LA MEDIDA DEL DESAJUSTE
El 6,7% de déficit con que cerramos el año pasado evidencia que la situación anterior a los ajustes era caótica
Actualizado: GuardarLa ubicación del déficit con que vamos a cerrar las cuentas del pasado ejercicio, que se sitúa en el 6,7%, proporciona un montón de información y sirve para extraer muchas conclusiones. La primera es que, a pesar de los enormes esfuerzos realizados por el Gobierno y de las acciones de ajuste emprendidas, que han soliviantado a los ciudadanos y han acabado por arruinar su reputación popular, no hemos alcanzado el límite pactado con Bruselas, un 6,3%, y que, recuérdelo, suponía una apreciable relajación sobre el que fue planteado en un principio. Los esfuerzos desplegados demuestran que el Gobierno de Rajoy se ha tomado muy en serio la contención del déficit. La no consecución del objetivo demuestra que la situación anterior era caótica y que estas cosas se desajustan con facilidad pero se recomponen con gran dificultad.
También es muy significativa la reacción suscitada por el anuncio. El líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, no se cree la cifra y resta importancia al logro. Se queja de los ajustes e insiste -más bien, enfatiza- la timidez o la ausencia de medidas de fomento de la actividad. Si se fijan bien, eso constituye un imposible metafísico, pues no hay manera, de momento, de echar combustible a la caldera de la demanda en cantidad significativa sin descuadrar aún más las cifras de los gastos y, como consecuencia, del déficit. ¿Tienen razón Rubalcaba y los muchos que como él reclaman un 'olvido' de los requisitos europeos, un pasar de los ajustes y un aumento de los gastos? Pues depende de cuál sea la motivación que sustenta el argumento. Si de lo que se trata es de contentar al personal, de mostrar la cara más amable del poder y de pasar el mal trago momentáneo, no cabe duda de que aciertan. Pero la conclusión ya no es tan evidente si de lo que se trata es de establecer unas bases sólidas sobre las que apuntalar el crecimiento.
Porque se pueden modular las exigencias, se pueden alargar los plazos, se pueden posponer los compromisos y se pueden flexibilizar los ajustes. Lo que de ninguna manera se puede hacer es cambiar u olvidar los objetivos de estabilidad. La alternativa a la estabilidad solo podrá ser el crecimiento si contemplamos la cuestión en el corto plazo y, a cambio, tenemos la seguridad de que conduce al suicidio en el largo plazo. Por supuesto que, en las actuales circunstancias, resulta imprescindible perseguir una recuperación de la actividad que genere demanda por la vía de un mayor empleo, pero igualmente lo es gastar solo lo que se ingresa.
A los indignados que claman contra los ajustes y a los políticos de la oposición se les oye siempre con agrado, pues sus propuestas se acomodan bien con nuestros deseos. Lo malo es que sus propuestas se acomodan mal con el futuro. Cojan un ejemplo. Todo el mundo se queja de la acción del Gobierno y aduce el irrefutable argumento de que las cifras del paro van peor que en la época de Zapatero. Y es así. Pero eso es engañoso. Les pongo un símil. Una persona con una pierna aquejada de gangrena avanzada puede optar por cortársela o por seguir con ella hasta la septicemia. Si se la cortan, estará mejor y tendrá más probabilidades de supervivencia, pero las estadísticas dirán que tiene una pierna de menos y algunos opinarán que, por tanto, está peor que antes, cuando tenía las dos.
Hoy tenemos más paro, pero no duden de que estamos un poco mejor que hace un año y más fuertes para encarar la salida de la crisis. Una tarea que, por supuesto, no será nada fácil, ni llegará pronto, ni será posible alcanzar sin mucho más esfuerzo. Pero una tarea que sería inalcanzable si no recomponemos el descuadre de los gastos. Por eso el déficit alcanzado es bueno si lo comparamos con el pasado y es insuficiente si lo medimos con el futuro que deseamos.