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El Papa da una lección de humildad a los mandatarios del mundo
Ensalza la verdadera autoridad «como servicio a los más débiles» e invita a «no tener miedo de la bondad y ternura»
Actualizado: GuardarEl Papa empezó a serlo oficialmente ayer y sigue sin llamarse a sí mismo Papa. En la misa de inicio del pontificado Francisco volvió a definirse como obispo de Roma y sucesor de Pedro, una elección nada casual que subraya cada día su concepción del poder pontificio como uno más de los obispos, distinguido simplemente como pastor. Eso representa el palio que le impusieron ayer en el ritual central, la estola de lana que simboliza el cordero perdido que lleva sobre los hombros el buen pastor. El otro objeto protagonista del rito es el Anillo del Pescador, en referencia a San Pedro, pero Francisco ha renunciado al oro y se lo han hecho de plata dorada. También sus paramentos eran sobrios, la ceremonia en sí fue más sencilla y había mucha menos inversión en montañas de flores que en otras ocasiones. Jorge Mario Bergoglio ha dejado claro desde el principio que sueña una Iglesia pobre y para los pobres, y el nombre que ha elegido, el primer Francisco de la historia del papado, será un honor muy exigente. En su discurso de ayer ante 132 delegaciones de autoridades mundiales habló por primera vez de cómo concibe ese poder que ha recibido, una reflexión que también era para los jefes de Estado y de Gobierno que le escuchaban y se convirtió en una auténtica profesión de humildad: «No olvidemos nunca que el verdadero poder es servicio».
Como otra señal de buen augurio, ayer lució un sol espléndido en Roma, pese a las funestas previsiones. Al igual que el día de la elección de Francisco, dejó de llover cuando se asomó al balcón y el domingo, en el Ángelus, solo hizo bueno por la mañana. Con esto siguen creciendo desmesuradamente las metáforas sobre el inicio de una 'primavera de la Iglesia'. Pero en la ceremonia de ayer había algo mucho más raro que no era explícito: a veinte kilómetros de allí, sentado en un palacio con una tele, por primera vez en la historia el Papa anterior estaba viendo la ceremonia de inicio de pontificado de su sucesor. Nada más empezar su homilía Francisco se refirió «con afecto y reconocimiento» a Ratzinger, retirado en Castelgandolfo, al recordar que ayer era su santo.
Bergoglio esta vez no improvisó y se ciñó al texto escrito, que no resultó tan espontáneo y cercano como en las ocasiones anteriores. No hubo chistes ni anécdotas. Había tenido ese registro en una sorprendente conexión telefónica a las siete y media de la mañana con la plaza de Mayo, en Buenos Aires, donde una multitud esperaba de madrugada -con seis horas menos- para seguir el acto por pantallas gigantes. Pero en la plaza de San Pedro se le vio por primera vez presa de la solemnidad del acto. No era para menos. Hasta hace una semana era un obispo con un reloj de plástico y una maleta que esperaba volver cuanto antes a su parroquia. Un perfecto desconocido que para los jefes de Estado y de Gobierno se ha convertido de golpe en un interlocutor de alto nivel y una voz que ayer escuchaban con atención. Para él mismo, a sus 76 años, es una sorpresa mayúscula que le ha saltado en la etapa final de su vida. «El Papa -dijo en su única mención expresa al cargo- debe mirar al servicio humilde, concreto, rico de fe y abrir los brazos para acoger con afecto y ternura la humanidad entera, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños, quien tiene hambre, sed, quien es extranjero, está desnudo, enfermo o en la cárcel».
