«Mi hermano no quería ser Papa, pobre hombre»
María Elena Bergoglio, la única hermana que queda al nuevo pontífice, rezó para que no saliera elegido
Actualizado: Guardar«Fue muy fuerte. No se puede explicar en palabras. Es algo que me desbordó. Tener un hermano Papa es una bendición de Dios», confiesa María Elena Bergoglio, la única hermana viva del nuevo pontífice argentino, perpleja ante la noticia que seguramente alejará de Buenos Aires por mucho tiempo a Jorge Mario Bergoglio, ahora ya Francisco.
La mujer, que vive en una humilde casa en la localidad de Ituzaingó, un municipio de la provincia de Buenos Aires, revela que en 2005 -cuando se supo que su hermano había sido el segundo más votado por los cardenales después de Ratzinger- él «no quería ser Papa». «Ama Buenos Aires», asegura. Esta vez, «me dijo 'hasta la vuelta', yo creí que volvía y él también», dice emocionada.
Siempre le pedía que recen mucho por él, y la última vez que la visitó no fue la excepción. Al verlo asomarse al balcón de la basílica de San Pedro, se sintió emocionada y orgullosa en el recuerdo de sus padres y sus hermanos, todos tan creyentes. Allí, recién proclamado Papa, le pareció «el mismo Jorge de siempre». Pero «yo rezaba para que no fuera Papa», dice. La razón es que el momento actual «es muy difícil para la Iglesia y se necesita de Dios permanentemente». Sus plegarias para evitar que su hermano se siente en la silla de san Pedro quizá estén relacionadas con un recuerdo de hace unos años, cuando viajó al Vaticano para conocer a Juan Pablo II. «En el momento de arrodillarme y besarle el anillo, levanté la vista y nunca en la vida he visto una mirada de tanto amor y tanta soledad, las dos cosas juntas». Ayer mismo fue a renovar su pasaporte para viajar a Roma.
María Elena Bergoglio no es la única que estaba convencida de que en unos días el ya pontífice volvería a su diócesis de Buenos Aires. El provicario general del Arzobispado, Eduardo García, que vivía con él, ha contado que Bergoglio se fue a Roma el martes de la pasada semana «con su clásico maletín negro y su sobretodo oscuro. Se fue con la idea de volver. Aunque en el corazón estaba la posibilidad, es algo que uno nunca espera», asegura su compañero.
El vicario general del Arzobispado, Joaquín Sacunza, recuerda que al nuevo Papa «no le gusta mucho viajar», excepto cuando se trata de una tarea pastoral que le permita estar cerca de la gente necesitada. «No es de grandes discursos, sino de una labor más humana, cara a cara».
El pontífice faltará a la cita que tenía este domingo en la capilla de Nuestra Señora de la Misericordia, muy cerca de su casa de la infancia en el barrio de Flores, en Buenos Aires. Allí recibió sus primeras clases -«era un diablillo revoltoso», recuerdan las monjas, con un gesto de absoluta felicidad- y recibió la primera comunión. Su catequista era la hermana Dolores, que falleció no muchos años después. «Estuvo arrodillado junto a su féretro toda la noche». Es el testimonio de las religiosas que añaden que Bergoglio solía visitarlas con cierta frecuencia. «Llegaba en autobús y se tomaba un té con nosotras. Antes de marcharse, lavaba su taza», aseguran, orgullosas de haber conocido tan de cerca al nuevo pontífice.
En la casa en la que nació y se crió, cerca de allí, viven ahora Marta Romano y su esposo Arturo. «Todo esto está bendecido ahora. Tengo una emoción.pensar que nació y vivió aquí», dice emocionada la mujer. A su alrededor, algunos vecinos lo recuerdan como un adolescente estudioso.
Le gustaba el fútbol pero no era buen jugador, apunta Osvaldo, un amigo de la infancia cuyo padre era el dentista de los Bergoglio y se siguen viendo. «Es un hombre de una lucidez extraordinaria, de una capacidad increíble y un altísimo vuelo intelectual», asegura.
Con los necesitados
En Buenos Aires, muchos son los testimonios de quienes destacan su particular modo de acompañar a los más necesitados. Los familiares de las víctimas del incendio de 'Cromañón', la discoteca en la que murieron 194 jóvenes en 2004, cuentan que esa misma noche recorrió hospitales y bendijo a los supervivientes. Desde entonces, nunca les soltó la mano y en cada aniversario ofrecía una misa por ellos en la que siempre fustigaba la falta de control y la corrupción que permitió aquel desastre. «No nos abandonó nunca», sintetiza Nilda Gómez, madre de un muchacho fallecido en la discoteca. «En estos años he tenido pocas alegrías, pero esta es una de ellas».
También visitaba a quienes padecían explotación sexual y laboral. Gustavo Vera, un activista contra la trata de personas, recuerda que lloraba junto a las víctimas al escuchar sus testimonios y seguía sus casos durante años. «Hace poco nos ofreció hacer una misa por las víctimas del incendio de un taller clandestino en el que murieron cinco personas. Éramos 30 y ahí estaba él», cuenta Vera.
En la cooperativa que lidera Vera, el arzobispo bautizó a varios niños. «Una vez le dijimos que los padrinos no eran católicos, que había alguno judío, pero él dijo que no importaba, que lo importante era que querían ser padrinos», recordaba.
Otro que está embargado por la emoción es el rabino Abraham Skorka, rector del Seminario Rabínico Latinoamericano, que escribió un libro con él y era su amigo. «Es el Papa que la cristiandad necesita», sostiene. Un hombre que «ahondó y desarrolló el diálogo entre católicos y judíos, los hermanos mayores como le gusta decir a él».
Extrañarán también a Bergoglio muchos anónimos ciudadanos de Buenos Aires que recibieron su bendición en hospitales, cárceles, comedores y hogares de ancianos. Y los sacerdotes más ancianos, sin otra compañía que la del arzobispo que nunca los olvidaba.
En 2001 visitó el Hospital Muñiz para enfermos infecciosos en un Jueves Santo y lavó los pies a 12 enfermos de sida. «La sociedad se olvida de los enfermos y de los pobres», dijo entonces a la prensa.
También podía pasar una Nochebuena en la cárcel, como hizo el año en que asumió el arzobispado. Después, cuentan sus colaboradores, tuvo que esperar una hora el autobús de madrugada para volver a casa.