Sociedad

Dos formas de vestir el papado

La austeridad de Francisco contrasta con la escenografía de Ratzinger

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Al pobre Guido Marini se le está complicando la vida. Es el maestro de ceremonias litúrgicas en la Santa Sede y tiene los mismos gustos de Benedicto XVI. Le encantan la pompa y la parafernalia, que lucen divinamente con mitras descomunales, capas pluviales y sobrepellices rematadas con encaje fino. Nada que ver con la sencillez del Papa Francisco, que se resiste a calzar mocasines rojos (prefiere los suyos, negros y gastados) y mantiene su vieja cruz de plata colgada al cuello, que parece de hierro porque no le saca brillo.

Nada más salir al balcón de San Pedro, ya marcó tendencia con un 'estilo Bergoglio' que combina sobriedad piamontesa (de montañeses tercos y recios) con pragmatismo jesuita, propio de religiosos educados para batirse el cobre como hombres de acción. Ante todo le interesa sentirse cómodo, no disfrazado; por eso no se echó la estola al cuello para saludar a los fieles que le aclamaban en la plaza del Vaticano. Eso sí, no se trata de un revolucionario sino de un hombre extremadamente austero, que sigue a pies juntillas los consejos de su abuela italiana: 'La mortaja no tiene bolsillos, nunca verás un camión de la mundanza detrás de un cortejo fúnebre'.

Normal que Francisco se resista a desechar la cruz que le regalaron en 1992 con motivo de su ascenso a obispo. Le trae buenos recuerdos y, por si fuera poco, pega a las mil maravillas con el Anillo del Pescador que -como gran novedad- en este pontificado será de plata dorada y no de oro fino. Con este talante, era previsible que apostara por el minimalismo estético en la misa de inicio del Pontificado, que se celebró ayer ante más de 300.000 personas en la plaza de San Pedro.

El nuevo Pontífice respetó el ritual en lo esencial, pero se presentó de blanco inmaculado, con unas franjas marrones -el color franciscano por antonomasia- a juego con una mitra color crema. Nada de dorados espectaculares, lo único que brillaba era el báculo rematado en una cruz que sostenía con la mano izquierda, uno de los pocos ornamentos que ha heredado de Benedicto XVI. El mentado Marini, todavía empeñado en dar empaque pontificio a Jorge Mario Bergoglio, no ha tenido éxito a la hora de entusiasmar al Papa con el 'atrezzo' de Ratzinger. No cabe duda de que el hijo de piamonteses tiene carácter.

Hasta el punto de que ayer mismo rehusó ponerse la estola y la esclavina -ambas de rojo chillón- porque no quería marcar distancias durante el 'besamanos' con las delegaciones políticas, diplomáticas y religiosas. Es la tonalidad que remite a la sangre de los mártires pero, desde un punto de vista estrictamente ritual, también actúa como un galón distintivo. Solo los príncipes de la Iglesia y el Papa tienen derecho a vestir de rojo. Dicho lo cual, al bueno de Francisco le basta y sobra con la sotana blanca -tan pálida como su rostro, tanto ajetreo le está pasando factura- y por lo tanto habrá que acostumbrarse.

Donde no cabían innovaciones era con el palio pontificio, el símbolo más solemne y digno de respeto que exhibe el Vicario de Cristo. Es una banda blanca tejida de lana, que se lleva sobre los hombros y representa el yugo de Jesús, es decir, la carga de ovejas descarriadas que el Hijo de Dios portará hasta el final de los tiempos. En alusión a esa misión, el representante de Cristo en la tierra, el Papa, se coloca una 'bufanda' blanca, salpicada de cruces rojas. La que ayer lucía Bergoglio es la misma que en su día se diseñó expresamente para Ratzinger, que es un poco más coqueta y apegada a los hombros. Ahora bien, las modistillas romanas deberán hacerle un apaño porque no le queda tan bien como a Benedicto.

A la sastrería

Francisco es más alto -mide 1,75- y tiene las espaldas anchas. Quiera o no quiera, deberá pasar por la sastrería para que le tomen medidas. Es un hombre inteligente y sabe que hay dos tiendas -Gammarelli y Mancinelli- que se pelean por vestirle como Dios manda. La primera tiene más de dos siglos de historia y la segunda lleva unos 27 años en el sector. Y, claro, Jorge Mario Bergoglio no querrá que se mueran de hambre... Si bien ha pedido a sus colaboradores del arzobispado de Buenos Aires que le manden más zapatos viejos -además de la agenda de teléfonos-, no puede hacerles el feo a los italianos. Se los ha metido en el bolsillo y no estaría bien que rechazara sistemáticamente la moda eclesiástica nacional.

No le veremos con sombreros saturno (de ala ancha) ni se enfundará camauros (los gorros rojos con borde de armiño), pero igual termina calzando mocasines encarnados. Los hay de suela de goma y muy flexibles. Hasta su abuela, esa mujer tan sabia, los aprobaría de mil amores.