35 años de desencuentros
Los dos tripartitos y la aventura del Estatut enturbiaron las relaciones entre el PSOE y el PSC, que ahora están al borde de la ruptura por el soberanismo
Actualizado: GuardarLos viejos barones socialistas, hartos de la cada vez mayor cercanía del socialismo catalán con el nacionalismo, difícil de encajar en sus territorios y perjudicial para sus intereses electorales, han afilado esta semana sus colmillos y han expresado sin ambages lo que llevaban tiempo insinuando en privado. ¡Hay que romper con el PSC!, han dicho, entre otros, Alfonso Guerra, Joaquín Leguina o el extremeño Guillermo Fernández Vara. Curioso o no, donde más gracia han hecho sus palabras ha sido en sectores del ala catalanista del socialismo catalán, que también acumulan meses y hasta años pidiendo romper amarras con el PSOE, al que ven centralista y como un obstáculo para los objetivos electorales del PSC y para las aspiraciones de autogobierno de Cataluña.
La decisión del PSC, la marca catalana federada al PSOE, de saltarse por primera vez la disciplina de voto en el Congreso, con la única excepción de Carme Chacón, ha llevado a una situación de división entre ambas formaciones, porque, como se ha recordado, ya llovía sobre mojado. Y es que 35 años de matrimonio pueden dar para mucho: desde alegres inicios, proyectos comunes, crisis, desencuentros, portazos, broncas con las familias, alguna infidelidad, separaciones y quién sabe si el divorcio. El desenlace de la historia está por ver, pero de momento, el último capítulo no ha hecho si no dar continuidad a la serie que se vivió años atrás entre las dos marcas socialistas y que tuvo su origen cuando José Luis Rodríguez Zapatero y José Blanco poco menos que obligaron al presidente Pasqual Maragall a destituir a su lugarteniente Josep Lluís Carod Rovira en 2004, tras desvelarse que el antiguo dirigente de Esquerra se había reunido con miembros de ETA en el sur de Francia.
Ya entonces, Blanco amenazó con recuperar la federación catalana del PSOE. El PSC sintió menospreciada su autonomía política, pero volvió a claudicar ante las injerencias para que La Moncloa y Ferraz (cansadas de las maragalladas y del tripartito) impusieran el candidato en las siguientes elecciones catalanas, en este caso el entonces ministro de Industria, José Montilla. La operación no salió como esperaban desde el PSOE, porque Montilla marcó distancias con Madrid. Primero porque desoyó la directriz de Ferraz de que no habría un nuevo tripartito. Zapatero quería un pacto con CiU y le prometió a Artur Mas, con quien firmó el acuerdo secreto y a espaldas del PSC sobre el Estatut, que dejaría gobernar al partido más votado. No fue así, Montilla no ganó, pero reeditó un tripartito bis, puso a Carod como vicepresidente y desde entonces, las relaciones entre el PSC y el PSOE ya no han conseguido ser de confianza.
«Aprobaré el Estatuto.»
La votación del PSC esta semana a favor de la celebración de una consulta, siempre que sea legal y acordada con el Gobierno central, ha puesto en evidencia el deterioro de los lazos entre ambos partidos, especialmente en la cuestión que más les ha enfrentado: el debate del encaje de Cataluña en el resto de España. El que además permitió a Zapatero ganarse a los socialistas catalanes, primero para ser reelegido como secretario general del PSOE, en 2000, a cambio de que fuera sensible con la reivindicación maragalliana de una España plural. En 2003, meses antes de su ascenso a La Moncloa y en vísperas de la llegada de Maragall al Palau de la Generalitat, lo que rompía 23 años de gobiernos de Jordi Pujol, Zapatero prometió en un Sant Jordi entregado que aprobaría el Estatuto que saliera del Parlament catalán. Aquella promesa tuvo mucha culpa de que tanto Maragall como Zapatero fueran investidos presidentes (del Govern y del Gobierno, respectivamente) poco después, pero fue una dura losa para las relaciones entre ambos partidos y el principio del fin del idilio del PSC con Zapatero, porque los socialistas catalanes se sintieron engañados. La sentencia del TC que tumbó una parte del Estatut, «cepillado» previamente en el Congreso, según Alfonso Guerra, enterró las esperanzas del consenso en materia territorial, discrepancias que van en aumento. Aunque tanto el PSC como el PSOE coinciden en que son contrarios a una hipotética independencia y apuestan por una reforma federal de la Constitución, el PSOE no quiere oír hablar de ningún referéndum, mientras el PSC defiende la convocatoria de una consulta.
Pero el PSC, que está azotado por graves problemas internos, corrupción, casos de espionaje y riesgo de escisiones, sobre todo por su ala más catalanista, que aprieta para que la dirección dé un viraje más decidido en la reclamación soberanista, ha dicho basta al sucursalismo. Porque tiene la necesidad de reinventarse para no quedar apartado de la centralidad de la política catalana en el tema identitario y no hundirse más electoralmente. Y el PSOE no puede seguir aguantando las posiciones cada vez más próximas del PSC al nacionalismo que le restan votos a chorros y son incompatibles con la idea expresada por Alfredo Pérez Rubalcaba de recuperar una «voz única en toda España».
Así, los tripartitos y el Estatut fueron el desencadenante y la votación de esta semana ha sido la guinda, pero ha habido más desencuentros, casi desde el inicio de la democracia. Como en 1981, a propósito de la LOAPA, o con posterioridad, cuando dirigentes del PSC han optado por tomar las riendas del PSOE: tanto Josep Borrell, que fue elegido candidato a la Presidencia del Gobierno en 1998 y descabalgado por la dirección en 2000, o la propia Carme Chacón, que perdió frente a Alfredo Pérez Rubalcaba, aunque mantiene la batalla.