Habló siempre en italiano
Toda la homilía, pronunciada en italiano, fue de vocación optimista y positiva, uno de los rasgos esenciales de la proyección pública de este Papa, que no condena, no amonesta, no prohíbe y mira al futuro. Es como si le bastara la fe y la confianza absoluta en que al final el bien se abrirá paso si se propaga, empezando por los que mandan. «¡No debemos tener miedo de la bondad y la ternura!», les aconsejó con una frase similar a la que también dijo Juan Pablo II en San Pedro en su primera misa. Bergoglio defendió la ternura, que «no es la virtud del débil, sino que denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión». «Hoy, ante tantos trazos de cielo gris tenemos necesidad de ver la luz de la esperanza y de darnos a nosotros mismos esperanza», dijo hablando tanto para él como para los demás, a todos los que tienen una responsabilidad de poder en el mundo.
Francisco se tomó su primera misa como un ensayo de contagio de misericordia ante quienes hoy gestionan la crisis económica, poseen los recursos naturales, ordenan las guerras. El Papa apeló a la esfera íntima personal donde, en el caso de los poderosos, se juegan también los destinos de millones de personas: «¡El odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida! Debemos vigilar nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque es de ahí de donde salen las intenciones buenas y malas, las que construyen y las que destruyen». Siempre es una experiencia única ver estos contactos momentáneos de los amos del mundo con la espiritualidad, de la pureza de ideales con la rutina del cálculo político.
Allí estaba sentado el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, y toda la plana mayor de la UE, de los jefes de Gobierno y Estado de los países miembros a las autoridades comunitarias, sentadas por cierto al lado de Robert Mugabe, el dictador de Zimbabue vetado en todo Occidente pero que pudo entrar en Italia de forma excepcional para el acto. Gran presencia de todo el mundo iberoamericano, que se siente en cierto modo elegido con este Papa. Muchas delegaciones de países musulmanes: Irak, Irán, Afganistán, Pakistán, Egipto... Grandes ausentes, China y Arabia Saudí. Como invitados personales del Papa no estaban sus hermanas, solo una monja de su familia y algunos amigos muy particulares: Sergio Sánchez, un 'cartonero' que recoge basura en los barrios de Buenos Aires y pertenece al Movimiento de Trabajadores Excluidos, que asistió con su uniforme de trabajo, y José María del Corral, director de un programa educativo en la capital argentina.
Medidas de seguridad
El acto de ayer fue menos popular, salvo obviamente el paseo previo en 'papamóvil': aunque la Santa Sede habló de 150.000 personas había mucha menos gente que en el Ángelus del domingo, cuando dio esa cifra de afluencia. Además de ser un día laborable, las rígidas medidas de seguridad separaron la plaza y la Via della Conciliazione en zonas valladas y dejaban menos espacio útil. Había menos romanos y familias, más excursiones organizadas, más grupos con banderas de los países más insospechados.
Francisco hizo pesar sobre quien gobierna la responsabilidad de «custodiar la entera creación y su belleza», una idea en la que incluyó varias veces el respeto al medio ambiente, un rasgo muy novedoso para un discurso de este tipo. No en vano recordó la figura de Francisco de Asís y su amor a la naturaleza. Fue aquí donde insertó la frase más ambigua y sombría de su sermón al hablar de los «Herodes» que aparecen en cada fase de la historia «y traman esquemas de muerte». E hizo un expreso y único llamamiento directo: «Querría pedir, por favor, a todos los que ocupan papeles de responsabilidad en los ámbitos económico, político o social: somos custodios de la creación, del diseño de Dios inscrito en la naturaleza, custodios del otro, del medio ambiente, no dejemos que señales de destrucción y muerte acompañen el camino de este nuestro mundo». Pudo ser una alusión al aborto y a los ataques a lo que la Iglesia católica considera la ley natural, de la eutanasia a los matrimonios homosexuales. Pero si es así, desde luego fue muy sutil. El Bergoglio normativo, imperativo, no asomó ayer, aunque tarde o temprano tendrá que hacerlo. A partir de hoy, más allá de los gestos, empieza el pontificado en serio. Aunque en realidad el arranque se aplazará por la inminente celebración de la Semana Santa. De hecho, oficialmente, Francisco no será Papa del todo hasta que no se siente en la cátedra del obispo de Roma en la basílica de San Juan de Letrán.