Arte en guerra contra la guerra
La exposición confronta la obra de genios rebeldes con la de anónimas víctimas del exterminio y la de los colaboracionistas El Guggenheim explora la reacción ante la barbarie nazi de los creadores e intelectuales
Actualizado: Guardar¿Tiene sentido la creación artística mientras millones de vidas sucumben a las bombas, los crematorios y los combates? ¿Qué puede el arte contra el horror? ¿Todos los artista plantaron cara a la barbarie en lo peor del siglo XX? ¿Vale el arte que alaba y avala a los verdugos? Son preguntas que dan sentido a la excepcional y vasta exposición que recibe el Museo Guggenheim de Bilbao: 'El arte en guerra: de Picasso a Dubuffet'. En colaboración con Museo de Arte Moderno de París y con patrocinio de la Fundación BBVA, explora desde hoy a través de más de 500 obras -pinturas, esculturas, dibujos, fotografías, objetos, cartas, carteles, audiovisuales y películas inéditas- qué paso en la escena cultural francesa entre 1938 y 1947 y como el arte se alzó en guerra contra la guerra.
Es un viaje de lo mas tenebroso de un siglo atroz a la luz de la recuperación de la plena libertad creativa en nueve años de pesadilla que conmovieron al mundo. Un tiempo terrible que demostró que el arte «no solo es posible dentro de la devastación», si no que «es capaz de abrir nuevos caminos en la circunstancia más penosa». «La lección de este muestra es que la guerra y sus horrores no han privado al mundo de la creatividad», apuntan las comisarias de la exposición, Jacqueline Munck, conservadora del Museo de Arte Moderno de París, y la profesora Laurence Bertrand Dorléac.
Su discurso evidencia cómo en la tiniebla de la ocupación nazi y la Segunda Guerra Mundial hubo artistas que se rebelaron frente a las consignas oficiales «mediante novedosas respuestas estéticas que cambiaron el arte». Algunos pagaron con su vida el impulso creador y rebelde; pero otros muchos se sometieron y apostaron por el invasor y asimilaron su modelo artístico.
Iceberg
Confronta las obras alumbradas por un centenar de grandes artistas del siglo XX en unos de los momentos más siniestros y tenebrosos de la historia de humanidad, con las de creadores anónimos a quienes se arrebató la vida, pero no su afán de buscar la belleza en medio del horror de cárceles y campos de concentración. Contrapone la postura moral de los creadores e intelectuales que plantaron cara al totalitarismo y la de las víctimas del la barbarie, con la de quienes alimentaron el fuego del odio, la muerte, el exterminio y la destrucción.
Es una exposición única que sume medio millar largo obras de un centenar de artistas geniales y creadores anónimos cuyo denominado común fue «hacer la guerra a la guerra de manera espontánea». Lo hicieron creando con formas y materiales casuales impuestos por la penuria, incluso en los lugares más hostiles a toda expresión de libertad. «Desvela la parte sumergida del iceberg, todo cuanto quedó a la sombra de la historia, en la intimidad de las viviendas, talleres, refugios, campos de internamiento y concentración, cárceles e incluso hospitales psiquiátricos», apuntan las dos comisarias.
En su desbordante catálogo de genialidad brilla el talento de Duchamp, Calder, Dalí, Dubuffet, Bonnard, Dufy, Ernst, Giacometti, Julio González, Kandinsky, Klee, Léger, Magritte, Masson, Matisse, Michaux, Miró, Picabia, Picasso, Nicolas de Staël, Joseph Steib o Yves Tanguy. Sus espectaculares piezas se exhiben junto a obras de supervivencia que transmiten la energía desesperada de autores desconocidos para el gran público, como Chalotte Salomon asesinada con 26 años en Auschwitiz y otros muchos que como ella mantuvieron el ánimo creativo cercados por la muerte.
La muestra tiene doce secciones que recrean los espacios ideológicos, morales y físicos donde fluyó la malherida creatividad de la época. Talleres como el de Picasso, exposiciones surrealistas como la impulsadas en 1938 por Duchamp, los campos de exterminio -más de 200 en toda Francia con 600.000 presos-, cárceles, galerías que desafiaron a la bota nazi, como la Jeanne Bucher en París, que se jugo la vida exponiendo a Klee o descubriendo a Kandinski.
En este infierno brillan Matisse, Giacometti -con obra excepcionales- o Picasso, para quien «crear es resistir» y que emerge como símbolo de la resistencia a la ocupación. La muestra le dedica una sección privilegiada con una decena de piezas excepcionales que demuestran como su genio responde a los insultos y la presión con un frenesí creativo que marca una de las cimas de su creatividad. Un Picasso capaz de simbolizar lo español en una cabeza de toro creada con el sillín y el manillar de una bicicleta.