Sadam Hussein, en una imagen difundida en 2005 al ser interrogado en un lugar indeterminado por el juez jefe de la investigación. :: REUTERS
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Las historias secretas de Sadam

Una década después de la invasión, crecen las voces de los habitantes de Bagdad que añoran la seguridad que ofrecía el antiguo régimen Libros sobre la vida del exdictador acaparan el protagonismo en el nuevo Irak

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La calle Mutanabi es la de siempre. El mercado de libros más importante de Bagdad ha recuperado el esplendor de tiempos pasados y han desaparecido las huellas del atentado con camión bomba de marzo de 2007 que asesinó a treinta personas. Las casas fueron reconstruidas con el típico ladrillo amarillo pálido iraquí, la vía está totalmente peatonalizada y en los accesos se colocaron puestos de control para registrar a cada persona. Desde el primer puesto de libros hasta el último, en la larga serpiente de papel que desciende hasta el Tigris, el rostro de Sadam Hussein desafía a los visitantes.

Decenas de libros sobre el exdictador «cuentan su vida secreta y aspectos de su política que eran desconocidos y un auténtico tabú», señala Majid Hamudi. Este vendedor lleva 22 años en Mutanabi y entre todos los títulos destaca 'La vida secreta de Sadam Husein, de los palacios a la tumba', en el que los lectores «pueden leer lo que se rumoreaba, pero nadie podía confirmar sobre su desconfianza. Decía a sus guardaespaldas que dormiría en un palacio y hacía lo contrario, nunca se fio de nadie». También hay un capítulo sobre sus líos de faldas o las correrías de sus hijos Uday y Qusay.

Junto a los nuevos ejemplares se encuentran también obras censuradas que hasta la invasión de Estados Unidos en 2003 solo se encontraban de forma clandestina como 'Irak, el estado de la organización secreta' o 'La república del miedo'. Junto a las fotos de Sadam también se encuentran algunas de George Bush, presidente estadounidense que lanzó la incursión, «aunque apenas tienen ya tirón, como ocurre con las biografías de Dick Cheney (exvicepresidente) o Paul Bremer (nombrado Director de la Reconstrucción y Asistencia Humanitaria a Irak en 2004). Los iraquíes conocemos estas historias en primera persona y no necesitamos sus reflexiones», apunta Abu Saim en un puesto próximo al café Shabandar, centro de reunión de intelectuales y libreros en el que es complicado encontrar acomodo durante las mediodías.

En el actual Irak dividido por sectas tampoco faltan las obras sobre el exdictador desde un punto de vista religioso. Historiadores chiíes, secta mayoritaria en el país que se hizo con el poder tras la invasión, repiten en sus textos que Mohamed Baqr al-Sadr aseguró a Sadam cuando iba a ser ejecutado en 1980 que «yo moriré, pero tú serás ejecutado». Profecía que se cumplió 33 años después cuando fue ahorcado a manos de la milicia leal a la familia Sadr.

Templos del laicismo

Sadam es pasado, pero la seguridad en las calles durante su régimen es añorada por muchos ciudadanos, incluso entre los más fieros opositores. Los miembros del Club de Escritores de Irak son asiduos de la calle Mutanabi y cada día cierran la jornada en el bar anexo a la oficina de su organización en el barrio de Karrada, abierto en 1959. El auge de los partidos islamistas, suníes y chiíes, ha puesto en peligro la supervivencia de estos templos del laicismo que, exceptuando la región autónoma del Kurdistán, solo pueden encontrarse en el centro de la capital.

En torno a unas cervezas y un tapa de garbanzos cocidos el novelista Shaker al-Mayah denuncia en voz alta que «la dictadura de las nuevas fuerzas religiosas es más cruel que la de Sadam. Antes teníamos un solo tirano, ahora hay decenas a los que hacer frente». Aquí no interesan demasiado los libros sobre el ex presidente «pero su nombre y su política son parte de nuestra historia y siguen apareciendo en tertulias», confiesa.

Al-Mayah, que hasta 1991 fue oficial del Ejército, reconoce que lo que más le sorprendió de la guerra de 2003 «fue que esperaba que el régimen cayera aún más rápido. Todos sabíamos que nuestras Fuerzas Armadas eran débiles y que los rumores sobre las armas químicas, los misiles o la fuerza acorazada eran mentiras». Con la caída de la estatua de Sadam se desplomó también el miedo a hablar sobre su persona, convertida hoy sin tabúes en un personaje más de la historia del país.