamaño del problema -recuerden que, solo en Bankia, se hablaba de 35.000 millones-, sino el ruido que hace y el miedo que causa su contagio. Alboroto amplificado y miedo acrecentado por la torpeza sin límites de las instituciones europeas para establecer un pronóstico de la enfermedad, así como proponer con rapidez el tratamiento oportuno para el enfermo. La gestión ha sido nefasta. Primero se ha tardado mucho en intervenir y, después, para contentar a los 'paganos' alemanes, se obligó a Chipre a aportar una parte de la solución. Eso está muy bien, aunque se diseñó con una fórmula injusta y sin considerar a los tenedores de deuda pública, probablemente para evitar un empeoramiento de los bancos griegos.
Injusta y contradictoria, pues afectaba a los depósitos menores de 100.000 euros, que hasta ahora habían sido inviolables. El miedo subió tantos grados que los ahorradores del sur de Europa, incluidos los españoles, empezaron a cuestionarse si su dinero estaba a salvo o corría peligro. Por si acaso, hubo que imponer un 'corralito' de urgencia en la isla para evitar la estampida del ahorro. Como suele ocurrir, la medida suscitó una revuelta social y desató el odio hacia Europa. Hoy, dos tercios de los chipriotas quieren salirse del euro.
El Gobierno chipriota se asusta y pierde la votación en el Parlamento incluso con la sorprendente abstención del partido que lo sustenta. A continuación se va a Rusia en busca de un flotador y allí recibe buenos consejos pero poco dinero. Los rusos prefieren hablar de gas antes que de quitas y el problema se enzarza en un cruce de amenazas sin sentido, suelta general de globos sonda y amagos de soluciones pintorescas. Las reuniones se suceden en Nicosia y Bruselas y los fracasos se multiplican. Fin del relato.
¿Qué puede pasar ahora? No hay que descartar del todo el desastre. Sin un acuerdo, el país se va a la quiebra, lo que implicaría probablemente su salida del euro. Para los chipriotas eso conduce sin remedio a una devaluación que empobrecería el país durante más de una década y lo convertiría en el apestado de Europa. E, inmediatamente, todos a temblar, a hacernos preguntas y, como no, a dibujar escenarios terroríficos. Porque el volumen del problema chipriota no es capaz de dañar a Europa, pero el efecto descontrolado de un miedo, transformado en pánico, si es un tsunami que puede con todo.
Tranquilos, lo probable es que tal cosa no suceda. ¿Cuál es mi apuesta? Pues que habrá un acuerdo sobre estos términos. En primer lugar, Chipre sufrirá condiciones lacerantes. La alternativa, salir del euro y hacer una pedorreta a los acreedores, daría una gran alegría a todos los indignados que ocupan las calles y queman banderas de la UE, pero sería una satisfacción fugaz, que duraría exactamente hasta que se hicieran conscientes de que sus sueldos bajan o sus empleos desaparecen, al tiempo que se volatilizan sus ahorros y se reducen sus pensiones, mientras se dispara el coste de la vida. Es decir, una fórmula que solo puede satisfacer a quienes no tengan ni empleo, ni ahorros, ni pensiones, ni familia que defender. Alemania salvará su orgullo y demostrará que intentar cumplir los compromisos y colaborar obedientemente en el rescate es lo menos que deben de hacer los náufragos. Y, los demás, pues a a mirar por la ventana y con los nervios de punta.