El rector del santuario de Loyola, Txema Vicente. :: MIKEL FRAILE
Sociedad

Cuando el Papa estuvo en Loyola

Bergoglio visitó el santuario donde concelebró una eucaristía hace cuatro décadas en la casa matriz de los jesuitas

LOIOLA. Actualizado: Guardar
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En el Santuario de Loyola, el imponente conjunto arquitectónico que arropa la casa natal de San Ignacio, el fundador de la Compañía de Jesús, todo el mundo vuelve estos días la vista al pasado en un intento de atrapar la figura del padre Bergoglio. ¿Habrá estado aquí alguna vez?, fue lo primero que le vino a la cabeza al rector del santuario, Txema Vicente, al presenciar la elección del nuevo Pontífice. Al fin y al cabo, Loyola es el equivalente jesuítico de La Meca y raro es que un discípulo de San Ignacio con tantos años de oficio a sus espaldas no se haya dado alguna vez una vuelta por la casa matriz de la orden.

La primera tentativa resultó un fracaso. En el libro de registro de la basílica no aparecía ningún Jorge Mario Bergoglio. Había firmas de cardenales cubanos, arzobispos chilenos y decenas de dignidades eclesiásticas de todos los países sudamericanos, pero ni rastro del nuevo Papa. El minucioso repaso a las páginas del volumen causó una pequeña decepción entre el medio centenar de sacerdotes que residen en el santuario. ¿Será posible que no haya pasado nunca por Loyola?, se preguntaban los jesuitas mientras se esforzaban en iluminar los rincones de su memoria. El ejercicio llevaba camino de saldarse con un desengaño. «Igual vino de incógnito cuando era muy joven y va a ser muy difícil localizar huellas de su visita», comentaban entre sí resignados los inquilinos de la casa.

Unas decenas de kilómetros más al este, en el Santuario de Javier, en Navarra, otro de los grandes símbolos de la Compañía de Jesús, José Luis Cincunegui también echaba la vista atrás. El veterano jesuita había sentido una suerte de chisporroteo en el cerebro al escuchar el nombre del nuevo Papa. «Bergoglio, Bergoglio, mmmm...», rumiaba. De repente, cuando la silueta de Francisco se adueñó de las pantallas de las televisiones, vio la luz. «¡Si es él!», se dijo refrendando su hallazgo con una palmada en la pierna.

El torrente de la memoria le arrastró hasta una luminosa mañana en la sacristía de la basílica de Loyola. «Debía ser hacia el año 1973, no recuerdo con exactitud la fecha, y yo estaba preparándome para celebrar una eucaristía», reconstruye Cincunegui para este periódico. «Mientras me vestía para la ceremonia apareció otro sacerdote que se presentó muy simpático y charlamos durante un rato. Creo que ya para entonces le habían nombrado provincial de Argentina. Celebramos entre los dos la eucaristía en la basílica de Loyola y lo que sí recuerdo es que al despedirnos me regaló un libro, creo que un resumen de su tesis».

La misma edad

Cincunegui, que nació en Errezil, tiene ahora la misma edad del Papa, 76 años. «Creo que le gano por unos meses», sonríe socarrón. Cuando coincidió con el nuevo Pontífice acababa de hacerse cargo del Centro de Espiritualidad de Loyola, que es la la casa donde se hacen los ejercicios espirituales. «Me destinaron allí a mi vuelta de Roma», hace memoria. No recuerda qué fue del libro que le obsequió el ahora Papa: «Lo más seguro es que esté en alguna estantería de la biblioteca de Loyola».

Cincunegui dirige ahora el Santuario de Javier, otro de los grandes centros de peregrinación ignacianos. Cree que es probable que el padre Bergoglio visitase también en aquella época el monasterio que honra la cuna de San Francisco Javier aunque carece de indicios para corroborarlo. «Igual algún día a alguien se le enciende la luz como me ocurrió a mí con lo de Loyola, pero de momento no tenemos constancia de que haya pasado por aquí». El padre Bergoglio permaneció durante dos años (1970-1971) formándose como jesuita en Alcalá de Henares y es previsible que aprovechase su estancia en España para conocer algunos de los lugares más representativos de su geografía espiritual.

Cincunegui reaccionó con sorpresa a la noticia de su elección como Papa aunque admite que le hizo «mucha ilusión» tanto por el recuerdo de aquel encuentro como por su condición de jesuita. «Como nadie le incluía en las pronósticos, la noticia fue una pequeña conmoción, pero al reconocerle yo me llevé una gran alegría y enseguida me vino a la cabeza el recuerdo del encuentro en la sacristía de Loyola», sonríe.

La esperanza es una sensación compartida de forma unánime por los casi 17.000 sacerdotes de la compañía y que se respira aún con más intensidad en el lugar del nacimiento de San Ignacio. El santuario despliega su majestuosa arquitectura a los pies de un monte Izarraitz que ayer lucía más invernal que nunca con sus laderas cubiertas de nieve.

El rector Vicente atiende con cordialidad a las decenas de periodistas que se acercan al lugar en busca de las reacciones que suscita la elección del primer Papa jesuita de la historia de la Iglesia. «Es una muy buena noticia que nos llena de esperanza a todos», explica mientras se moja bajo un furioso chaparrón de aguanieve obedeciendo las instrucciones sin rechistar que le da el fotógrafo.