Momento Referencia al 'caso Vatileaks' Los tres 'detectives'

El Papa arremete contra la «hipocresía religiosa» y la «división en la Iglesia»

En su última misa pública confirma que las guerras internas de la Curia han pesado en su decisión

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El Papa dejó pasar dos días para que la Iglesia asimilara el impacto de su histórica renuncia y ayer insistió en su audiencia de la mañana, su primera aparición en público tras el anuncio, en que lo hace «en plena libertad» y «muy consciente de la gravedad» de su decisión. Son las mismas palabras que empleó el lunes, pero quiso dejar bien claro que sabe muy bien lo que hace y, por otro lado, desmentir que ninguna conspiración interna le ha forzado a nada, en contra de las reconstrucciones que circulan en los medios. Reconoció, no obstante, que son «días difíciles», una expresión que no coincide con la teórica «serenidad» que le atribuía oficialmente el Vaticano tras la noticia.

Pero fue luego, en la imposición de la ceniza de la tarde, su última misa pública como Papa, donde cambió el registro y pasó al ataque. Con un acto de acusación en toda regla, una dura homilía plagada de severas alusiones que confirman un escenario interno en la Santa Sede de luchas y ambiciones de poder. Y que ratifica cómo ha sido uno de los factores que han influido en su abandono.

En la basílica de San Pedro, llena a rebosar con más de 8.000 fieles y muchos otros que se quedaron fuera, ante la plana mayor de los cardenales y la Curia, sonaron frases fuertes contra la «hipocresía religiosa, el comportamiento que quiere figurar, las actitudes que buscan el aplauso y la aprobación». También denuncias de los «individualismos y rivalidades», de las «divisiones del cuerpo eclesial» que «desfiguran el rostro de la Iglesia».

Incluso sarcasmos afilados, en una frase que parece pensada para el 'caso Vatileaks', contra «los muchos que se rasgan las vestiduras ante escándalos e injusticias, naturalmente cometidos por otros, mientras son pocos los dispuestos a actuar sobre su corazón y su conciencia». Cuando terminó de hablar se hizo un inmenso silencio en la muchedumbre de la mayor basílica de la cristiandad, donde según la tradición reposa el primer pontífice, San Pedro.

La clave, el informe secreto

Fue el profundo lamento de un Papa que se ha visto rodeado de 'cuervos', de rencillas, de zancadillas, de trepas, de resistencia a sus intentos de limpieza, de despachos insensibles con intereses personales. Un pontífice que ha sentido su debilidad y ha sufrido en carne propia las divisiones internas, aireadas en el escándalo 'Vatileaks', que filtró el año pasado documentos reservados. Los medios italianos seguían insistiendo ayer en que han pesado en su renuncia las demoledoras conclusiones del informe interno sobre el caso, realizado por tres cardenales 'detectives' de confianza que han tenido carta blanca para interrogar a altos prelados en la Santa Sede.

De cara a la galería se celebró en septiembre un juicio con ribetes de farsa al mayordomo papal, Paolo Gabriele, un único culpable que se habría movido solo y que fue condenado e indultado antes de Navidad. Pero encima luego le buscaron trabajo en un hospital ligado a la Santa Sede. El lunes, por cierto, fue su primer día. En cambio, en esta reconstrucción secreta estaría la verdad sobre lo ocurrido en las luchas intestinas de la Curia, con pruebas y testimonios sobre cargos de confianza que habrían actuado a espaldas de Benedicto XVI. Los tres cardenales -el español Herranz, el italiano De Giorgi y el eslovaco Tomko- entregaron su informe en verano, pero el semanario Panorama afirma que cuando el pasado 17 de diciembre el Papa volvió a recibirles, una reunión cuyo contenido se ha mantenido secreto, llevaron una segunda parte de sus informes con nuevas revelaciones. Esos últimos folios habrían sido la puntilla.

Benedicto XVI afrontó ayer por la mañana su primer encuentro con los fieles, una especie de prueba de contacto para palpar el efecto de su renuncia en la gente. La ovación con que fue recibido en el auditorio Pablo VI, contiguo a la plaza de San Pedro y con capacidad para 3.500 personas, fue un mensaje claro de afecto y solidaridad. De que el pueblo cristiano ha comprendido y está con él. Entre cánticos y vivas al Papa hubo varias interrupciones con aplausos en su intervención y Ratzinger agradeció su apoyo. «He sentido casi físicamente en estos días para mí difíciles la fuerza que vuestra oración me trae», confesó.

