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Sangriento aniversario en Irak

La explosión de diez coches bomba y otros siete artefactos en barrios de mayoría chií de la capital se cobra 50 vidas El nuevo golpe insurgente en el corazón del país cuestiona la capacidad de las fuerzas de seguridad

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El terror no faltó a su cita con el décimo aniversario de la invasión de Irak. Al menos cincuenta personas perdieron la vida y varios cientos resultaron heridas en Bagdad tras la explosión de diez coches bomba, dos de ellos conducidos por kamikazes, y otros siete artefactos improvisados en diferentes barrios de la capital de mayoría chií. Por segunda vez en menos de una semana, la insurgencia volvió a demostrar su capacidad de golpear en el corazón del país, dejando en una posición complicada a unas fuerzas de seguridad incapaces de frenar los atentados pese al fuerte despliegue y los centenares de puestos de control.

El jueves, un comando suicida había penetrado en el Ministerio de Justicia y matado a 25 personas. Ayer, una fecha señalada, estallaron diez cochas bomba, y la sensación para los ciudadanos de a pie consultados en Bagdad en los últimos días es que cualquier jornada puede suceder algo parecido. Verse condenados a esta forma de vida lleva a muchos a confesar su añoranza de la seguridad anterior a 2003.

Con cada atentado se repite el mismo ritual. El hongo de humo negro marca el lugar del ataque, Policía y Ejército cierran la zona y los helicópteros comienzan a sobrevolar la ciudad recordando los días en los que los militares de Estados Unidos eran los responsables de la seguridad. Los ciudadanos de a pie llaman a sus familiares para saber cómo se encuentran y en pocos minutos la vida sigue en esta capital de 6,5 millones de habitantes conocida tras la caída de Sadam Hussein como «la ciudad de las mil y una bombas», en alusión a la popular recopilación de cuentos de Oriente Medio.

Al-Qaida acude a la cita

La curva de violencia es menos pronunciada que cuando los soldados estadounidenses patrullaban el país, pero los coches bomba siguen siendo casi diarios. En los dos primeros meses de este año 524 civiles murieron como consecuencia de la violencia, según el organismo con sede en Londres Iraq Body Count, con lo que se mantienen las cifras de los últimos años pese al enorme aparato de seguridad del Estado, compuesto por más de 600.000 efectivos (Policía, 415.000 efectivos, y Ejército, 246.000).

Ningún grupo reivindicó los últimos ataques, pero responden a la forma de actuar del Estado Islámico de Irak, facción de Al-Qaida en el país. «El extremismo de los grupos radicales suníes está poniendo a prueba a las milicias chiíes que, de momento, mantienen sus actividades militares congeladas y no están respondiendo a las provocaciones. El día que lo hagan estallará de nuevo la guerra», aseguran fuentes diplomáticas consultadas en Bagdad que subrayan la influencia que la crisis siria está teniendo en Irak.

La invasión liderada por EE UU aupó a la mayoría chií (un 60% de la población) al Gobierno, un giro histórico que «ninguna de las dos partes ha sabido digerir. Los chiíes están haciendo lo mismo que antes denunciaban y los suníes son incapaces de asumir que ahora no están en el poder y añoran los tiempos del Baaz (el partido de Sadam Hussein). No hay puentes de entendimiento entre ambos grupos y vamos directos a la ruptura», asegura Mozahem Hussein, profesor de la Universidad de Bagdad.

Elecciones suspendidas

En medio de la oleada de ataques en la capital, el portavoz del primer ministro Nuri Al-Maliki, Ali Musawi, anunció que en las provincias de Al-Anbar y Nínive, en el oeste y norte del país, se retrasarán un mínimo de seis meses las elecciones provinciales previstas para el 20 de abril «por motivos de seguridad». Ramadi es la capital de Al-Anbar, territorio fronterizo con Siria, y se ha erigido en el epicentro de las protestas contra el Gobierno central que la minoría suní organiza cada viernes desde diciembre.

Hasta el momento se trata de movilizaciones pacíficas que se celebran a la salida de la oración, en las que los manifestantes piden la puesta en libertad de los presos políticos y el final de lo que consideran una política sectaria por parte de las nuevas autoridades.

El grupo Estado Islámico de Irak anunció al comienzo de estas protestas que pensaba también intensificar su lucha para derribar al Gobierno de Al-Maliki, un Ejecutivo al que le quedan apenas unos meses para completar una legislatura marcada por la inoperancia debido a la nula capacidad por parte de los líderes políticos de llegar a acuerdos. Diez años después de la invasión internacional que terminó con la caída del tirano, en lugar de hablar de progreso y avance, la violencia terrorista y las divisiones sectarias frenan cualquier balance optimista en el que pronto podría convertirse en el segundo productor de petróleo del mundo.