El general David Petraeus, durante una rueda de prensa junto al presidente estadounidense Barack Obama. :: SAUL LOEB / AFP
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Afganistán, la tumba de los generales estadounidenses

La última renuncia ha sido la de John Allen, a quien Obama había propuesto para liderar el mando supremo de la organización Todos los máximos mandos de la OTAN en el país asiático han abandonado el Ejército americano tras su vuelta a casa

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«Es hora de ocuparme de mi familia», fue la respuesta definitiva que el general John Allen dio al presidente Barack Obama esta semana cuando le propuso pasar de liderar la misión internacional en Afganistán a hacerse con el mando supremo de la OTAN. La retirada del Ejército de este marine de 59 años, el primero del cuerpo que llegó a liderar una fuerza internacional como la ISAF (misión de la OTAN en Afganistán), se suma a una especie de maldición que persigue a los mandos estadounidenses que tras pasar por el país asiático han colgado el uniforme. Antes que Allen, todos sus antecesores desde 2007, Dan McNeill, David McKiernan, Stanley McChrystal y David Petraeus, se encuentran por distintos motivos fuera de las fuerzas armadas después de llegar a lo más alto.

«Militarmente han sido impecables, gente de altísimo nivel porque para llegar a esa posición hay que ser muy bueno, por lo tanto nadie puede hablar de falta de competencia. En los casos de McChrystal y, sobre todo, Petraeus, el final de sus carreras se debe a motivos personales y en Estados Unidos el apartado personal es suficiente para hundir carreras brillantes», señala un mando de la OTAN que ha trabajado a las órdenes de uno de estos generales y que subraya el enorme poder que tienen. «Hasta cierto punto les definiría de cargos aristocráticos. Saben el potencial que tienen en sus manos y muchas veces actúan como aquellos mariscales de campo de la era de Napoleón».

Tras ocho años de guerra, Estados Unidos decidió dar un giro a la situación y poner en práctica la estrategia de contrainsurgencia empleada en Irak. En 2009 el general David McKiernan abandonó Afganistán por la puerta trasera en medio de una investigación abierta tras un bombardeo sobre dos aldeas al oeste del país que acabó con la vida de decenas de civiles. La Casa Blanca envió en su lugar a Stanley McChrystal, mano derecha del conocido como 'héroe de Irak', David Petraeus, y hasta ese momento director del Estado Mayor Conjunto. El entonces Secretario de Defensa, Robert Gates, justificó el cambio argumentando que era necesaria «una nueva forma de pensar, un nuevo liderazgo».

Noventa días después de su llegada, el nuevo general presentó su primer informe sobre la «grave situación» de la contienda. Barack Obama le dio un plazo de quince meses para dar un giro a la situación y él aceptó el reto. Pidió de forma urgente el envío de refuerzos y el aceleramiento del entrenamiento de las fuerzas de seguridad afganas.

Le concedieron más de 30.000 hombres y cientos de mentores que comenzaron a trabajar contra el reloj, pero sobre todo le concedieron el poder de cambiar el enfoque del conflicto en el que ya no se luchaba contra los talibanes o los insurgentes, ahora se trataba de la «lucha por las mentes y los corazones» de la población civil.

Pero tras un año en su nuevo cometido, McChrystal rompió el protocolo y el ascetismo que le caracterizaban para mostrar ante los medios la falta de química entre la cúpula militar y diplomática americanas. Sus críticas a la Casa Blanca aireadas por el reportaje 'El general disidente' publicado en 'The Rolling Stone' le costaron el puesto y decidió colgar el uniforme. Hace un mes publicó su biografía 'My Share of the Task' ('Mi parte de la tarea') en la que deja bien claras esas tensiones entre Obama y el Pentágono. «Cuando un general se retira en Estados Unidos no es como en otro país. Las grandes compañías se disputan a estos hombres como asesores y gozan de gran prestigio entre sus ciudadanos», aseguran fuentes de la OTAN consultadas. McChrystal da conferencias en universidades, forma parte de varios consejos de administración, acude a las televisiones como comentarista.

Con McChrystal fuera de juego Estados Unidos recurrió a su mentor, el general con mayor prestigio de país, David Petraeus. Dedicado en cuerpo y alma al Ejército desde su graduación en West Point en 1974, su fijación por la contrainsurgencia nació con la guerra de Vietnam, a la que dedicó su tesis doctoral. Sus primeras misiones internacionales le llevaron a Haití, Kuwait y Bosnia, pero fueron sus tres misiones en Irak las que le convirtieron en el militar más mediático de Estados Unidos. Se convirtió en el hombre fuerte de George Bush y tuvo que superar el marcaje férreo al que le sometieron los entonces senadores Barack Obama o Hillary Clinton. Su capacidad para desenvolverse en la arena política levantó incluso rumores sobre su posible carrera hacia la Casa Blanca una vez terminada su vida militar.

La caída del héroe

Petraeus concluyó su trabajo afgano en verano de 2011 y, con las líneas maestras de la retirada y la transición en marcha, cedió el testigo a John Allen, un estrecho colaborador en sus despliegues en suelo iraquí. «Si estamos hablando del repliegue de Afganistán es gracias a Petraeus y su trabajo tanto en Irak como en Afganistán fue brillante, por eso le premiaron con el mando de la CIA, pero en noviembre llegó el lío de faldas y pasó de héroe a villano en unas horas», opinan fuentes de la OTAN consultadas.

Cuando Estados Unidos estaba a punto de pasar página tanto en Irak como en Afganistán los correos electrónicos intercambiados entre el general David Petraeus y su biógrafa y, como posteriormente salió a la luz, amante, Paula Broadwell, hundieron al 'héroe de Irak'.

El caso se destapó gracias a la denuncia de una segunda mujer, Jill Kelley, que acusó a Broadwell de ciberacoso y mientras el FBI investigaba el caso se percató de que otro general de cuatro estrellas, John Allen, entonces en Afganistán, también mantenía una cibercorrespondencia «inapropiada», según el Pentágono, con Kelley.

Petraeus perdió su puesto al frente de la CIA, pero Allen, después de una investigación, fue declarado inocente. «El escándalo no alteró su agenda, ni afectó al ritmo de las operaciones. Su cara estaba todo el día en los informativos, pero Allen actuó en todo momento como una persona segura de que no tenía nada que ver con él, como luego se demostró. Me ha parecido un profesional impresionante», asegura un militar que compartió misión en Kabul con el general estadounidense.

Antes de anunciar su retirada, Allen lideró la primera parte del repliegue americano de Afganistán. Su sucesor, el general Joseph Dunford, es también marine y tiene 57 años. Veterano de la guerra de Irak, le corresponderá cerrar la guerra y dar paso a la nueva misión de la OTAN que, según la última reunión celebrada en Bruselas, podría dejar en el país asiático a 12.000 soldados.