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El 'asesino de Nisreen' cuelga el kalashnikov
Un 'shabiha' deja la lucha armada tras nueve meses como paramilitar a sueldo del régimen sirio en una de las calles más conflictivas de la capital
DAMASCO. Actualizado: GuardarLos vecinos de Tadamon, barrio anexo al campo de refugiados palestino de Yarmouk en el sur de Damasco, alertaron a Akram y a los suyos de la presencia de un grupo de hombres armados que no eran de la zona. Cogieron sus armas y se dirigieron al lugar indicado. Subieron en silencio hasta el apartamento señalado y encontraron a unos hombres en círculo observando a una pareja desnuda sobre un sofá. Akram, nombre ficticio para guardar el anonimato, les reconoció porque en el barrio todos se conocen. Los armados obligaban a un hermano a violar a su hermana ante sus ojos. Eran miembros de una familia alauí y los hombres armados formaban parte del Frente Al-Nusra y estaban liderados por dos libios. Detuvieron a todos y los llevaron a los responsables de la inteligencia.
Fue un día cualquiera en los últimos nueve meses de la vida de este joven de 19 años que tras la muerte de su amigo Mansour Al-Ali, miembro de los servicios de inteligencia, a manos de los grupos armados de la oposición decidió enrolarse en las filas de los Comités Populares ('Leyan Shabija', en árabe), los paramilitares armados por el régimen para defender los barrios donde viven las minorías religiosas. Unos grupos que han vuelto a poner de actualidad los años 80, en los que se escuchó por primera vez hablar de 'shabiha' en Siria para denominar a grupos de contrabandistas con vínculos con la familia de El-Asad en la zona alauí de la costa, y que significa 'fantasmas' según su traducción literal, 'matones' según medios como Al-Arabiya o Al-Jazeera.
«Algunos luchan por ideología, por amor a Bashar, otros por dinero y yo por pura venganza, quería vengar la muerte de Mansour», subraya Akram, a quien los opositores del barrio apodaron como 'el asesino de Nisreen' (el foco alauí, secta derivada del islam chií a la que pertenece el presidente, y druso), calle problemática de Tadamon. Este joven delgado y de grandes ojos color almendra habla porque hace tres semanas decidió abandonar la lucha armada gracias a un programa de reintegración puesto en marcha por el Movimiento para la Reconstrucción del Estado Sirio, que le ha mostrado que «la victoria militar de cualquiera de las dos partes no será buena para Siria; la única solución es el diálogo».
Sus excompañeros no quieren hablar y cuando le ven llegar con un periodista le detienen en el puesto de control principal. Dos jóvenes con ropa deportiva se aproximan y le piden la documentación de su acompañante. Tras pasar por las dependencias de la seguridad deciden no permitir el paso del extranjero «por motivos de seguridad». Las zonas en disputa en Damasco están rodeadas por las fuerzas de seguridad, que controlan todos los accesos.
Rol de matón
Sus padres se opusieron a su rol de 'matón' desde el primer día. Su casa es una Siria en miniatura en la que en la mesa, a la hora de comer, se juntan un padre del Partido Comunista, una madre de Baaz, un hermano mayor capitán del Ejército destinado en Homs, otro ferviente opositor a Bashar, un tercer miembro activo del Movimiento para la Reconstrucción del Estado Sirio, y Akram, el más joven, hasta hace unas semanas 'matón' a sueldo del régimen a cambio de 15.000 libras mensuales (unos 120 euros), el mismo sueldo que recibe un funcionario medio. «Saltan chispas cada vez que nos juntamos porque todos tenemos una visión diferente de lo que pasa», apunta Akram.
Ha matado a «un número alto» de personas, no sabe cuántas, en un país donde «la vida de una persona no vale ni las 200 libras (1,60 euros al cambio) que cuesta una bala. Acabé cansado de matar». Ahora quiere olvidar.