Ya en su discurso de la mañana, un comentario a la lectura del día, el Papa enfiló las grandes líneas de la reflexión que desarrollaría por la tarde, con una mención a las tentaciones del poder y la apariencia. Fue significativo ver entre los cardenales que le saludaron al final a Bernard Law, arzobispo de Boston hasta que tuvo que dimitir por el escándalo de la pederastia en 2002 y fue escondido en Roma como arcipreste de una basílica. La de Santa Maria Maggiore, que es española y, de hecho, tiene al rey Juan Carlos como protocanónigo honorario.

Nada parece casualidad en el calculado diseño de los tiempos y los símbolos que Ratzinger ha hecho de su gran renuncia en coincidencia con la Cuaresma, periodo central de la vida de la Iglesia. Le dio pie el Evangelio, que el Miércoles de Ceniza, día que recuerda la condición mortal de los hombres y su carácter pasajero, cuenta el crucial pasaje del retiro de Jesús en el desierto durante cuarenta días y las tentaciones de Satanás.

Limpieza interna

También la Iglesia, los cardenales, el propio Papa afrontan ahora una oscura travesía del desierto de prácticamente cuarenta días, desde el anuncio del pasado lunes día 11 a la elección del nuevo pontífice en torno al 20 de marzo, que debe ser una expiación, una limpieza. La dimisión de Benedicto XVI es un salto al vacío, un trauma que agita la Iglesia, para desembocar también en una resurrección, un nuevo despertar. Un tratamiento de choque, en definitiva. Los vaticanistas se relamen con estas exquisitas interpretaciones de los acontecimientos, que la verdad sí tienen toda la pinta de encajar. La Iglesia siempre ha sabido hacer las cosas a lo grande.

La agria homilía del Papa llamaba ayer, a fin de cuentas, a «vivir la Cuaresma en una más intensa y evidente comunión eclesial, superando individualismos y rivalidades». A cerrar filas y heridas por el bien de la Iglesia para salir triunfantes y purificados de este túnel: «Resuene fuerte en nosotros la invitación a la conversión, a retornar a Dios con todo el corazón, acogiendo su gracia que nos hace hombres nuevos». Para redondear la velada le tocaba responder al Papa precisamente al secretario de Estado, Tarcisio Bertone. El 'número dos' de la Santa Sede es uno de los grandes protagonistas de las tensiones de la Curia, por la guerra entre partidarios y enemigos, por las enemistades que ha creado en varios sectores, por las críticas a su gestión. El Papa ha tenido que defenderlo de las numerosas peticiones de destitución y, en cierto modo, con su renuncia también se lo lleva por delante, en este gran borrón y cuenta nueva que supone el fin de su mandato.

Era la primera vez que Bertone hablaba en público desde el anuncio de la dimisión de Ratzinger y fue, en su línea, bastante anodino. Dijo que la Iglesia ha recibido la noticia con «gran conmoción y respeto», aunque no quiso ocultar que «esta noche hay un velo de tristeza en nuestro corazón». Se refería al pesar por perder al pontífice y le dio las gracias por su trabajo estos años. «Todos nosotros hemos comprendido que es el amor profundo que Su Santidad tiene por Dios y por la Iglesia el que le ha empujado a este acto, revelando su pureza de ánimo», dijo en el momento más sentido. Los cardenales han comprendido pero, por si acaso, ayer el Papa se lo dijo todo muy claro. Ahora les toca a ellos.

Queridos hermanos y hermanas, como sabéis he decidido (aplausos)... Gracias por vuestra simpatía... He decidido renunciar al ministerio que el Señor me ha confiado el 19 de abril de 2005. He hecho esto en plena libertad por el bien de la Iglesia, tras haber rezado mucho y examinado ante Dios mi conciencia, muy consciente de la gravedad de tal acto, pero igualmente consciente de no ser ya capaz de desarrollar el ministerio petrino con la fuerza que exige. Me sostiene y me ilumina la certeza de que la Iglesia es de Cristo, el cual no le hará faltar nunca su guía y su cuidado. Agradezco a todos el amor y la oración con que me habéis acompañado (aplausos)... Gracias, he sentido casi físicamente en estos días difíciles la fuerza de la oración que el amor de la Iglesia, vuestra oración, me trae. Seguid rezando por mí, por la Iglesia, por el futuro Papa. El Señor nos guiará.